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Aprendizaje y nueva Constitución Opinión

Aprendizaje y nueva Constitución

Elisa Araya Cortez
Por : Elisa Araya Cortez Doctora en Ciencias de la Educación. Rectora de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE.
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La pedagogía es más que una actividad en cuanto antecedente laboral; incluso, la pedagogía es mucho más que la idea romántica que cierto acento misional le quiere imprimir. Como lo hemos aprendido, la pedagogía es una actividad que hace el puente entre el ensayo y el error para construir el gran camino de la ciencia; la pedagogía es el terreno fértil para que las tradiciones se regeneren en las humanidades; la pedagogía es esencialmente una acción positiva y propositiva que esperamos se haga presente en el nuevo proceso constitucional, más por su fe en el conocimiento que por su diagnóstico de crisis.


El nuevo proceso de elaboración de una nueva Constitución escrita en democracia y para la democracia, nos impele a señalar con fuerza que cualquier ejercicio serio en este sentido reclama consagrar el derecho a la educación en tanto derecho humano fundamental, porque el aprendizaje a lo largo de la vida es motor de desarrollo de las sociedades y la clave de bienestar para las personas.

Si miramos, no a una larga escala, sino solo a una mediana, nos podemos dar cuenta de que en los últimos 60 años hemos tenido, una tras otra, diversas y múltiples olas reformistas en el mundo de la educación. La apuesta, por una parte, por la reducción de la cantidad de analfabetismo y por el aumento de acceso a la educación superior, por otra, son sin duda los dos polos que pueden conjugar lo que podríamos llamar “democratización de la educación”.

Hoy ese tipo de acentuación democrática debe ser otro, por la sencilla razón de que ya aprendimos lo que significa y comprendemos su radical importancia: el primer paso cuantitativo importa lograrlo cabalmente y ya está ahí por la acción de todos quienes pusieron su grano de arena. Nadie hoy puede negar el derecho que tenemos todos y todas a educarnos en los múltiples proyectos educativos que tiene el Estado para sus ciudadanos o que ofrecen las diversas comunidades para sus familias. La educación ya no tiene ese sentido antagonista del siglo pasado entre los proyectos unitarios versus los proyectos separatistas. Estado y familia, sociedad y comunidad, reconocen sus diferencias, pero se potencian en su agenciamiento educativo pedagógico.

Nadie puede dudar hoy que una educación de excelente calidad debe estar en la base disponible para cualquier niño o niña de nuestro país. Este es un hito que nuestra democracia debe celebrar, sin duda alguna, procurando que en cada rincón, de cada espacio escolar, lo que se promete sea una realidad al cien por ciento segura. Niños y niñas no pueden esperar. No podemos tolerar ni una infancia triste, ni una infancia sometida al rigor del trabajo, es decir, sometida a la deserción, el abandono y el fracaso escolar.

La pandemia del COVID-19 puso en el primer plano los desafíos cuantitativos y cualitativos que aún nos quedan por garantizar como democracia en el ámbito de la educación. Además, los fenómenos sociales que vienen movilizando a nuestra cultura por décadas, sobre todo en el ámbito de la educación, pudieron observar en la crisis sanitaria que, aunque la democratización cuantitativa esté garantizada, falta mucho camino por recorrer para que esa democracia que queremos esté en plena forma.

En particular nuestra mirada, desde la Universidad por excelencia pedagógica, puso atención en una serie de desafíos que existen en los profesores en ejercicio y, por supuesto, en los profesores en formación. Tenemos una deuda con el profesorado, con el magisterio, que tenemos como instituciones estatales el deber de hacer el aprendizaje. La receta no es tecnocrática. Hay un mundo de fuera de la pedagogía que solo habla de las múltiples crisis que ellos dicen observar dentro de la experiencia escolar.

A nosotros no nos cabe duda que el discurso de la crisis de la educación es antagonista con el discurso mesurado, evaluado y pensado desde aquello que aún no aprendemos, pero que estamos a tan solo unos pasos de hacerlo. El discurso de la crisis siempre es más seductor por su melancolía, pero el discurso de las zonas de aprendizaje próximo es siempre más motivante por la fe que se tiene en que los actores y agentes pueden aprender.

La perspectiva optimista del aprendizaje es inmanente con el ejercicio de la enseñanza. La pedagogía es más que una actividad en cuanto antecedente laboral; incluso, la pedagogía es mucho más que la idea romántica que cierto acento misional le quiere imprimir. Como lo hemos aprendido, la pedagogía es una actividad que hace el puente entre el ensayo y el error para construir el gran camino de la ciencia; la pedagogía es el terreno fértil para que las tradiciones se regeneren en las humanidades; la pedagogía es esencialmente una acción positiva y propositiva que esperamos se haga presente en el nuevo proceso constitucional, más por su fe en el conocimiento que por su diagnóstico de crisis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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