La gran pregunta que todo el mundo se hace es si este acuerdo va a tener o no un efecto electoral significativo que permita ganar más votantes para la opción Apruebo. Los expertos tendrán que analizar eso, lo que nadie puede discutir es que el acuerdo da aún más certidumbre al texto de la propuesta constitucional. Por tanto, desde mi punto de vista, hace cada vez más difícil argumentar a favor del Rechazo, sobre todo, si uno se sienta a analizar qué, exactamente, significa rechazar.
Quisiera hacerme cargo de algunos temas relacionados con el acuerdo de los partidos oficialistas para modificar la nueva Constitución (si es que se aprueba). No quiero entrar en el debate del contenido, sino más bien en los aspectos circundantes al documento. En primer lugar, creo que el Presidente Boric asumió un importante riesgo al “instar” a los partidos políticos a ponerse de acuerdo en ciertas mejoras al proyecto constitucional. Cuando lo hizo, hace más de 10 días (que hoy parecen una eternidad), no era para nada claro que los partidos oficialistas lograran un documento único. De hecho, entremedio, salieron las declaraciones del ministro Jackson que provocaron fuertes reacciones entre los partidos de gobierno. Pese a todo esto, el Presidente ejerció su liderazgo y se logró un acuerdo sustantivo, que se hace cargo de la mayoría de los temas que, por distintas razones (falta de claridad de las normas, interpretaciones mañosas y fake news), aparecían como preocupaciones de la población frente a la nueva Carta Fundamental. En definitiva, creo que es hidalgo reconocer el liderazgo presidencial y la disciplina que mostraron los partidos de gobierno.
Se he hecho mucho ruido en el sentido de que el acuerdo fue una “cocina” que nos retrotraería a la política de los noventa y los dos mil. No sé exactamente cuál es la definición del término “cocina”, pero lo que yo veo que acá hubo fueron partidos políticos oficialistas que tenían (y tienen) distintas opiniones sobre si había que aclarar o mejorar textos del proyecto de nueva Constitución y cuáles deberían ser estas mejoras o aclaraciones. Estos partidos se sentaron a negociar y presentaron, públicamente, el resultado de su negociación por escrito (y firmada). Todo esto lo hicieron 3 semanas antes de la elección para que la gente tenga toda la información (sobre lo que estos partidos harían de ganar el Apruebo) antes de ir a votar. ¿Es eso una cocina?, pues bien, me declaro partidario de las cocinas.
[cita tipo=»destaque»]El Parlamento no es una secta religiosa donde se juzgue a los parlamentarios según lo que piensan, es un lugar donde se cuentan votos para aprobar leyes.[/cita]
Otro de los temas que se ha levantado es una aparente contradicción entre respetar el resultado del trabajo de la Convención Constitucional y proponer estas modificaciones. Es evidente que, en el mundo perfecto de “bilz y pap”, lo ideal hubiera sido nunca tener que hacerle modificaciones a la nueva Constitución, pero, lamentablemente, esa no es la realidad. La nueva Carta Magna, como cualquier texto jurídico, es perfectible (como lo son todas las constituciones del mundo). Acordar que, una vez que entre en vigor, se van a modificar algunos textos e interpretar otros dentro del marco que la misma nueva Constitución establece para hacer estas modificaciones, no es faltarle el respecto a ningún exconvencional, ni ser poco democrático. Es, simplemente, pretender actuar bajo las mismas reglas que establece la nueva Carta Fundamental. Relacionado con este tema se ha dicho que, por lo menos, habría que dejar que la Constitución entre en vigor y después pensar en modificarla (si fuera necesario). Es una opinión, sin embargo, me parece mucho más trasparente dejar clara la intención, antes de la votación, para que la ciudadanía conozca los escenarios a los que se va a enfrentar.
Una crítica que se ha levantado mucho, por parte de los partidarios del Rechazo, es que este acuerdo es puramente electoral y no es de convicciones. Algo así como que los partidos que firmaron el documento no sienten, en su fuero interno, lo que afirman en el documento. Esta es una crítica bastante “sui generis”, por varias razones, pero la más relevante es que en democracia lo que vale es el compromiso político de votar de cierta forma, no lo que piensan en su fuero interno los parlamentarios. El Parlamento no es una secta religiosa donde se juzgue a los parlamentarios según lo que piensan, es un lugar donde se cuentan votos para aprobar leyes. Es así como se juzgan las intenciones, con votos y, en el acuerdo en comento, los partidos firmantes se comprometen, por escrito, a entregar esos votos.
La gran pregunta que todo el mundo se hace es si este acuerdo va a tener o no un efecto electoral significativo que permita ganar más votantes para la opción Apruebo. Los expertos tendrán que analizar eso, lo que nadie puede discutir es que el acuerdo da aún más certidumbre al texto de la propuesta constitucional. Por tanto, desde mi punto de vista, hace cada vez más difícil argumentar a favor del Rechazo, sobre todo, si uno se sienta a analizar qué, exactamente, significa rechazar. En simple, significa volver a los días previos al plebiscito de octubre de 2020. Tendremos una elección para ver cómo vamos a redactar la nueva Constitución. Luego, una elección para elegir a los constituyentes. Posteriormente, va a empezar el trabajo de la nueva constituyente. Vamos a volver a discutir sobre si tenemos que tener un Estado de derechos o subsidiario, quién va administrar los derechos de agua, las atribuciones del Sernac, sistema político (parlamentario, presidencial, 2 cámaras, asimétricas), multiculturalidad/plurinacionalidad y un larguísimo etcétera. Luego tendremos que volver a votar sobre esa propuesta. Dados los plazos, va a ser una elección muy relacionada con la próxima presidencial. No sería de extrañar que esa nueva propuesta constitucional se rechace, y empezaríamos de nuevo. Al respecto, creo que vale la pena volver a ver el día de la marmota (Groundhog day). Esa excelente película de Harold Ramis, se las recomiendo.