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Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro Opinión

Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro

Óscar Plandiura
Por : Óscar Plandiura Escultor, licenciado en Artes de la U. de Chile y maestro en piedra de la Escuela Nacional de Artesanos. Creador de la escultura de Víctor Jara
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Días atrás se informó que Barrientos será extraditado a Chile el próximo 28 de noviembre desde Miami (EE.UU.), algo por lo que Joan Jara luchó toda su vida, pero que lamentablemente no podrá ver.


“Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”, se pudo leer en un sector de la tribuna norte del Estadio Nacional el día en que el fuego panamericano ingresó por la fatídica escotilla número ocho que emerge desde las graderías tuteladas por viejos tablones de madera,  tal cual estaban en septiembre de 1973, y por donde ingresaron  centenares de prisioneros que luego fueron torturados, fusilados o hechos desaparecer.

De esta manera y con este simbólico gesto, el pasado mes de octubre el Estadio Nacional, después de 50 años de haber sido profanado por los militares, daba por inaugurados los Juegos Panamericanos Santiago 2023.

Sin embargo, la impecable organización de los Panamericanos, liderada por el ministro del Deporte, Jaime Pizarro, y el director ejecutivo de Santiago 2023, Harold Mayne-Nicholls, confirmando que se puede ser de izquierda y hacer las cosas bien, contrasta con  los pobres, deslucidos y en algunos casos vergonzosos actos oficiales para conmemorar los 50 años del golpe de Estado cívico-militar de 1973, dejando al desnudo a esta joven generación que nos gobierna,  una sorprendente incapacidad de gestión, además de una inexcusable falta de compromiso con la verdad histórica respecto de las acciones que llevaron a la muerte del Presidente Salvador Allende y la cruel dictadura que se extendió por más de 17 años.

La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado era la oportunidad histórica, para quienes hoy habitan el histórico palacio diseñado por Joaquín Toesca, de realizar gestos que al menos estuvieran en sintonía con lo realizado en las pasadas conmemoraciones de los 20, 30 y 40 años del golpe; sin embargo,  esta conmemoración estuvo marcada por la ausencia de actos y obras de envergadura.

La cultura de la “cancelación” y sus nefastas consecuencias también contaminaron el cincuentenario del golpe de Estado y, en muchos casos, como ya analizaré más adelante, la instalación de la ideología del “olvido” como doctrina del oportunismo en su expresión más abyecta, se ha expandido como una pandemia.

 Solo a modo de ejemplo, citaré en primer lugar la vergonzosa “cancelación” del poeta Premio Nobel Pablo Neruda, operación que impidió que se le recordara como correspondía, al conmemorarse los 50 años de su probable envenenamiento perpetrado por la  dictadura. Neruda, autor de Estravagario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Canto general, también fue senador comunista y militante que sufrió el exilio, además de ser un activista que tras la guerra civil española salvó de morir a más de 2 mil refugiados republicanos embarcándose a Chile. Sin embargo,   Neruda, de forma imperdonable, fue borrado de toda conmemoración en virtud de algunos excesos y conductas privadas de su pasado.

A propósito de haber juzgado al Premio Nobel Pablo Neruda de la forma en que se ha hecho, el escritor y crítico literario Matías Rivas, en una notable columna de opinión, señaló: “Es un ejercicio de barbarie cultural con precedentes nefastos en la historia, en especial cuando funcionaba la Inquisición. No obstante, se continúa con estas prácticas en nombre del bien y de un futuro sin abusos, lo que implica la censura de protagonistas del pasado en un acto de una justicia póstuma”.

Sin embargo, el acto de olvido más imperdonable fue la omisión ocurrida el pasado 16 de septiembre, fecha en que se conmemoraron los 50 años del cobarde y cruel asesinato del profesor, dramaturgo y cantor popular Víctor Jara. Esa fecha era la que se había acordado para inaugurar el parque y el monumento que llevaría el nombre del artista.

Da tristeza que el parque, emplazado en lo que fueron las riberas del Zanjón de la Aguada, no se haya terminado, a pesar de que su construcción se inició hace más de 20 años. 

Del mismo modo, llama la atención el desinterés que hubo por inaugurar las imponentes esculturas de mármol travertino que formarían parte del monumento a Víctor Jara, estatuas hoy abandonadas que esperan  pacientemente desde hace años, en unos antiguos galpones que formaron parte de lo que fue el combativo cordón Vicuña Mackenna.

Las razones para este ejercicio de amnesia colectiva que, como ya hemos visto, también contagió a muchos funcionarios del Gobierno de Gabriel Boric, podemos encontrarlas en aquellos que, sintiéndose culpables o cómplices de conductas que hoy reniegan, se ven angustiados por la urgencia de dar vuelta la página y olvidar, buscando de esta manera no hacerse cargo de un pasado que los inculpa. Basta recordar las cobardes y patéticas imágenes de ministros, subsecretarios y toda clase de seremis borrando tuits y publicaciones en redes sociales escritas en el contexto del estallido social. 

En otros casos, muchos compañeros, compañeras y compañeres en todas sus identidades, que durante años hicieron uso y abuso de la imagen de Víctor Jara, hoy están obsesionados con mantener el poder, la pega en algún ministerio o los pitutos en alguna gobernación o municipalidad, y les parece un riesgo innecesario estar demasiado cerca del creador del tema “El derecho de vivir en paz”.

Como una final y última reflexión, habría que señalar que la muerte de Joan Jara, activista de los derechos humanos, quien luchó incansablemente durante años para que la justicia chilena esclareciera las circunstancias de la muerte de su esposo, logró que el pasado mes de agosto, después de 50 años, la Corte Suprema ratificara la condena de siete exmilitares del Ejército implicados en el asesinato de su esposo, incluyendo al teniente Pedro Barrientos, quien, según sus subordinados, solía enarbolar su arma reglamentaria para jactarse diciendo: “Con esta maté a Víctor Jara”.

Días atrás se informó que Barrientos será extraditado a Chile el próximo 28 de noviembre desde Miami (EE.UU.), algo por lo que Joan Jara luchó toda su vida, pero que lamentablemente no podrá ver.

Por otro lado, las autoridades dicen que ahora “sí que sí” habrá fecha para la inauguración del monumento a Víctor Jara, conjunto escultórico conformado por una gran explanada para realizar actividades artísticas, una fuente de agua para que los niños se bañen y refresquen durante el verano, una estatua de mármol que representa a Víctor con su guitarra y su eterna sonrisa junto a un grupo de niños con un perrito, también esculpidos en mármol. Es importante señalar que la presencia de los niños y el perrito fue solicitada expresamente por Joan Jara hace ya ocho años.

El creador de la obra siempre señaló que este monumento también era un reconocimiento a Joan Jara, sin embargo, ella murió sin que se le rindiera este justo homenaje.

Por qué tenemos que homenajear a una persona cuando ya está muerta, cuando no podrá ahora escuchar los discursos ni tampoco podrá sentir el cariño de la gente. Les aseguro que hubiese sido más emotivo, más lindo, más útil, y estoy convencido que hubiese valido más la pena, haber inaugurado el parque y monumento a Víctor y a Joan Jara, con ella presente, que pedir cadenas de oración o un minuto de silencio.

Todos sabemos que las cosas hay que hacerlas en vida, pero –cuando es posible– los homenajes también.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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