Señor Director:
Debemos cuidar nuestro lenguaje, no me refiero solo al hablado, también a todo medio de comunicación audiovisual, R.R.S.S. incluidas. especialmente. «El lenguaje claro implica nada menos que evitar el ejercicio del poder a través de jergas incomprensibles, o de exceso de información mal organizada y abrumadora» como muy bien lo ha descrito la Directora de la Academia Chilena de la Lengua, Adriana Valdés.
No llegar al extremo de aplicar la táctica del calamar consistente en enredar y perturbar al enemigo lanzando mucha tinta, además espesa. «Confundir», por ejemplo, lo añejo, vetusto y arruinado con lo actualizado, novedoso y atractivo. El respeto, la cortesía y la amabilidad con la desmesura, la arrogancia y el insulto. ¡Claro que sí! porque estamos confundidos y confundimos tales conceptos en medio de berrinches y desatinos súbitos y lamentables.
Un amigo me decía que se duchaba ¡una vez al mes! No pues, le dije, debes hacerlo todos los días y renovarte, no dejar que tu cuerpo envejezca o se enferme. Debes ser prudente, también con tu humanidad. Y agregamos otros temas al coloquio. La discusión se alargó demasiado, no logramos ponernos de acuerdo, discutiendo acaloradamente, llegando incluso a la violencia, con un reventón que derivó, ya más serenos, en un acuerdo de lectura de un «Tratado de buenas costumbres», un buen catálogo para tener mejor vida, acomodándose a una modernidad insoslayable, que debemos afrontar, querámoslo o no, de acuerdo a los cambios climáticos, sociales, cívicos, culturales y sanitarios, económicos y políticos que el mundo ya considera indispensables.
La prudencia, la cordura y la sensatez recomendables después de un largo período de desequilibrio, de angustia y alarma, más aún teniendo a la mano el Tratado de buenas costumbres de una muy difícil estructuración y larga contextualización, debiera encaminarnos al trato amigable, a una mayor unidad y a un mejor entendimiento al que nos hemos negado porfiada y permanentemente… ¡no desperdiciemos esa riqueza latente!
El «Alma de Chile», esa que han sabido destacar varios de nuestros prohombres, no puede desaparecer, por mucha mezcolanza y hasta promiscuidad soportadas y tristemente vividas los últimos años. Un «Alma» que se siente, se palpa, se percibe en un país que anhela rescatarla prudentemente no diré de las cenizas, pero sí de los restos que aún esperan un urgente S.O.S. de nuestra alicaída democracia.
¡Ah!… Y mi amigo se convenció finalmente de las bondades de la ducha diaria, uno de los apartados del Tratado de buenas costumbres. A buen entendedor… ¡pocos dichos, muchas duchas!
Aníbal Wilson P.