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De la subsidiariedad del Estado a la del mercado (y de la artificialización)

Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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Que exista la transacción, pero que comencemos a pensar que existen otras formas también, que son tan o más legítimas. Y donde estas no operen, que lo haga el mercado. Algo así como una “sociedad con mercado subsidiario” o “con economía de mercado”, pero no “de mercado”.


Por más que busque artículo por artículo, será imposible al o la lectora encontrar en la Constitución Política de Chile el concepto “subsidiariedad del Estado”. Es más, no existe en nuestra Carta Fundamental mención alguna a esta figura tan recurrida en el debate político y económico nacional.

Veamos: Subsidiariedad del Estado se denomina a la idea que las actividades empresariales y económicas deben, en general, ser suplidas por la iniciativa privada y solo de no operar estas podrá hacerlo el Estado.

Aunque no existe como tal en la Constitución, es en el artículo 21 del acápite sobre garantías fundamentales el que la establece: Dice que tenemos “el derecho a desarrollar cualquiera actividad económica que no sea contraria a la moral, al orden público o a la seguridad nacional, respetando las normas legales que la regulen. El Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empresariales o participar en ellas sólo si una ley de quórum calificado los autoriza. En tal caso, esas actividades estarán sometidas a la legislación común aplicable a los particulares, sin perjuicio de las excepciones que por motivos justificados establezca la ley, la que deberá ser, asimismo, de quórum calificado”.

Nuestro orden institucional relega así al Estado a un rol acotado en la economía nacional, ya que exige una alta mayoría legislativa para permitirle incursionar en actividades empresariales. Y como al final todo es medianamente “empresariable” (la creatividad humana es sorprendente), se le restringe bastante el margen de acción en la materia.

Sin embargo, esta idea choca con la que en el artículo 24 asegura a las personas el “derecho de propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales o incorporales. Sólo la ley puede establecer el modo de adquirir la propiedad, de usar, gozar y disponer de ella y las limitaciones y obligaciones que deriven de su función social. Esta comprende cuanto exijan los intereses generales de la Nación, la seguridad nacional, la utilidad y la salubridad públicas y la conservación del patrimonio ambiental”. Si la propiedad tiene una función social, entonces el interés privado individual no puede tener un reinado absoluto.

En una columna previa abordé la necesidad de lograr una ecualización distinta de los énfasis que tenemos como sociedad. Que no es eliminar visiones consustanciales al vivir en comunidad: competencia, colaboración, interés privado, interés colectivo, entre otros. Que sigan coexistiendo, pero con un énfasis distinto al actual.

En este caso, que lo mercantil siga siendo relevante pero que deje su primerísimo primer lugar, considerando que la satisfacción de necesidades se puede abordar desde el mercado monetario pero también desde tantas otras aristas. ¿Qué harás tú cuando se rompa la escalera?, me pregunté hace casi un año. ¿Comprar electricidad?, veamos autogeneración. ¿Comprar alimentos?, veamos agricultura urbana y periurbana.

El mercado es importante, claro está. Lo es desde antes que hace más de dos mil años un airado Jesús –según nos cuenta la Biblia- llegara al templo de su padre para expulsar a patadas a los comerciantes. Sin embargo ser un espacio legítimo y real, en la medida que es imposible que podamos satisfacer todas nuestras necesidades autónomamente, hay que avanzar en desmercantilizar nuestra sociedad. Que exista la transacción, pero que comencemos a pensar que existen otras formas también, que son tan o más legítimas. Y donde estas no operen, que lo haga el mercado. Algo así como una “sociedad con mercado subsidiario” o “con economía de mercado”, pero no “de mercado”.

Lo mismo que con el nivel de artificialización al que hemos llegado. Si concordamos en que los problemas globales se relacionan con la forma y volumen en que hemos intervenido la biodiversidad, el mundo natural que nos da vida, debiéramos comenzar a pensar en la “sociedad con subsidiariedad de lo artificial”. Que la primera opción ante encrucijadas de vida o cotidianas no sea transformar los ecosistemas, nuestro medioambiente, sino buscar soluciones que se adapten a su flujo. ¿Desde cuándo vivir en armonía con los ciclos de la naturaleza llegó a ser un problema? No puede serlo, si estos han creado vida por millones de años. Y la vida, proteger la vida, la nuestra y de las otras especies, actuales y futuras, es parte de una ética fundamental.

Algo sobre ello conversamos esta semana con el gerente de una de las principales empresas eléctricas del país. Creo que no llegamos a acuerdo. Pero bueno, este artículo no es un documento Excel con números y certezas, más bien es uno de Word con posibilidades en desarrollo. Porque es a partir de visiones de mundo, paradigmas, que vamos construyendo la sociedad en que vivimos y eso se hace poniéndolas a disposición del colectivo.

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