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Nosotros y los otros Opinión

Nosotros y los otros

Benito Baranda
Por : Benito Baranda Convencional Constituyente, Distrito 12
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Luego de reflexionar sobre los orígenes del estallido social, me permito cuestionar con mucho dolor y en el sentido más filosófico, qué objeto tiene para aquellos la existencia tal como la conocen, si es que solo se levantan cada mañana para sobrevivir –no para vivir– en un círculo de incertidumbre y angustia. Cuántas veces ellos no se habrán preguntado por qué la dignidad es tema de clases y de suerte y no un valor humano en sí. Por ellos estoy más convencido que nunca de que hablar de dignidad es una oportunidad y necesidad. Chile: a escuchar, comprender, proponer y actuar. 


Hay dos conceptos que he intentado que crucen hace años mi quehacer, especialmente ahora que me veo enfrentado a una mayor exposición pública. Antes que todo, me es fundamental fortalecer la capacidad de empatizar: carece de toda lógica trabajar por el bien común si no logro ponerme en el lugar de cada uno de la comunidad. Empatizar, precisamente, consiste en nuestra capacidad de comprender otras realidades, muy ajenas a veces y darnos el tiempo para desarrollar la habilidad de ponernos en el lugar del otro, tanto emocional como cognitivamente. El escenario actual es confuso y la tensión política y económica nos pone en una posición de enfrentamiento, resultando complejo pensar que podamos movilizarnos desde la colectividad más que de la individualidad. Es en ese contexto en que es más relevante empatizar con estas situaciones de ostracismo, desconfianza, desigualdad, miedo y frustración; como actitud indispensable para avanzar y construir, superar la crisis y el campo de batalla.

Una vez que comprendemos la necesidad de este bien común, desarrollando empatía con diversas realidades y necesidades, aparece un concepto transversal: la igual dignidad. Los noticieros nos despiertan con tragedias que involucran a niños y bombardean con esta infancia a la deriva, una infancia que no respetamos ni protegemos suficientemente. Aquí estoy seguro que todos estamos de acuerdo: ya es suficiente. No podemos seguir estancados en discusiones de baja política que nos dividen cuando de niñas, niños y adolescentes se trata, sin importar su origen o situación. Los niños son niños, y están primero en la fila, sin tiempo que perder. Cada día que pasa, para ellos es uno menos. 

Me propuse estar en la Convención Constitucional con esta premisa por delante, para que en la Nueva Constitución pongamos al centro la dignidad y la protección de la niñez en todo su espectro, estableciendo expresamente el interés superior de la niña(o), su autonomía progresiva y sus derechos a la participación en comunidad, a vivir en familia, a la vida privada, a su libertad de expresión, entre otros. Dignidad desde el primer día de vida es establecer un deber expreso del Estado y sus organismos de proteger los derechos de la infancia y asegurar las condiciones que permitan ejercerlos, con políticas públicas integrales y eficaces en educación, salud y cuidado. Para esto, no debemos dejar a ningún niño fuera, menos aquellos que han sido excluidos del sistema, desprotegidos y olvidados, siendo condenados a un futuro difuso, incierto y sin oportunidades. 

Finalmente, existen grupos en la sociedad que también pagan los platos rotos de la ausencia de empatía: las personas mayores, aquellas que se encuentran en alguna situación de discapacidad, mujeres y aquellos pertenecientes a los pueblos originarios. Todas ellas poseedores de derechos específicos que merecen ser reconocidos para que nuestra sociedad se comporte de acuerdo a su dignidad, tales como el derecho a una pensión digna, a la no discriminación, a la vida libre de violencia o el derecho a la identidad cultural. Debe ser un deber del Estado crear las condiciones para que todo estos derechos se encuentren efectivamente garantizados, sin dejarlos en una situación de abandono y desesperanza.  

En este contexto, luego de reflexionar sobre los orígenes del estallido social, me permito cuestionar con mucho dolor y en el sentido más filosófico, qué objeto tiene para aquellos la existencia tal como la conocen, si es que solo se levantan cada mañana para sobrevivir –no para vivir– en un círculo de incertidumbre y angustia. Cuántas veces ellos no se habrán preguntado por qué la dignidad es tema de clases y de suerte y no un valor humano en sí. Por ellos estoy más convencido que nunca de que hablar de dignidad es una oportunidad y necesidad. Chile: a escuchar, comprender, proponer y actuar. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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