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Cuando la precariedad y fragilidad son de todo un país Opinión

Cuando la precariedad y fragilidad son de todo un país

Luis Machuca
Por : Luis Machuca Ingeniero Comercial (U. de Concepción), Magister en Planificación y Gestión Educacional (UDP), docente universitario y consultor.
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Cuando el país logre superar la contingencia presente –lo cual seguramente hará–, la fragilidad y precariedad de nuestra economía, sociedad y convivencia seguirán ahí, seguramente acentuadas. Al igual que el terremoto del 2010, la pandemia actual –sumados sus efectos a los de la movilización social– ha desnudado aún más las profundas inequidades, debilidades y  contrastes de la sociedad en que nos desenvolvemos desde hace ya a lo menos 47 años.


Con posterioridad al terremoto de febrero de 2010, de entre todas las consecuencias y conclusiones de esa catástrofe, se conoció –con muy poco detalle por cierto, dada la temática– cómo los efectos inmediatos del desastre fueron analizados detalladamente por un país vecino del norte (que no es Bolivia).

La situación de total vulnerabilidad en que quedó Chile en las horas e incluso días posteriores al cataclismo, constituyeron sin duda una fuente enorme de datos a considerar en algún escenario futuro en que, ojalá así no ocurra, tengamos que enfrentar la mayor catástrofe no natural (exceptuando una guerra civil) que puede afrontar una nación, esto es, una guerra contra un enemigo externo.

Nuestro país adolece de una fuerte desventaja producto, por cierto, de una de sus características geográficas, que como tal no es modificable, como lo es su gran longitud y casi absoluta dependencia de una sola vía de comunicación que es la llamada carretera 5. Aun cuando contáramos con infraestructura ferroviaria adecuada, como la que tantas veces se ha prometido, ello no cambiaría esencialmente el panorama, por cuanto el tendido principal seguiría obedeciendo a la variable geográfica, es decir, tendría que ser también esencialmente longitudinal.

Así, el país está absolutamente expuesto a ser cortado en dos o más partes, que quedarían –exceptuada la cobertura aérea y marítima– prácticamente aisladas. Pero la primera, la cobertura aérea, no puede operar sin bases en tierra que puedan continuar en servicio.

Y la experiencia de conflictos bélicos, particularmente en el Medio Oriente, ha mostrado que las primeras instalaciones atacadas y destruidas son precisamente esas. En cuanto a la cobertura naval, si bien es importante, presenta dos desventajas relativas importantes cuando el factor tiempo es vital: la dificultad para pasar de la inercia de un muelle de atraque a la acción en alta mar y la relativa lentitud de desplazamiento de los navíos mayores, determinado por su alto tonelaje y la relativa lentitud con que puede desplazarse, en comparación con medios terrestres o aéreos.

En el caso del escenario descrito, Chile presenta además otro gran riesgo. Y es que no sabemos, producto entre otras cosas de la falta de control civil sobre las FF.AA., hasta qué grado la doctrina de relativismo frente, por ejemplo, a la temática de los Derechos Humanos, inculcada en las  escuelas, cuarteles, naves y bases, ha socavado la integridad moral de sus mandos y cuadros en general.

Otros hechos que se han producido en los últimos años, en las tres ramas de las FF.AA., y que se refieren a un relajamiento absoluto de la ética y la austeridad, también contribuyen a minar la moral. Y cuando es necesario probarla, ya es muy tarde. Tenemos el caso de la experiencia argentina y la aventura irresponsable de sus Fuerzas Armadas en 1982, al decidirse a invadir las Malvinas.

Aventura lastimosamente apoyada incluso internamente por fuerzas políticas de centroizquierda. No quedaba otra cosa, en realidad, enfrentadas a la realidad de los hechos consumados. El desempeño de las FF.AA. argentinas en dicha contienda fue absolutamente deficitario.

Los soldados fueron prácticamente abandonados a su suerte en el campo de batalla por sus oficiales, formados en la doctrina impartida entonces por la Escuela de Las Américas, según la cual el enemigo a combatir era el comunismo o cualquier cosa que se pareciera o se pudiera hacer parecer como tal. La única excepción honrosa –en términos de desempeño profesional– fue la Fuerza Aérea Argentina, más que nada por el innegable temple y valía de sus pilotos –algo reconocido incluso por los ingleses– y la inestimable ayuda material proporcionada por el vecino del norte mencionado al principio de esta columna.

Hoy, en tiempos de paz, que debemos asumir  no durarán siempre, Chile enfrenta, con estrategias discutibles, una catástrofe sanitaria originada lejos de sus fronteras. Pero ¿hay fronteras hoy en día? Es innegable que la coyuntura actual constituirá –pasada la emergencia– un reforzamiento de las posturas aislacionistas y antiglobalización. Los promotores del Brexit verán reforzada su posición.

De hecho, actualmente quienes habían manifestado cierto grado de arrepentimiento por haber abandonado la UE, se sienten fortalecidos en su decisión. Chile jugó a ser el alumno estrella de los Chicago Boys. Quisimos ser los más abiertos de entre los aperturistas. Nuestro grado de exposición a los vaivenes del comercio exterior, particularmente los precios de las materias primas, y a la demanda externa, principalmente de China, nos hacen hoy enfrentar una dura realidad: ingresos del cobre que caerán a lo menos un 20% y gasto fiscal fuertemente incrementado, producto de las medidas para atenuar los efectos económicos de la pandemia y de la atención –ahora en un segundo plano– de la “agenda social”

Pero no nos engañemos: aun cuando el país logre superar la contingencia presente –lo cual seguramente hará–, la fragilidad y precariedad de nuestra economía, sociedad y convivencia seguirán ahí, seguramente acentuadas. Al igual que el terremoto del 2010, la pandemia actual –sumados sus efectos a los de la movilización social– ha desnudado aún más las profundas inequidades, debilidades y  contrastes de la sociedad en que nos desenvolvemos desde hace ya a lo menos 47 años.

El Gobierno, particularmente el Presidente Piñera, y esto entiendo que es muy políticamente incorrecto decirlo, pero tengo inmunidad, ha recibido una suerte de aire inesperado. Es cierto que la pandemia representa nuevos desafíos, anexos a los ya existentes. Incluso podría ser una oportunidad para recuperar liderazgo y demostrar eficiencia en su perfil más favorable, el de gerente, porque es innegable que así como íbamos a comienzos de año e incluso a inicios de marzo, la cosa pintaba fea.

Ya se hablaba abiertamente de evaluar posibilidades para iniciar un proceso de destitución o al menos de entrega de parte de sus poderes al Parlamento (lo que dudo si era buena idea). Pero a no sacar cuentas alegres. A no sobregirarse de una cuenta que tiene muy poco saldo y que hace tres semanas estaba en rojo. Nada ha cambiado en lo esencial.

La oposición, muy desorientada  y desperfilada en este período e incluso mucho antes, debe reestructurarse para impedir el aprovechamiento, por parte del Ejecutivo, de las actuales circunstancias para sacar adelante, a como dé lugar, proyectos como el de reforma previsional, que mantiene en esencia las mismas características del actual, que de previsional tiene poco y más bien es un sistema de ahorro forzoso para allegar recursos financieros frescos a la banca y la gran empresa, y a los cotizantes y pensionados los somete a la verdadera lotería de los multifondos que ha significado: solo en tres semanas, pérdidas de hasta un 25% del ahorro previsional de un trabajador.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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