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Defensa de la democracia Opinión

Defensa de la democracia


En una hora como la que vive actualmente nuestra sociedad chilena, se torna realmente urgente pensar la democracia. Para ello podemos recurrir a filósofos contemporáneos que, en los últimos años, han reflexionado sobre este frágil sistema de convivencia política que tantos sobresaltos y desventuras ha sufrido desde su inicio, allá por el siglo V a.C. en la Grecia antigua.

Uno de ellos es Paolo Flores d’Arcais, de quien recomendamos su libro ¡Democracia! (Ed. Galaxia Gutenberg).  Nos advierte que tenemos el deber  de meditar sobre la democracia, de tomarla en serio hoy más que nunca para que no se convierta en llave maestra para “nuevos despotismos en versión posmoderna”.

Para iniciar la reflexión es necesario saber qué es y qué no es. Flores d’Arcais nos propone el ejercicio de reducir la democracia a lo más esencial y, a partir de allí, examinar las desviaciones que intentan destruirla. Lo esencial de la democracia es un principio: “Una cabeza, un voto”. Este es su contenido procedimental mínimo que nadie puede poner en duda.  

“Una cabeza, un voto” nos conduce a la autonomía de la persona como fundamento democrático, a una actitud, a una voluntad moral de realizar el imperativo kantiano que ordena tratar al otro siempre como un fin y nunca como un medio, a la hermandad ciudadana a través de la justicia y la libertad en contraposición al individualismo prepotente de los privilegios.

Este principio es incompatible con otros. Por ejemplo, con “una bala, un voto”: la criminalidad no puede orientar ni condicionar la elección de nuestros representantes. Las mafias de origen étnico, los cárteles de la droga y los traficantes de personas constituyen verdaderos atentados contra la democracia. Por lo tanto, los defensores de la democracia deben suscribir políticas radicales, efectivas e intransigentes en materia de lucha contra toda criminalidad organizada. 

Asimismo, “un fajo de billetes, un voto” es otra antítesis de la democracia no menos devastadora. La corrupción política, el clientelismo, el tráfico de influencias y el fraude fiscal deben ser castigados con todo el rigor de la ley.  Ello supone necesariamente la autonomía de la administración de justicia respecto del poder político.  La prueba que mide esto en nuestras sociedades consiste en comprobar si las garantías constitucionales efectivas (es decir, la severidad o la impunidad) son las mismas para el imputado honorable y para el delincuente ordinario y sin padrinos, si son las mismas para el poderoso y el humilde.

“Una mentira, un voto” y “un show, un voto” no son tampoco principios democráticos para nuestro pensador.  Verdad y transparencia deben dominar la vida pública en los regímenes democráticos. Debe haber un pluralismo de la información en los medios de comunicación; debe impulsarse la libertad de expresión promoviendo el debate de todas las cuestiones relevantes para la ciudadanía.

En democracia, la ley la deciden los hombres y solo los hombres, los ciudadanos han de ser libres y soberanos para darse a sí mismo las leyes. La teocracia nada tiene que ver con la democracia. “Una bendición, un voto” o “una misa, un voto” desnaturalizan la esencia de la democracia. Esta es laica o no es. Dios debe exiliarse de la esfera pública, por muy religiosos que sean los políticos democráticos. Escribe el filósofo: “La democracia garantiza que Dios tenga un espacio en el exilio dorado de las conciencias y los lugares de culto, pero debe prohibirle cualquier título de legitimidad apenas pretenda desparramarse en la vida pública. La presencia de Dios en cualquier fase del proceso de deliberación que lleva a dictar la ley significa un atentado, una colonización heterónoma de la convivencia democrática, de la soberanía republicana”. La democracia debe abogar por la argumentación racional, el discurso apoyado en la lógica, los hechos comprobados, la evidencia científica, los valores constitucionales deducibles del denominador mínimo “una cabeza, un voto”. Para ser ciudadano, el creyente debe renunciar absolutamente a proponer que la ley sancione como un delito lo que para su dogma es pecado.

Despejando a la democracia de sus antinomias, protegiendo la autonomía del ciudadano, es como se la puede defender de cara a los intentos, internos y externos, por destruirla. Paolo Flores d’Arcais señala a la educación como fundamental para el resguardo de la democracia, porque ella garantiza el espíritu crítico necesario para el voto libre.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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