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Tenemos dos vidas y la segunda empieza cuando nos damos cuenta que solo tenemos una (o de cuándo empezamos a valorar la democracia) Opinión

Tenemos dos vidas y la segunda empieza cuando nos damos cuenta que solo tenemos una (o de cuándo empezamos a valorar la democracia)


Cuánta fue la lucha de nuestros ascendientes por alcanzar una república democrática, cuánta fue la lucha de nuestras abuelas por obtener el voto femenino, cuánta fue nuestra lucha por volver a la democracia, a poder caminar y decir sin temor lo que pensábamos y a doblegar una tiranía, luego de mucho sufrimiento, solo con un lápiz y una raya.

Nosotros somos la democracia; aquel ejercicio que por obvio se calla y por callarse se olvida. Pero hoy nuestra democracia está amenazada por movimientos que nos violentan directamente y uno ya no es libre de ser como quiere ser, porque algunos pretenden hegemonizar los espacios comunes.

Este elemento callejero, que se manifiesta en vandalismo hacia lo distinto, que hemos visto en las masas de ciclistas organizados que, amparados por el grupo y sumergidos en el anonimato, agreden de hecho a los otros, que no son sus enemigos sino que simplemente son distintos; es el germen de la intolerancia y el comienzo del fin de un sistema democrático.

De la calle, ganando en el juego democrático, se puede pasar a las instituciones y montándose en las estructuras institucionales se puede desarmar un sistema republicano que, ya consolidado, con muchos problemas pero perfectible, vela por permitir un igual acceso de todos los habitantes a cargas y derechos.

Yo no critico una mayor intervención del Estado, ¡por supuesto! Creador y regulador acotando los sistemas de mercado, aumentando el gasto público, coordinándose con un Banco Central autónomo y todo lo demás que una República exige. Me pienso un keynesiano en el sentido más puro del concepto.

Lo que quiero levantar en este texto es simplemente el cuidado que merece nuestra democracia, donde la opinión, obligatoria, de todos debe ser la que elija a nuestras futuras administraciones y donde los sistemas de controles y balances o chequeos y contrachequeos impidan que personas que no crean en la democracia y sean electas, puedan gobernarnos actuando en aras de la destrucción del propio sistema.

Podrán ser muchas las razones de los triunfos democráticos de Hitler, pero la República de Weimar permitió su existencia. El juego bipartidista en Venezuela fue destruido luego del ascenso al poder de Chávez, y hoy, aquí, hay agrupaciones políticas que creen que la tolerancia y la democracia no son sino simples instrumentos para acceder al poder y de ahí en adelante…

Las diferencias políticas deben permitirse y respetarse, los medios de comunicación tienen su rol en este sentido, pero la crítica vociferante que dice fin al sistema neoliberal, o el nihilismo político carente de propuestas alternativas democráticas, son el riesgo que hoy estamos enfrentando.

Pienso que una república debe ser nuestro sistema y la democracia el sistema de gobierno que nos debe regir, pero siempre con respeto de las minorías.

Quizás un poco fuera de contexto, pero me gustaría recordar una anécdota que se repetía en mi círculo familiar, que ocurrió entre Sergio Insunza Barrios y Miguel Alex Schweitzer, recientemente fallecido.

Aunque soy más joven que los protagonistas de esta historia, la quiero levantar para que no se pierda en el olvido de los tiempos y que habla de los mínimos propios de lo común.

La anécdota la contaba Sergio Insunza, exministro de Justicia de Allende, y se me quedó por ahí, grabada. Después del Golpe en Chile en 1973 y con Sergio exiliado en Berlín, RDA, representando al gobierno en el exilio, le tocó hacer muchos viajes y entre ellos a Nueva York (NY), a la sede de las Naciones Unidas (ONU). Me imagino que la anécdota es de 1976-1979.

También en esa época visitaba NY, de manera oficial, como embajador del Chile dictatorial, Miguel Alex Schweitzer.

Ambos fueron abogados de la U de Chile, ambos profesores y, aunque en veredas muy distintas, ambos políticos. Es del caso que, luego de alguna sesión de algún departamento de este organismo, tarde, con frío, en alguna calle de NY, ambos con sus abrigos, sus maletines, se cruzan y se reconocen.

Se van acercando, se miran y

–¿Cómo estás, Sergio?

–¿Cómo estás, Miguel?

Separándolos un abismo de diferencias, se reconocen y se saludan con cortesía…

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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