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Democracia, orden y libertad Opinión

Democracia, orden y libertad

Camilo Sembler
Por : Camilo Sembler Sociólogo. Doctorando en Filosofía, J.W. Goethe-Universität, Frankfurt, Alemania.
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Las últimas semanas han estado marcadas por la irrupción de un discurso propio de una derecha radical que recuerda a otras expresiones contemporáneas de un “populismo autoritario”. Al igual que en otras latitudes, en Chile este discurso reivindica con fuerza dos promesas básicas: defensa de la “libertad” y regreso del “orden”. ¿En qué consiste su promesa de “orden”? ¿De qué habla cuando dice “libertad”? 

Si bien es claro que su idea de libertad se basa en gran medida en una reducción a libertad económica, ciertamente también hay algo más. No advertir con claridad este “algo más” parece estar detrás de la posición de quienes —incluso entre quienes se identifican como liberales— creen que bastaría con simples gestos de moderación o ajustes programáticos para reorientar este discurso hacia posiciones democráticas. A su vez, en ese “algo más” parece encontrarse también una clave para comprender su capacidad de generar atracción. 

En efecto, en su invocación a la libertad también parece hacer eco de un cierto gesto contestatario, recoger un ánimo de impugnación. En este caso, sin embargo, esta impugnación se dirige hacia las conquistas de igualdad de las últimas décadas. Habla así de la libertad de decir “sin ataduras” lo que se piensa, atreverse a defender “sin complejos” las propias convicciones o, sencillamente, volver al “sentido común”. Una serie de derechos de igualdad (derechos humanos, igualdad de género o, incluso, las garantías civiles más básicas) son vistos así como límites o amenazas frente a la libertad: imposiciones absurdas de las cuales llegó el momento de liberarse. De igual manera, cuando (en nombre de una supuesta libertad de “expresión” o “pensamiento”) arroja sobre el debate público informaciones reconocidamente falsas, no solo miente o tergiversa sino que socava al mismo tiempo una de las condiciones más básicas que hacen posible que la discusión política se aproxime a un diálogo entre iguales. 

Y es aquí entonces donde se ubican sus raíces autoritarias y antidemocráticas más profundas. Semejante forma de entender la libertad (como opuesta a las conquistas de igualdad) solo puede prometer un “orden” basado en la negación de la democracia. La libertad solo se puede realizar aquí a costa de la pérdida de libertad para otros: restringiendo sus derechos o amenazando su existencia. Su promesa de “orden” solo puede existir donde la diferencia es expulsada o, si es posible, eliminada. Su promesa de “seguridad” no apela a quienes se reconocen como iguales, sino a quienes se ven como idénticos: toda pluralidad es una amenaza. 

Por el contrario, un supuesto básico de la democracia es la construcción de un orden común a través de la igualdad y la libertad. Aquí no solo el ejercicio de la libertad y las conquistas de igualdad no se contraponen, sino que se complementan. No hay libertad sin derechos quiere decir, al mismo tiempo, que la igualdad es vista como la condición de la libertad de cada uno. Por tanto, la promesa democrática de “seguridad” no radica en el poder arbitrario ya sea de la fuerza o el dinero, sino en la producción colectiva de certezas comunes y seguridades sociales para la vida cotidiana. Ni la libertad se contrapone a la igualdad, ni la profundización de la democracia se opone –en definitiva– a la conquista de un orden capaz de garantizar aspiraciones legítimas de seguridad para la vida individual y colectiva.

Es un falso dilema, en suma, situar esta elección en torno a la disyuntiva entre “orden” versus “transformación” o también “libertad” versus promesas de “igualdad”. Más bien lo que parece estar en juego es si la crisis que hoy atraviesa la democracia resulta capitalizada por una regresión de corte autoritario o, por el contrario, se encauza en el horizonte de una profundización democrática de la igualdad y las libertades ciudadanas. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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