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Reality show y endogamia política Opinión

Reality show y endogamia política

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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¿Cuáles son las habilidades y virtudes esenciales para ser un buen político? A mi juicio son el sentido común, la prudencia, la mesura, el realismo para distinguir aquello que es posible de lo que no, la inteligencia y la búsqueda del bien común. Sin estas habilidades y virtudes presentes en nuestros políticos, tarde o temprano nos iremos al carajo, y volveremos a vivir las peores pesadillas y la barbarie a que estuvimos sometidos todos los chilenos, en vez de conmemorarlas.


En los reality shows de TV habrás visto que cada participante se cree una estrella, aunque nadie los conozca. Buscan la conflictividad artificial, hacen un drama desde la insignificancia. Sus discusiones son de bajo calibre, pobre vocabulario y sin sustancia. Se agreden y hacen zancadillas. Su objetivo es eliminar al otro a toda costa, para llegar hasta el final. Aunque se llamen reality shows o telerrealidad, todos sabemos que son un microclima artificial e irreal. Los que viven encerrados dentro del set o estudio de TV se enajenan. Pierden el pudor, cierta dignidad, el contacto con la realidad y su propia autenticidad. 

¿Y qué tiene que ver el reality show con la política actual? Mucho. En la generalidad de nuestros políticos actuales, estos viven encapsulados, distanciados de la realidad. Se esmeran en ser agresivos con sus adversarios, conflictivos y dramáticos, afanados por llamar la atención y aparecer en cámara. Tienen debates y un  lenguaje empobrecidos. Como en los realities, la acción de los políticos se torna lenta al extremo, aburrida y repetida, y su primer objetivo es desprestigiar y desbancar al oponente. Desgraciadamente todavía hay una diferencia entre el reality show y los políticos, es que no hemos establecido una etapa de eliminación para que la voz popular elimine a los peores participantes.  

¿Cuáles son las habilidades y virtudes esenciales para ser un buen político? A mi juicio, el sentido común, la prudencia, la mesura, el realismo  para distinguir aquello que es posible de lo que no, la inteligencia y la búsqueda del bien común. 

Vamos al sentido común. Fue Aristóteles de los primeros que se acercó a su concepto y de donde emana la voz o expresión “sentido común”. Aristóteles  decía que este era la unión de los diversos sentidos externos (olfato, tacto, gusto, audición y vista) y los internos (la facultad de pensar, la memoria y la imaginación), comunes a todos los seres humanos, de cuya reunión resultaba la distinción entre lo acertado y equivocado, lo correcto de lo incorrecto. Normalmente llamamos sensatez al resultado del sentido común.

Nuestros políticos se han alejado del sentido común, porque han distanciado su sensibilidad de la realidad. Han dejado de sentir y escuchar a los ciudadanos y sus problemas. Viven en un mundo aparte, fantasioso, parecido al set artificial del reality show. Encapsulados en el Congreso Nacional de Valparaíso, nefasto porque potencia su aislamiento. Si no es en Valparaíso, están encerrados en La Moneda, en un ministerio, en Cerro Castillo, en la sede del partido, en comedores exclusivos para su bancada. Allí se confirman sus opiniones unos a otros. De este modo ven y experimentan una realidad distorsionada, desenfocada y muy parcial, ajena a las vivencias, urgencias e intereses reales de los ciudadanos de a pie.

Se han transformado en una clase política endogámica. Todo sistema endogámico busca defender la homogeneidad del grupo, de manera que este se mantenga siempre igual a sí mismo y diferenciable de todos los demás. La unidad del clan es la razón suprema. No se contactan con la diversidad, se reproducen entre sí, y de este modo disminuyen aún más sus aptitudes, su inteligencia y capacidades, porque ello es un efecto inevitable y natural de toda endogamia.

Quizás les falte calle, gastar suela, subirse a la micro, ir al supermercado, al campamento, poner las patitas en el barro, conocer de cerca a sus electores y juntarse con ellos, visitar sus casas, escucharlos y observarlos, como lo hacían los antiguos políticos aun fuera de campañas electorales.  

Si estuvieran abiertos a la experiencia real de los otros, serían más empáticos con la ciudadanía. Si  usaran la amplitud de sus sentidos que son comunes a todos los humanos, sobre la realidad nacional en toda su diversidad, se haría más posible que los políticos alcancen el sentido común, y así tiendan puentes, alcancen acuerdos, construyan amistad cívica y tomen decisiones sensatas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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