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Aprendizaje nómada, pandemia y nuevos territorios para la infancia Opinión

Aprendizaje nómada, pandemia y nuevos territorios para la infancia


¿Por qué tenemos derecho a instalarnos a trabajar con nuestros estudiantes en el territorio dónde ellos viven? ¿Con qué derecho instalamos una aula móvil en el campamento Millantú de Puente Alto e interrumpimos la circulación de un pasaje o la funcionalidad de una esquina? Estas preguntas parecen poco pertinentes en el contexto de lo que entendemos por educación, incluso tiene alguna dificultad de comprensión en su planteamiento lógico, sin embargo, la pandemia abrió un espacio inédito, con reglas nuevas que trastocan la realidad que teníamos y de esa grieta, se cuelan propuestas originales como las del Aprendizaje Nómada de la escuela Novomar de Puente Alto.

Esta columna se escribe sobre un mapa que intenta describir un flujo. Es una cartografía del devenir nómada en Novomar y que a pesar de reconocer hitos de su historia, pone el foco en el espacio de lo entre, en las movilidades e interacciones que aparecen en un proceso que es múltiple y complejo. Novomar crea un territorio propio entre 2000 y 2021: Inclusión educativa (2000), escuela comunitaria (2003), factores protectores y enfoque de derecho (2005), orden restaurativo en la convivencia (2009), aprendizaje nómada (2017), matriz de pensamiento (2018) y, por último, organización nómada (2020) y modalidades pedagógico – territoriales en pandemia (2021).

Para proyectos que hemos habitado siempre en la periferia del sistema educativo chileno, con crisis como la desatada por la pandemia no teníamos nada que perder. Por eso no tardamos en salir a buscar nuestra suerte al territorio. En junio del 2020 en uno de nuestros viajes nos encontramos con el campamento Millantú y se abrió un proceso generativo, de acople vital entre nuestra deseo de ayudar y las necesidades de una comunidad de aprendices que estaba destinado al fracaso escolar por no contar con equipos ni conectividad para algún tipo de clase online. Así, la mirada nómada se convirtió en el escenario de la gesta de un equipo que decidió llevar la escuela al territorio.

“Saquear” la realidad para el aprendizaje

Novomar es una de las escuelas más pobres del sistema educativo. Esta condición guarda relación también con que sus estudiantes son los más vulnerados en sus derechos y los más empobrecidos en sus condiciones de vida. El 2020 tuvo el Índice de Vulnerabilidad más alto de la zona sur de Santiago (IVE 100%) y durante 26 años ha volcado su proyecto educativo hacia las necesidades del grupo que más problemas tiene para acceder y permanecer en el sistema escolar. Por eso no resulta casual que sus estudiantes provengan de barrios de alta complejidad, que según la definición que sale desde el Estado, estaríamos frente a barrios en los cuales “se ha progresivamente construido espacios fuera de la ley” y donde impera normas de capital social perverso (crimen organizado).

Además de Millantú, nuestros estudiantes provienen del campamento Peñoncito y de barrios como Bajos de Mena y El Castillo. Quizás sea la condición vulnerable la que nos sacó hacia fuera. Tiene lógica nómada. Frente a la escasez de recursos materiales la realidad está repleta de recursos para los aprendizajes. Los docentes de Novomar están invitados a “saquear” la realidad. Una plaza, un árbol, una sede vecinal o una flor o una piedra son oportunidades para que un niño o niña aprenda. ¿Qué pasa con el currículo nacional? Bueno, debe plegarse a la experiencia enactiva donde es el aprendiz el que “conduce” todo el proceso. El docente nómada pasa a ser un alquimista que cumple la función de promover un diálogo entre saberes institucionales y del territorio. Pero su gran magia es hacer que el currículo desaparezca en el flujo social, en las interacciones que la propia vida permite. Aprender y vivir son inseparables.

Una pregunta pertinente: ¿Es posible que proyectos educativos trasciendan el territorio y construyan aprendizajes de forma aislada de la realidad donde habitan sus estudiantes? La respuesta es sí. Es lo que vienen haciendo la mayoría de las escuelas que funcionan bajo la lógica de los aprendizajes descontextualizados ¿Cuál es el territorio de ese tipo de proyectos? Es uno altamente codificado, estandarizado y que utiliza como estrategia representar el mundo y para eso, debe controlar todo el proceso. La lógica de ese pensamiento coloca la vida en un plano de subordinación. Pensar sujeto y objeto implica una sujeción. Pensar docente y aprendiz implica siempre jerarquía. El pensamiento nómada construye un nuevo territorio con su propia lógica y crea conceptos nuevos que permiten operar en la realidad de otra forma.

