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Mapuche: contra todos los enemigos EDITORIAL Crédito: Werkén Noticias

Mapuche: contra todos los enemigos

El uso de la fuerza paramilitar de algunas de las organizaciones mapuche más radicalizadas, que no ha sido condenada con fuerza y claridad por el propio mundo mapuche y sus intelectuales, lo único que hace es convocar la respuesta violenta del Estado, exacerbar el conflicto y, ojalá no ocurra, arrastrar al pueblo mapuche a un nuevo martirologio. El valor del pueblo mapuche no está hoy puesto a prueba en la lucha violenta que desafía al Estado, ni en el “memorario” de revancha de un cruel episodio histórico de despojo. Lo está en la claridad y valentía de aceptar que los tiempos –por fin– están cambiando y que esta Patria les está abriendo una oportunidad histórica de verdad, reconocimiento y autonomía –gracias a la Convención Constitucional– que unos pocos violentistas amenazan echar por la borda.


El momento político e institucional del país en ocasiones parece envenenado de intolerancia. Muchos no desean dialogar con los demás y llegar a acuerdos, entre otros motivos, por miedos atávicos, y de manera reiterada algunos ni siquiera aceptan hacer lo que les compete legalmente. Varios que están facultados para adoptar decisiones lo hacen a medias o derechamente mal, no se sabe bien si solo por ineficiencia o firme despropósito. Es el caso del Gobierno, uno de los principales responsables de que el escenario político funcione con normalidad.

En esta poca disposición al diálogo, la posición de los sectores y organizaciones mapuche radicales constituye un ruido mayor. Abiertamente se han declarado en situación preinsurreccional frente al Estado de Chile, omitiendo de manera olímpica el significado histórico y trascendente que tiene el reconocimiento, que desde todas las posiciones políticas, se ha hecho al pueblo mapuche. Empezando por el otorgamiento de la presidencia de la Convención Constitucional a una mujer convencional mapuche.

Organizaciones como la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) han desafiado a toda la sociedad chilena, reivindicando la muerte de un miembro de su organización ocurrida durante un asalto armado a una empresa forestal, calificándolo de acto heroico de la lucha mapuche por sus derechos ancestrales.

Estos símbolos y demostraciones armadas, que prefiguran propaganda armada insurreccional, proyectan los peores momentos de ingobernabilidad en esa región.

El silencio de la Convención Constitucional, de las organizaciones y del mundo de la cultura mapuche, y de la gran mayoría de sus líderes políticos, puede generar que los grupos más radicales de La Araucanía se entiendan validados, lo que es muy complicado y puede ser la antesala de una gran tragedia. Más aún si, después de cualquier frase crítica medio dicha, viene la otra frase, “pero también” (que busca empatar violencia con violencia); no cortando de una buena vez el hilo de la fatalidad histórica, desconociéndole valor a la actual oportunidad de paz que vive el país, gracias a la Convención Constitucional.

En su libro Historia Secreta Mapuche (2020 Vol. II, pág. 14) el intelectual mapuche Pedro Cayuqueo, comentando los escritos de Manuel Manquilef de principios del siglo XX, sostiene lo siguiente: “En el principal pacto social que establecen los ciudadanos con el Estado, los mapuche seguimos brillando por nuestra ausencia. Y junto a nosotros el resto de las ocho primeras naciones que mucho antes que los descendientes de europeos caminaron y amaron estas tierras. ¿Cambiará esto en la nueva Constitución que emanará del proceso constituyente? Créanme que es mi esperanza”.

La respuesta a la esperanza de Cayuqueo (y de Manquilef) está hoy en las propias manos del pueblo mapuche, y en el éxito de la Convención Constitucional en curso, que una de las suyas preside. Eso es lo que no termina de visualizar una parte de él, atrapado –tal vez– en la cruenta y cruel fantasmagoría del pasado.

El uso de la fuerza paramilitar de algunas de las organizaciones mapuche más radicalizadas, que no ha sido condenada con fuerza y claridad por el propio mundo mapuche y sus intelectuales, lo único que hace es convocar la respuesta violenta del Estado, exacerbar el conflicto y, ojalá no ocurra, arrastrar al pueblo mapuche a un nuevo martirologio. Que el mundo mapuche permita que esto esté pasando, deja prisionera a La Araucanía en la turbiedad violenta de una militarización en la que hay tanto culpables winkas como culpables mapuche, independientemente del peso histórico que cada cual tenga.

La fuerza de militarización en la zona la empujan tres partes: el Estado incapaz, que usa los recursos más abundantes que su impericia le brinda; los grupos radicales mapuche que hacen política de desafío al Estado y de amedrentamiento a sus peñi; y la industria de la seguridad que se mueve entre el vigilantismo privado y la ambigüedad del crimen organizado. Detrás de todo esto, está el leitmotiv del enorme negocio forestal.

Ante esto, la solución pacífica e institucional tiene los siguientes pilares en los cuales apoyarse: el rechazo absoluto de toda violencia por parte del mundo mapuche; la construcción de un perfil institucional y político de lo que desean sobre su autonomía no soberana, reconociendo ser parte del Estado de Chile; y el reconocimiento y construcción de una línea de reparación cultural y económica, que los haga socios activos de la inmensa riqueza forestal que se explota en sus tierras y les dé la libertad de su re-creación cultural. Todo ello con reconocimiento constitucional pleno.

Como el mismo Cayuqueo reconoce en su libro citado, ni la guerra de las tolderías en Argentina ni la experiencia bélica chilena de 1860 en adelante, pueden revivirse. Ya entonces la tecnología militar y los rifles de repetición les hicieron imposible ganar y dejaron solo una secuela de sangre y horror. También es imposible el Wall Mapu binacional, que Cayuqueo rememora a cada rato, a no ser que se entienda como un eje de integración cultural del pueblo mapuche en el hábitat ancestral, a ambos lados de la frontera.

Lo que sí está disponible hoy, en cambio, es el diálogo político y la democracia, que pueden cambiar el curso histórico de esa derrota militar pasada, y retornarla a reconocimiento de derechos y autonomía, en condiciones de paz y de progreso.

El valor del pueblo mapuche no está hoy puesto a prueba en la lucha violenta que desafía al Estado, ni en el “memorario” de revancha de un cruel episodio histórico de despojo. Está en la claridad y valentía de aceptar que los tiempos están cambiando y que esta Patria les está abriendo una oportunidad histórica de verdad, que unos pocos violentistas amenazan echar por la borda.

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