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Litio: la extrema urgencia de un ordenamiento territorial minero con foco en certezas de inversión y un desarrollo sostenible Opinión

Litio: la extrema urgencia de un ordenamiento territorial minero con foco en certezas de inversión y un desarrollo sostenible

Julio Covarrubia Castro
Por : Julio Covarrubia Castro Geógrafo U. de Chile. Profesor Facultad de Arquitectura y Urbanismo Universidad de Chile.
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La industria minera es por sí misma una actividad de múltiples escalas e impactos locales y regionales, desde su instalación hasta su operación y cierre, ya sea por el flujo de materias primas y energéticas, o los recursos humanos necesarios a movilizar en zonas extremas. Con el anuncio de la Estrategia Nacional, se vienen años de intensos cambios en el uso de suelo de nuestro desierto y, si tiene éxito el proyecto –y ojalá que así sea–, veremos cambios radicales en las geografías de los salares, localidades aledañas y las grandes ciudades del norte.


Este jueves el Presidente de la República anunció la internacionalmente esperada Estrategia Nacional del Litio, que generaba expectativas tanto para la industria nacional como para gran parte del globo desde Shanghái hasta California. El desarrollo a gran escala y con múltiples actores en la explotación, trae consigo desafíos socioterritoriales, ambientales y económicos que hay que considerar ex ante, de forma de evitar que nos exploten sus externalidades en la cara.

Hagamos un breve repaso histórico. El salitre trajo consigo una serie de pasivos ambientales reconocibles a lo largo de la Ruta 5, botaderos y relaves del caliche son parte del paisaje desértico, sin considerar además los Company Towns: María Elena, Baquedano y otros tantos pueblos que se desarrollaron en torno a la industria. Por su parte, el cobre transformó campamentos en ciudades como Alto Hospicio post-boom de Collahuasi y pobló masivamente Calama y Antofagasta. En esta ultima, la gente se aglomera en las quebradas viviendo en condiciones de riesgo permanentes; en verano cruzan los dedos para que no llueva en la ciudad.

La industria minera es por sí misma una actividad de múltiples escalas e impactos locales y regionales, desde su instalación hasta su operación y cierre, ya sea por el flujo de materias primas y energéticas, o los recursos humanos necesarios a movilizar en zonas extremas. Con el anuncio de la Estrategia Nacional, se vienen años de intensos cambios en el uso de suelo de nuestro desierto y, si tiene éxito el proyecto –y ojalá que así sea–, veremos cambios radicales en las geografías de los salares, localidades aledañas y las grandes ciudades del norte.

Masivos flujos migratorios, requerirán la necesidad de establecer nuevos espacios para la instalación de las actividades humanas, no solo en las áreas de operación, sino también en las grandes ciudades, que requieran cambios de uso suelo y activación de nuevas zonas de uso residencial, comercial e industrial, presión sobre los sistemas naturales como el agua, el suelo, la hidrogeología de los salares e impactos severos en los paisajes.

Todo lo anterior radica en una necesidad imperiosa de planificar de manera previsora el territorio con miras a los próximos 30 años; se requiere de consensos para la generación de zonificaciones espaciales y estratégicas para los desarrollos en esta industria con la debida contención de las externalidades, para lo cual existen herramientas y talento en el país para dirigir estos cambios.

La definición estratégica de la capacidad de acogida de nuestro desierto será clave para dar a los inversionistas las certezas necesarias de carácter ambiental, para que tengan la tranquilidad de una fluida ejecución de sus proyectos, como también la tranquilidad a las comunidades y al país del resguardo del medioambiente.

Por Chile y su futuro, hay que dar el paso, pero uno ordenado y planificado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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