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Final de Juego, por fuera de los partidos Opinión

Final de Juego, por fuera de los partidos


La metáfora “no hay peor ciego que el que no quiere ver” se aplica a la perfección a la clase política chilena, especialmente al presidente Sebastián Piñera y su gobierno.  Pero no es solo culpa de éstos. Los políticos chilenos convencieron a tantos que Chile, el alumno aventajado del Fondo Monetario y cuyos ministros de Hacienda aspiran a integrar su Directorio luego de dejar sus cargos, experimentaría la prosperidad y el desarrollo, que terminaron por autoconvencerse de las bondades del modelo implantado en dictadura, que cuidaron y protegieron en democracia con deleite de artesano.

Tal era el peso de la ideología neoliberal y la convicción, como diría Durkheim de        que era prohibido tocarlo, que terminaron por convencerse que era inamovible. Por eso, cualquiera que pretendía cuestionarlo era inmediatamente motejado de populista o demagogo. La supuesta primacía de la realidad económica debía prevalecer contra cualquier veleidad idealista de los progres desubicados.

Con el tiempo, esa visión reduccionista de la economía: crecimiento-mayores ingresos fiscales-holgura para pagar bonos compensatorios  -bajos impuestos-mayor inversión -disciplina fiscal con superávit y vuelta al crecimiento se convirtió en una “verdad revelada”. Chile era, y sigue siendo, un modelo neoliberal que la transición política con gran sabiduría había sabido mantener. Es decir, los políticos, habían respetado y revalorado las reformas del plan modernizador de los años, 79, 80 y 81, realizado por la dictadura de Pinochet, extendiéndolo hacia el período democrático, con el virtual secuestro del Estado chileno por los privados. Pero no por cualquier privado. Sino concentrado en 20 familias verdaderas dueñas de Chile y sus servicios básicos, sus recursos naturales, financieros; de la salud y la educación de los ciudadanos y hasta de los ahorros previsionales que convertidos en una gran masa de dinero sustentan el mercado financiero que facilita tal concentración.

Un nudo legal de hierro, se creó para hacer el sistema más eficiente, con una Constitución extendida, leyes orgánicas de altísimos quorum e instancias que operaban como seguros del status quo. Así, el país modelo en respetar su modelo, en su desesperada búsqueda por parecerse a una democracia moderna europea acabó por convertirse, dramáticamente, en una república bananera, secuestrada por una oligarquía decadente y una visión persistente de que ello era inamovible durante casi tres décadas.

Pero las visiones cambian, no necesariamente sustituidas por otras visiones superiores sino también porque existen quiebres en las percepciones de la realidad que las tornan caducas. Eso explica que el conjunto de la clase política quede descolocada en esta coyuntura. Como muchas veces ocurre, una insatisfacción menor rebalsa el vaso y provoca la movilización de las comunidades y el quiebre de las visiones preexistentes. Como en otras épocas, merced a ellas se arribó a preguntas hasta entonces inverosímiles: ¿Debe ser el Rey en quien recaiga la soberanía del Estado, o podría ser el pueblo? En el Chile de hoy se escuchan preguntas tan subversivas como aquellas: ¿Quién nos consultó el modelo?; ¿Por qué no se plebiscita el sistema previsional para yo optar por el sistema de capitalización individual o el de reparto? ¿Por qué seguimos regidos por esta Constitución creada e impuesta en dictadura? ¿Por qué somos el único país del mundo en que los derechos de aprovechamiento de aguas están privatizados? ¿Por qué la Constitución Política impide cambiarlo? ¿Por qué el pueblo mapuche no es reconocido constitucionalmente? ¿Por qué no les devolvieron a los profesores los dineros que les fueron virtual y dolosamente sustraídos? ¿Por qué las fuerzas armadas tienen un sistema previsional de reparto que le cuesta a Chile más de 600 millones de dólares al año? …  

La “voz de la calle” volvió a rescatar la metáfora de la “retroexcavadora” para despejar el modelo, la misma que con tanto escándalo se demonizó hasta hace pocos meses.

Lo verdaderamente novedoso es que este movimiento se ha hecho fuera del sistema de partidos, y por ello, si no indemne por lo menos lejano al gatopardismo típico chileno.  De ahí la desconfianza de la gente en ellos,  y su opción por manifestarse de manera autónoma.

En este contexto, el cambio de gabinete parece una patética confesión de que el Presidente y su gobierno no entienden nada de la situación.

Porque en verdad, la deplorable destrucción de los bienes públicos y privados, es poca cosa en comparación con el hundimiento de las visiones y las ideas sacralizadas del modelo y el valor económico de ello para unos pocos.

Soy optimista. Así como hasta las visiones más persistentes cambian, las cegueras de los pueblos se curan, aunque sea a empujones. La cuestión de hoy, en Chile, no  consiste en sacar o poner ministros, jóvenes o de experiencia en páginas de coaching público. Consiste en distribuir nuevamente el naipe, sin comodines y sin trampas, para superar efectivamente el momento.

Hay que avanzar entonces por el principio: Asamblea constituyente; gente debatiendo y empezando a escribir un texto en el que quepamos todos. Si otros pueblos pudieron, nosotros también.

La soberanía popular de verdad existe cuando se expresa en poder constituyente. Si la clase política se opone o cierra sus oídos para no escuchar el ruido de la ola, el tsunami le pasará por encima.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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