El Aprendizaje Nómada emerge como idea en Novomar el año 2017. Aparece asociado a dos imágenes relevantes: la territorialización y la corporeización de los aprendizajes. Territorio y cuerpo abren un nuevo espacio para la producción de experiencias desde la escuela. Sin embargo, senderos, nodos y circuitos de aprendizaje nómada, a pesar de ser definidos como experiencias de co diseño entre actores y elementos de la escuela y de la comunidad, en sus primeros años (2018-2019) no logran ser llevados a la acción. Aparece un problema asociado al cómo pensamos y cómo eso es un obstáculo. Así la Matriz de Pensamiento Nómada (MPN) emerge como necesidad para dar consistencia a las metodologías y prácticas nómadas en Novomar. El pensar nómada tiene que ver con movilidades, flujos e interacciones. Es el pensamiento de la transformación. El otro pensamiento es el de la estabilidad, el control y lo jerárquico.

El fundamento es la Tierra

El fundamento de toda experiencia nómada es el suelo, la Tierra. Lo nómada habla de una movilidad y de un particular uso intensivo del territorio. El nómada no necesita apropiarse de la Tierra para habitarla, ejerce un derecho a transitarla porque reconoce a ella como fundamento. Pensar de esta forma nos permitió crear una experiencia de trabajo pedagógico – comunitaria que después de un año consolidó una nueva relación entre nuestro equipo docente y actores del territorio. No sólo logramos retener a nuestros estudiantes sino que aumentamos la matrícula de forma significativa. El encuentro con estudiantes migrantes aceleró nuestro proceso de transformación como escuela y proyecto. Correr permanentemente el perímetro de la escuela hacia el territorio implica abrirse a un devenir que abre siempre un nuevo espacio. Cada vez que vamos a los campamentos o poblaciones no sólo afectamos a nuestros estudiantes y sus comunidades, sino que al mísmo tiempo nos transformamos. El resultado: el espíritu colectivo de Novomar se fortaleció en pandemia.

El 2021 consolidamos nuestra estrategia de trabajo territorial y a través de geolocalizaciones definimos cinco zonas de trabajo. Se armaron tres equipos territoriales que durante fase 01 de la pandemia fueron todas las semanas a campamentos y poblaciones a trabajar con nuestros estudiantes. Creamos tres modalidades. El “Campamento Nómada” es un modo híbrida y masiva que trabaja lo pedagógico, lo social y lo intercultural. Se habilitan tres toldos y se crean diferentes dinámicas de trabajo con estudiantes y apoderados. Eso ocurre todos los días viernes. La segunda es el “aula móvil”. Se trata de implementar un espacio de trabajo pedagógico habilitando pequeños grupos en mesas y sillas ubicadas en diferentes lugares al aire libre. Eso ocurre todos los jueves. La tercera modalidad son las visitas domiciliarias y se realizan principalmente desde el equipo de Convivencia Protegida y corresponde a apoyo sicoemocional a estudiantes que presentan más dificultades en salud mental y rezago pedagógico.

La pandemia aceleró el proceso de implementación de lo nómada. Las modalidades de trabajo territorial a través de “campamentos nómadas” se consolidó como un espacio de trabajo cooperativo entre la escuela y la comunidad. Logramos sortear la brecha tecnológica e incluso mejorar el vínculo con nuestra comunidad. Cada vez que vamos a Millantú a trabajar están presentes las delegadas comunitarias de los sectores donde viven nuestros estudiantes. Logramos instalarnos en el único sector dentro del campamento donde existe un espacio adecuado. En ocasiones cerramos el pasaje y habilitamos aulas móviles a lo largo del terroso escenario. Vecinas haitianas que no hablan bien español sacan las mesas de sus hogares y las prestan para que se habiliten más espacios pedagógicos…

¿Con qué derecho instalamos una aula móvil en el campamento Millantú de Puente Alto e interrumpimos la circulación de un pasaje o la funcionalidad de una esquina? La respuesta para esa pregunta desde este enfoque es que el derecho a trabajar en Millantú nos lo da el territorio y sus actores. Tiene que ver con nuestra lógica nómada de trabajo inmanente, con la construcción de espacios cooperativos y simétricos, respetuosos de las reglas locales. Tiene que ver con que nuestros “campamentos nómadas” son de tránsito y no requieren acumular poder ni saber para poder crear experiencias pedagógicas. El aprendizaje nómada implica no sólo una experiencia pedagógica, sino que plantea una transformación colectiva a través de un tipo de productividad que se funda en una ética diferente, en la que las fronteras clásicas que dividen escuela y comunidad se desdibujan y dan paso a la construcción de nuevos ecosistemas sociales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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