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De caídas y triunfos Opinión

De caídas y triunfos


El 9 de noviembre  se celebra en Alemania y en todo mundo democrático   la caída del muro de Berlín. Para alguno de nosotros -hace casi 29 años- fue una buena noticia- yo viví el exilio de la RFA- pero para muchos de mis compañeros la noticia fue traumatizante.

Dado que estábamos a pocos días del 14 de diciembre de 1989, fecha en  que Patricio Aylwin fue elegido presidente de Chile. No tuvimos mucho tiempo para discutir  este histórico hito de la historia mundial. A decir verdad, no imaginábamos que la caída del muro era el preludio de la caída del bloque comunista encabezado por la Entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La Unión Soviética encabezada por el presidente Mijaíl Gorbachov, había entrado un par de años antes en una crisis sin retorno, lo que obligó a Gorbachov a las  profundas reformas económicas de la perestroika que finalmente y de todas maneras no impidieron el debilitamiento y finalmente el colapso del bloque comunista.

Lo transcendental del hecho, la caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético- pasó sin pena ni gloria para los miles de los que estábamos trabajando día y noche para derrotar por las urnas al dictador.

Nuestro objetivo  histórico era, en ese momento, única y exclusivamente salir de los 17 años de dictadura militar, la más brutal que se tenga memoria en nuestro país.

El 2 de Enero de 1988 nació La Concertación de Partidos por el NO y ese mismo año,  el 5 de Octubre habíamos ganado el Plebiscito del NO, por lo tanto estábamos seguros que de no escamotearse las cifras, ganaríamos las elecciones.

Tres años antes, habíamos unificado al MAPU  y un grupo que encabezamos Víctor Barrueto como Secretario General y yo como Subsecretario, con una dirección política que conformaban entre otros: Eduardo Benitez, Ernesto Galaz, Jaime Cataldo, Guillermo del Valle, Carlos Montes, Viky Baeza, la entrañable Adriana Sepúlveda (la Polly). En nuestras filas estaban también Oscar Guillermo Garretón, Francisco  Estévez, Enrique Correa, Ismael Llona, y compañeros que ya nos dejaron como el nombrado Eduardo Benítez, Alejandro Bell y Jaime Manusevich, con el firme propósito de contribuir a la unidad de la izquierda con el centro político.

Las características de las discusiones, a veces álgidas en el MAPU, tenían que ver con  la amplitud de la alianza que había que congregar para derrotar a la dictadura en las urnas y conformar un gobierno que diera estabilidad  al proceso de transición democrática. Esta discusión estaba mediatizada por un sector, encabezado por el Partido Comunista, que no estaba por esta estrategia.

Por lo anterior, en mayo de 1989 con el abogado y constitucionalista Francisco Geisse fuimos mandatados por la Comisión Política del MAPU para sondear con dirigentes de derecha cuál era la disponibilidad del gobierno militar para reformar la Constitución Política de 1980. Ciertamente nosotros éramos uno más -y los menos relevantes- en la maraña de conversaciones cruzadas  y que naturalmente encabezaba quien fuera después el “primus inter pares”, o el primero entre iguales (una delicadeza para no herir susceptibilidades  antes de tiempo de los precandidatos a la presidencia de nuestra embrionaria alianza) y posteriormente Presidente de La República de la Coalición, Patricio Aylwin.

Muchos-ahora- critican nuestro actuar, con el argumento que cedimos más de la cuenta ante los militares: Mi pregunta es con que responsabilidad, ante las torturas, exilios, desaparecidos y sufrimiento de la mayoría del pueblo chileno, íbamos a dilatar un acuerdo para acelerar la salida de la dictadura por la vía pacífica.  Es fácil hablar ahora desde el palco, pero la mayoría de los exonerados, torturados, perseguidos y asesinados los pusimos los partidos que conformamos la Concertación, el Partido Comunista y el Mir.

Nos incorporamos como partido al paraguas que  se conformó para organizar el plebiscito y las elecciones posteriores con el resto de conglomerados políticos y que dio vida al Partido Por La Democracia.

Después del  triunfo, cada partido político volvió a su redil y a la ”casa de allegados” que era el PPD en sus inicios, se incorporó al vasto movimiento de partidos y grupos de izquierda y derecha democrática que dio vida a un nuevo partido ya no instrumental sino programático.

La  gente que fijó domicilio permanente en este nuevo conglomerado,  venían del MAPU, Partido Liberal, de las distintas fracciones del Partido Socialista, Izquierda Cristiana, excomunistas,  jóvenes del Partido Radical y muchos universitarios de raíces cristianas y socialistas libertarios.

