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Los zoológicos han quitado más vidas que los animalistas

Por: Francisco Carreras V


Señor Director: 

En su carta del 27 de febrero, Rodrigo Barahona-Segovia señala que “los zoológicos han salvado más vidas que los animalistas”. Para ello alude a datos asociados a la extinción de especies, como resultado del cambio climático, y la labor que realizarían los zoológicos en favor de la conservación de estas especies. En términos muy convenientes, Barahona-Segovia centra su análisis en lo que considera es la evolución de estas instituciones en los últimos 50 años.

Históricamente, los zoológicos remontan a las antiguas civilizaciones china y egipcia. Sin embargo, con el surgimiento del capitalismo, éstos se vuelven parte constitutiva de la industria cultural moderna. No es casual que, en los siglos XVIII y XIX, países como Francia y Estados Unidos desarrollaran “exposiciones universales” en las que se exhibieron en jaulas contiguas, y a veces juntos, a animales y a humanos nativos de las colonias de Sudamérica, África y Oceanía.

Supongo que Barahona-Segovia sabe de sobra que el origen de los zoológicos modernos remonta inequívocamente a la sustracción masiva de sus hábitats y el tráfico inescrupuloso de animales. Esta captura no solo ha derivado en la muerte de miles de animales – en su intento de defenderse o de proteger a sus crías – sino también en la disminución ostensible de población de diferentes especies que ven disminuidas sus posibilidades de reproducción, y destruidas sus formas de sociabilidad.

Para Barahona-Segovia, la contribución principal de los zoológicos es la de preservar especies completas de su extinción, como resultado del calentamiento global. Es curioso que un profesional ligado al sector agropecuario no se refiera al hecho de que precisamente la producción pecuaria es una de las principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero.

En definitiva, la industria de la entretención (zoológicos, acuarios, circos, delfinarios, caza deportiva, tiendas de venta de mascotas, etc.) y la industria alimentaria (corrales, lecherías, acuicultura, mataderos) son necesariamente, y en primer lugar, las principales causantes del etnocidio sobre millones de seres indefensos que sufren y mueren día a día, con la complicidad de la ciencia y la técnica modernas, encarnadas en muchos de sus profesionales.

La racionalidad científica no está llamada a reemplazar la reflexión ética relativa al tipo de relación que los seres humanos queremos establecer con la naturaleza, ni al tipo de sociabilidad que podemos desarrollar con los animales. En materia de deliberación ética no cabe restringir la discusión a un grupo exclusivo de expertos.

Barahona-Segovia puede tener un vasto conocimiento relativo al mundo animal, pero su comprensión de la causa animalista es exigua. ¿Tendrá alguna noción de cuántos animales sobreviven gracias a la proliferación de campañas tendientes a acabar con el sufrimiento y exterminio de animales promoviendo el vegetarianismo?, ¿sabrá cuántos animales domésticos son rescatados a diario, y dados en adopción por organizaciones animalistas en Santiago?, ¿manejará información relativa a cuánto han influido las campañas de estas organizaciones para reducir el uso de pieles animales como vestimenta, en el fin de la experimentación animal en la industria cosmética, o en la disminución de espectáculos circenses que utilizan animales?

Demás está decir que provocar un incendio en contra de un reducto de reclusión de animales es un acto repudiable, más aún si se llegara a demostrar que tras esta acción están involucrados grupos que dicen defender la vida animal. Sin embargo, no es adecuado que Barahona-Segovia generalice al referirse al animalismo. Sería deseable primero que se demuestre judicialmente que el incendio que afectó al Cerro San Cristóbal fue efectivamente causado por personas ligadas a demandas animalistas, lo que es cuestionable, a juzgar por los montajes ocurridos en los últimos años contra grupos de inspiración libertaria o de defensa del pueblo mapuche.

Si no es conveniente generalizar respecto de quienes defienden la causa animalista, tampoco es correcto desconocer que existen personas que trabajan en zoológicos, con la intención genuina de proteger y preservar la vida de animales. Con todo, si los zoológicos han evolucionado o no en los últimos 50 años, parece ser un aspecto menor en relación al daño irreparable que dicha industria ha causado en la historia sobre las diferentes formas de vida animal. El solo recordar el caso de Taco, oso polar que debió resistir por 18 años hasta su muerte los más de 30 grados del verano santiaguino en el Zoológico Metropolitano, debería bastar para ilustrar cómo siempre nuestra propia humanidad queda puesta en cuestión al tratar con otras especies sintientes. Cuesta, y siempre costará comprender, por qué los animales deben pagar el precio de su supervivencia a costa del encierro y de la exposición a condiciones de vida brutales.

Mal que mal – parafraseando a Isaac Bashevis Singer – “en relación con los animales, todos los humanos son nazis; para los animales, esto es un eterno Treblinka”.

Francisco Carreras V.

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