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Economistas contra salubristas: un falso dilema Opinión

Economistas contra salubristas: un falso dilema

Gonzalo Martner
Por : Gonzalo Martner Economista, académico de la Universidad de Santiago.
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Un sondeo reciente preguntó a economistas calificados en Estados Unidos si acaso el Gobierno debía invertir más en acelerar el testeo por COVID-19 y para lograr una vacuna. Obviamente todos estuvieron de acuerdo.

El sondeo también preguntó, lo que es menos obvio, si abandonar las cuarentenas mientras permanece el riesgo de nuevos brotes de infección llevaría a un mayor daño económico. Ninguno estuvo en desacuerdo

Conclusión: los paneles de economistas que procuran atenerse a hechos razonablemente comprobables, piensan que para salvar la economía hay que hacerles caso a los expertos en salud pública y no relajar medidas hasta que no existan una serie de condiciones, a la espera de la vacuna. Entre ellas, un transporte público reacondicionado para mantener el distanciamiento y la sanitización, una mucho mayor capacidad de testeo del contagio, un gran contingente en los servicios de salud y en la salud primaria para el monitoreo de personas contagiadas sin síntomas y recuperadas y el aislamiento de las zonas de tratamiento por COVID-19 en los hospitales. En Chile, como la mayoría de los economistas trabajan para intereses empresariales, opiniones de este tipo no se expresarán demasiado y habrá solo voces aisladas planteando lo razonable.

El tema a considerar es que hay muchas incógnitas con el comportamiento de la pandemia que nos aqueja. Los científicos y los gobiernos navegan en muchos sentidos a ciegas. Pero más vale hacerles caso a los científicos, aunque también se equivoquen, pues tienen por formación el reflejo de estar abiertos a reconocer y enmendar el error, como ocurrió con el uso de mascarillas. En contraste, Trump recomendando tomar desinfectante y las payasadas de Bolsonaro están ahí para ilustrar los extremos en el desvarío de algunos gobiernos.

Retomar la actividad económica y educacional requiere de medidas sanitarias fuertes, como están recomendando los salubristas, con resistencia de la autoridad política en nuestro país y de un ministro de Salud que no se sabe si prioriza el control de la pandemia o minimizar las suspensiones de actividad. Su posición sobre la suspensión de clases fue insólita para quien ostenta esa responsabilidad.

El problema es que en la mayoría de los casos, las empresas y entidades educacionales no están en condiciones de cumplir las restricciones sanitarias a cabalidad. El riesgo de rebrotes diversos es real. ¿Cuántas personas, por temor, dejarán de ir o irán muy poco a restaurantes, centros comerciales, cines, peluquerías, talleres de reparación, y otras actividades no esenciales si se relajan en exceso las medidas sanitarias y el virus sigue circulando sin barreras suficientes? Las clínicas privadas vacías están ahí para demostrar que esa conducta de precaución espontánea estará presente en el corto y mediano plazo. Entonces no se trata solo de decretar un grandilocuente «retorno seguro» para salvar la economía.

Hay que asumir que se debe por un cierto tiempo, que puede ser largo, preservar lo esencial de los abastecimientos a la población y su logística respectiva y concentrar ahí la mantención de la actividad en condiciones rigurosas de distanciamiento físico, de testeo y de monitoreo de lugares de infección y de infectados. Y cuando sea posible, mantener o reiniciar otras actividades con alta automatización y baja concentración humana. Y desde luego aprovechar todas las posibilidades de trabajo a distancia.

Ya que el Gobierno no puso en práctica un esquema de mantención general de ingresos vía créditos y subsidios suficientes, que era lo más apropiado para evitar el derrumbe económico, y optó por un esquema de alivio tributario y crediticio que privilegia a las grandes empresas (no hay que olvidarse de quiénes son los que nos gobiernan), se plantea con urgencia el tema de un ingreso básico de emergencia equivalente al salario mínimo y hasta 500 mil pesos por familia.

Este debe cubrir a la brevedad a todas las familias que lo necesiten y mientras lo necesiten, financiado con reorientaciones de gasto público, uso de reservas fiscales y endeudamiento (por qué esto no es una catástrofe ni mucho menos, está explicado en este enlace). Esto no solo es indispensable para sostener las medidas sanitarias que no pueden funcionar si no se preserva a las familias y personas del hundimiento económico, sino que también será una condición de mantención del poder de compra para hacer funcionar las cadenas de abastecimiento básico y el empleo en ellas. El control de la pandemia y evitar el colapso de la economía van de la mano.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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