Finalmente en el Plebiscito del 30 de julio del año 1989 fueron aprobadas en un referéndum, las 54 reformas a la Constitución del 80, lo que permitió la posterior elección parlamentaria y presidencial del 14 de diciembre del mismo año.

Con don Patricio Aylwin como Presidente de Chile electo, iniciamos el proceso de cuatro años de transición a la democracia que, a mi juicio, fue un periodo político de entrega incondicional, unidad en la acción entre el centro político y la izquierda  y con un “animus societatis” inquebrantable, que lamentablemente a 29 años del triunfo del 14 de diciembre de 1989, no se vio en la fenecida Nueva Mayoría.

El trabajo y los sacrificios para lograr el triunfo de la democracia sobre la tiranía involucró a millones y no es el fruto de la mente de un grupo de iluminados que realizó la campaña del No. Y tampoco  es el resultado de los que fuimos dirigentes de los partidos que conformaron la Coalición de Partidos por la Democracia. Fue una gesta heroica de los que, sin pertenecer a una ideología o grupo y desde un lugar modesto en la sociedad, aportó  con su grano de arena para transformar la pena en alegría y el miedo en energía para que nuestros hijos y los hijos de ellos transiten en paz y democracia.

Son miles las víctimas de la dictadura  a las que tenemos que honrar en estas fechas, recordando siempre que sin el sacrificio de ellos no habríamos llegado donde estamos.

La mejor forma que tenemos los que trabajamos en esos años por una democracia plena- que todavía no alcanzamos- es defender los cambios que impulsamos, y crear las condiciones para una nueva sociedad más equitativa.

Como dice la Proclama por la Unidad, que un amplio grupo de dirigentes políticos  suscribimos hace algunos días atrás: “Al día de hoy, nuestro país enfrenta desafíos propios del siglo XXI, que se traducen en lograr cambios que permitan asegurar mayores niveles de desarrollo para la población, reduciendo las desigualdades y distribuyendo el poder de forma tal, que la democracia recobre legitimidad entre la ciudadanía.  

Para ello, el progresismo debe perseguir una verdadera revolución ética, que asegure que el poder del dinero no prevalezca por sobre la búsqueda del bien común.

Por eso, en el marco de este aniversario, hacemos un fuerte y claro llamado a todas fuerzas sociales y políticas de centro izquierda a trabajar por la Unidad”

En relación a esta Proclama por la Unidad, ustedes se preguntaran y con razón, donde está la propuesta seria respecto a una sociedad igualitaria y democrática. Las fuerzas que lo conforman, estuvieron en el gobierno durante muchos años esgrimiendo banderas políticas semejantes, sin concretarlas. De lo contrario no  explica que por segunda vez le entregamos el gobierno a la derecha.

En el artículo que escribí en El Mostrador  ”La nueva era”, sostengo que: Muchos no se han dado cuenta que el antiguo régimen ha muerto y hay que crear un nuevo orden. A este periodo, donde lo antiguo murió y lo nuevo no acaba de nacer, Tito Libio lo llamó  Interregno.

La situación de desesperanza extrema que estamos viviendo en el progresismo se expresa en  una crisis profunda caracterizada por el “hecho que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos” nos grafica Antonio Gramsci, en sus “Cuadernos de la cárcel”.

Gramsci, actualizó la idea de interregno,” para definir una situación en que los viejos modos de hacer las cosas ya no funcionan, pero las formas de resolver los problemas de una manera efectiva aún no existen o no las conocemos”.

El espacio de los partidos políticos es estrecho y han dejado ser los instrumentos indispensables del conjunto de demandas sociales, como dice muy acertadamente Alain Touraine, porque se mueven “entre la multiplicación de los lobbies, por una parte, y el aplastamiento de las demandas sociales por acción de los ideólogos y los aparatos políticos, por la otra”.

Según Toureine, “cuando más un partido político se siente portador de un modelo de sociedad, en lugar de ser un simple instrumento de formación de decisiones políticas, más se debilita la democracia y más subordinados están los ciudadanos a los dirigentes de los partidos”. En todo caso, el sociólogo francés afirma y con justa razón que la democracia no se fortalece por la debilidad de la sociedad política, ni por el sometimiento a los intereses económicos o a las demandas de la minoría.

Algunos sociólogos, entre ellos, Zigmunt Bauman, piensan que quizás ya se está produciendo en cambio de era: Que es posible que estemos a nivel mundial, en el medio de una revolución, y no nos hemos dado cuenta.

En todo caso, soy un optimista y creo que el nuevo progresismo está naciendo, y se levantará sobre las cenizas de las obsoletas estructuras partidarias actuales

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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