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Kastización: del paroxismo de la revuelta al orden securitario Opinión Crédito: ATON

Kastización: del paroxismo de la revuelta al orden securitario

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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En medio del carnaval consumista, Kast ha logrado generar un «efecto de identificación» con la cólera del «chileno medio» y la «rabia autoritaria» de la población que ha padecido los procesos inestables de la modernización y su presentismo agobiante. Sin duda, la kastización de la política tiene una dimensión erotizante, donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial al desamparado “mundo popular”. Además, Kast representa el fin definitivo de la transición para la derecha de anhelos liberales y sus think tanks anoréxicos.


Qué decir sobre los arabescos mediáticos de José Antonio Kast en los últimos días. Hay muchas cosas que decir. Por de pronto, el líder del Partido Republicano ha sido mordaz en restituir el agotado «principio de autoridad» que ha envilecido a instituciones, elites y a la casta política en general. Mediante un rudo expediente que entremezcla el flagelo de la plebe y los padecimientos de los menesterosos, la operatoria se funda en administrar el terror al “porvenir pobre”. Y, así, el miedo se centra en sostener que la ausencia de horizonte para los pobres es que “los otros sí gozan de un futuro posible”.

El origen de la tragedia fue “Paz Ciudadana” (“años 90”), con ese clamor por territorializar los afectos del terror como un dispositivo prevalente capaz de auscultar diversos dominios de afecciones bajo la modernización. Hoy, la gestualidad de Kast asume la securitización del territorio, captura las emotividades del sentido común, y ahí reside la eventual gobernanza. Ahora hay lenguajes e imágenes –»sin fisuras»– a nombre del goce que provee el orden securitario. De un lado, la kastización de la política ha consistido en interpelar (friccionar) a los sectores que rechazan nuestra inclemente modernización, pero que han profitado vorazmente de la misma durante casi tres decenios (progresismo) y, de otro, fustiga de cuando en vez a los heraldos de la misma, por cuanto han corrompido la probidad de las instituciones mediante el travestismo aliancista.

En suma, frente al «decadentismo institucional», no basta con un tropel de indicadores. Todo ello en medio de una trama mordaz, digna de audiencias que degustan el placer de la jauría verbal. Y ello merced a las estocadas de un Kast incontinente, ácido y sin concesiones, a la hora de soltar dardos contra aquel populismo que habría desdibujado las bases doctrinales de la UDI.

[cita tipo=»destaque»]Una vez destruidas las leyes del obrar humano, aparece un Dios sádico. Y ya lo sabemos: «Sin autoridad no hay modernización posible». Aquí irrumpe la parte masoquista del deseo: «¡Todos deseamos un Kast!». Y a no dudar: “¡Qué chileno endeudado o bajo la amenaza de narcos en el vecindario no reclama su José Antonio!”. Por su parte, un segmento de la izquierda siniestrada insistirá: “¿Y qué alemán endeudado con el capitalismo bancario no esperaba su Tercer Reich?”. [/cita]

Con todo, el quid no es “solamente” que Kast se convierta en una amenaza presidencial, aunque ello es cada vez más alarmante, sino la agraviante kastización de los contenidos retóricos, estéticos, visuales y las metáforas tánaticas del fascismo neoliberal. Por fin, «modernización, orden y autoridad» es el lema del Partido Republicano. De paso, Kast ha sentenciado discretamente a la «élite de curules», cuestionando a los grupos de poder apotingados en oficinas y círculos elitarios. Y emulando un gesto que hace recordar el proyecto fundacional de la UDI popular –liderado por Jaime Guzmán–, llama a ir a terreno. La consigna aquí es “mientras ustedes discuten temas valóricos, yo estoy en Antofagasta y en la calle con su energía popular antiviolencia”. En Lo Hermida, Maipú, Conchalí y en La Pintana. En los territorios antimigrantes abandonados por una izquierda que vistió de técnica al programa de impunidad en los años 90.

En algún sentido, Kast representa el fin definitivo de la transición para la derecha de anhelos liberales y sus think tanks anoréxicos. El líder del Partido Republicano imputa frontalmente el pacto transicional, restituyendo la autenticidad del «milagro chileno» cincelado en los años 80, bajo las coordenadas genuinas del verdadero legado de Jaime Guzmán. Aquí el sujeto de marras deja offside a la derecha transitológica, la misma que lagrimeó con el final del “laguismo”.

En suma, ha sonado la campana de la última hora, y ya es inadmisible una transición para consumar cualquier política neoliberal. En medio del carnaval consumista, Kast ha logrado generar un «efecto de identificación» con la cólera del «chileno medio» y la «rabia autoritaria» de la población que ha padecido los procesos inestables de la modernización y su presentismo agobiante. Sin duda, la kastización de la política tiene una dimensión erotizante, donde el «principio de autoridad» provee abundante placer sensorial al desamparado “mundo popular”. El discurso del kastismo solo es posible cuando el goce de la «violencia institucionalizada» no da abasto para restituir una «figura de autoridad» frente a imaginarios narcotizantes. De allí que aparezca un Kast doloroso y gozoso ante la masificación del abuso. Una vez destruidas las leyes del obrar humano, aparece un Dios sádico. Y ya lo sabemos: «Sin autoridad no hay modernización posible».

Aquí irrumpe la parte masoquista del deseo: «¡Todos deseamos un Kast!». Y a no dudar: “¡Qué chileno endeudado o bajo la amenaza de narcos en el vecindario no reclama su José Antonio!”. Por su parte, un segmento de la izquierda siniestrada insistirá: “¿Y qué alemán endeudado con el capitalismo bancario no esperaba su Tercer Reich?”. Hojarascas…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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