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El lesbianismo político: reflexiones para el 8L Opinión

El lesbianismo político: reflexiones para el 8L

Camila Quiroz
Por : Camila Quiroz Estudiante Filosofía UC Militante Segex UC Militante Comunes UC
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En Chile, hemos vivido distintos hitos feministas que nos dan a entender cómo es que muchas personas estamos cansadas de vivir en una sociedad que mata y violenta a mujeres y disidencias.

Todos estos procesos nos han llevado a discutir públicamente qué deben hacer nuestras organizaciones políticas, nuestras y nuestres representantes, etc. Pero es claro, para mí, que esta discusión también se ha dado personalmente en cada una de nosotras y nosotres que adherimos a la lucha feminista, porque la entendemos como una forma de vida. Cuestionamientos de comportamiento personal y de nuestras relaciones interpersonales, cuestionamientos de, por ejemplo, qué significa ser mujer luego de que una se declara feminista. En este sentido, actualmente no logro encontrar una corriente feminista vigente que no piense, en un largo plazo, en la abolición del género o en la abolición de las categorías.

La mujer como género y, por ende, su subyugación en el patriarcado, está definida por ciertas características y esas características están definidas desde el contraste de lo que es el hombre. Así, las clásicas diferencias que podemos escuchar son que el hombre es racional, la mujer es emocional. El hombre es fuerte, la mujer es débil. El hombre corresponde al sector público, la mujer al sector privado. El hombre es gerente, la mujer cría en el hogar. Y un largo etcétera.

De lo que no hablamos mucho, eso sí, es que parte importante de la definición de nuestro género, tiene que ver con nuestra relación con los hombres. O sea, con la heterosexualidad. Para mí, todos los hitos que llevamos a cabo desde el movimiento feminista son una invitación para la reflexión y cuando hablamos del hito del 8 de marzo, quiero invitarles justamente a reflexionar desde la vereda de la sexualidad como arma de combate, pero también de la sexualidad como una vereda de privilegio.

El lesbianismo, siguiendo a la autora Monique Wittig (1992), se nos presenta como una salida importante a la subyugación de la mujer respecto del hombre, ya que se configura como una sexualidad que está fuera de los parámetros del patriarcado. Claramente, dos mujeres se pueden relacionar patriarcalmente entre sí, emulando la heterosexualidad. Pero, de todas formas, esta sexualidad disidente le quita a la mujer parte fundamental de su definición como mujer. Ser mujer, hoy, significa estar subyugada al hombre, con base en la relación heterosexual obligatoria que debemos mantener con ellos, para darle sustento a este sistema. Ser mujer y ser heterosexual van de la mano, por lo que el volvernos lesbianas se presenta como un primer paso a poner un pie fuera de este sistema que nos oprime. La lesbiana no es una mujer.

Así, el lesbianismo se puede definir como una sexualidad exclusiva de las corporalidades que se definen como mujeres y que mantienen relaciones sexo-afectivas con personas de su mismo sexo o género. En este sentido, es que se nos presenta como una herramienta de emancipación. Lo que nos ofrece el lesbianismo es, por un lado, una sexualidad que no depende de los hombres y, por otro lado, nos ofrece una sexualidad para y por mujeres, cuestión que me parece fundamental al momento de enfrentarnos al patriarcado y a las obligaciones que este nos impone.

La heterosexualidad no es una elección, y tampoco es algo con lo que naces. La heterosexualidad es una cuestión que se nos impone desde que tenemos memoria, desde que empezamos a relacionarnos con el mundo exterior. La heterosexualidad se nos impone en las leyes, en el comercio, en la religión y básicamente hasta en la sopa nos aparece. Es una cuestión que nos enseñan. Nos enseñan como conquistar hombres, como ser gustable para ellos, como provocar, como comportarnos cerca de ellos. Incluso nos preguntan desde prekinder con cuál de todos nuestros compañeritos nos vamos a casar. Jamás se nos podría pasar por la cabeza otra cosa, porque las otras sexualidades, simplemente, no existen.

El lesbianismo viene a dar vuelta la cancha y a devolverle la patada en la guata que nos viene pegando la heterosexualidad desde que nacemos. El lesbianismo se presenta como una opción, como una puerta a un mínimo de libertad y no debemos tenerle miedo. De todas maneras, compañeras queridas, yo no vengo a exigirles su conversión, ya que no creo que sea correcto imponernos más “deber ser” de los que ya nos exige el patriarcado.

Lo que sí creo, es que también debemos entender la sexualidad como un espacio de privilegio. Lamentablemente, hoy no es lo mismo ser mujer y andar de la mano en la calle con un hombre que con un mujer. Hoy, ser heterosexual es un privilegio, porque nadie va a salir a matarte, porque eres hetero, sin embargo esto sí pasa si no lo eres. Es por esto que si en realidad mi primer mensaje no les llega, al menos les pido que no nos enrostren su heterosexualidad en la cara, por ejemplo, asumiendo que son lo único que existe y que la heterosexualidad es la única opción para la mujer (cuestión que pasa). Pero también, más burdamente, dejemos de compartir cuestiones como “no me gustan los hombres, sino que me gusta su pene”, porque lo que eso significa para nosotras las lesbianas es que nos recuerden que tienen privilegios que nosotras no, como el de salir a la calle con tu pareja sin el miedo de quedar hospitalizada.

Convertirse al lesbianismo es algo difícil y da miedo, pero les juro que es un mundo nuevo que tenemos como mujeres para descubrir y es sólo nuestro, de nadie más. Como mujer lesbiana, les invito a afrontar este 8 de marzo desde el lesbianismo y el cuestionamiento a su sexualidad. Si, finalmente, nadie nace con un amor particular por el pene y el gusto por la vagina se adquiere de la misma manera… con la práctica

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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