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¡Urgente!, necesitamos verdaderos maestros

¡Urgente!, necesitamos verdaderos maestros

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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Es difícil opinar sobre cómo abordar problemas complejos, tan encadenados y profundos como la mala salud mental, la mala educación, la falta de autoridad de quienes deben ejercerla, y los efectos que todos ellos tienen en el  nivel de violencia. Soy apenas un columnista que opina luego de indagar y pensar por sí mismo para tratar de colaborar ante una realidad grave que interpela. 

Yo creo que  la violencia de niños, adolescentes y jóvenes no obedece realmente a sus reclamos o demandas no satisfechas. No hay proporción ni consonancia entre lo reclamado y su violencia. Se contradicen. Piden mejor infraestructura, pero la queman. Reclaman más profesores, pero los agreden. Esa violencia es un síntoma de otras causas más profundas: mala convivencia familiar; abandono o ausencia de sus padres; mala calidad de la educación y de su profesorado; pésima salud mental de niños, adolescentes y jóvenes en Chile; su triste orfandad  de una visión y de líderes que les otorguen propósito, sentido y trascendencia a sus vidas (espiritual, política, intelectual o religiosa). 

Las tareas esenciales están a nivel familiar; en la educación y el profesorado a nivel preescolar, escolar y universitario. También en enfrentar los trastornos de salud mental desde distintos ámbitos simultáneos, porque es tal la magnitud de la crisis (hay estadísticas en mis columnas “El Sufrimiento de nuestros niños” y “¿Por qué tanta violencia”?) que es imposible abordarla  a través del sistema de salud de manera oportuna. Necesitamos desarrollar una red de protección de “primeros auxilios” a nivel familiar, preescolar, escolar y universitario, que requiere formación básica. 

Los padres y madres tienen el rol y responsabilidad principal. Son las personas más significativas para los niños, adolescentes y jóvenes. Los conocen mejor toda su vida. Podrían prevenir, detectar y enfrentar a tiempo. Pero nadie nos enseña a ser padres ni madres, pese a que es el trabajo más difícil e importante de toda nuestra vida. Necesitamos  formación.

En esta columna quiero referirme al rol de los verdaderos maestros y maestras de la educación preescolar, escolar y superior o universitaria (dado que la adolescencia tardía con frecuencia dura hoy más allá de los 21 años). Por cobertura, tales etapas educacionales tienen muchísimas ventajas en la formación integral y en la detección, prevención y contención de problemas de salud mental de niños, adolescentes y jóvenes. Pasan con ellos más de la mitad del día, el doble del tiempo que sus padres.

Los profesores escolares están sobrecargados. Cierto. Necesitan tiempo para poder educar mejor. Verdad. Se suma que en los últimos años 3 años ha disminuido la postulación a carreras de pedagogía en un 20 %. Pero más que “profesores”, urgentemente  necesitamos algunos verdaderos “maestros” a nivel preescolar, escolar y universitario. Un profesor o profesora normal es aquel/aquella que se concentra en transmitir los conocimientos de su disciplina. Son importantísimos. Aumentan nuestro saber y capacidades intelectuales. 

Pero una maestra o maestro tiene además otras características. Entrega una formación humana integral. Da lo mismo que enseñe matemática, música, inglés, química o cualquier cosa. Conoce a sus alumnos, es empático y los acompaña en dolores y alegrías, los contiene aunque sean complicados. Los escucha y trata de enderezarlos. En medio del desgano y la desorientación del alumno, en un acto mágico y de embrujo el maestro verdadero es capaz de despertarle esa especie de dios o de fuego que todos llevamos dentro, y lo retorna al entusiasmo. 

Con su cincel pule la piedra de nuestros caracteres para hacer surgir lo mejor que ve en la roca bruta de cada alumno, como Miguel Ángel veía su escultura antes siquiera de sacar la roca desde la cantera. Educar también es un arte. 

El maestro tiene autoridad (algo muy escaso hoy) y la ejerce. Genera un acatamiento u obediencia natural. Porque es alguien que genera respeto, que tiene méritos humanos para ser creído y obedecido, o porque posee prestigio moral, intelectual o espiritual. Son capaces de poner límites a los niños y adolescentes, algo indispensable. Les enseñan valores, virtudes y urbanidad. Les ayudan a entender que son parte de una comunidad mayor, de la que ellos reciben y a la que deben dar y recompensar.

Transmite su “saber” con un entendimiento más profundo, enriquecido con su experiencia humana. No lo sabe todo, admite que lo contradigan y se alegra cuando un alumno discrepa. Genera  apetito por el conocimiento.  “Sapere” es una palabra latina que se relaciona con el gusto. Por eso decimos que algo “sabe” bien, porque es sabroso. El maestro disfruta con lo que sabe, lo saborea y vibra. Su saber está vivo, resplandece y no se marchita. Al verlos así, a los demás nos da apetito por “saber”. 

Como país necesitamos buenos “maestros” y “maestras”, en todos los niveles de nuestra educación, desde la preescolar hasta la superior o universitaria. Debemos hacer un esfuerzo extraordinario para reclutar a los mejores y formarlos bien.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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