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Chile, su momento y la ley del doble frenesí Opinión

Chile, su momento y la ley del doble frenesí

Cristián Zamorano Guzmán
Por : Cristián Zamorano Guzmán Analista y doctor en Ciencias Políticas.
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La debilidad frenética es tanto de orden moral como intelectual, porque se elimina sistemáticamente lo que estorba. Por eso los debates suelen ser tergiversados, fraudulentos, y como si fuese una resultante que nació de la nada, siempre se nos habla de la tan peligrosa degradación republicana y de la democracia. Pero cuando, por ejemplo, vemos lo que la política clerical ha hecho con la mística cristiana, ¿cómo podemos sorprendernos de lo que la política radical ha hecho con la mística republicana?


Siempre es útil recurrir a la filosofía para tratar de entender los fenómenos y algunas situaciones. Lo que está viviendo Chile estos últimos años, meses y semanas, merece de autores como Henri Bergson, Paul Ricoeur y Charles Péguy para intentar percibir un hilo conductor entre los hechos. En términos llanos, debemos reflexionar “fuera de la caja” para descifrar una cierta coherencia en el relato.

A inicios del siglo XX, el filósofo francés Henri Bergson desarrolló el concepto de “ley del doble frenesí”, que hace referencia al hecho de que el constante avance técnico y la dinámica mística son dos tendencias históricas y sociales, antagónicas, que han evolucionado separadas e independientemente una de la otra, pero ambas han crecido o crecen sistemáticamente hasta el punto del frenesí. La Edad Moderna/Modernidad ha propiciado e incentivado el avance de la técnica, de la industria, de la tecnología a tal punto que resulta indudable el progreso que la ciencia y la técnica han aportado a la civilización.

El único gran problema de esa tendencia técnica, y es lo que constituye su “frenesí”, es que esta ha llegado a tal punto que ha creado y crea continuamente necesidades artificiales, incentiva inexorablemente el amor al placer y al lujo, y persigue perpetuamente el anhelo de la diversión y del entretenimiento. En pocas palabras, acá vemos, a pesar de que esta teoría haya sido escrita a comienzos del siglo XX, los epítetos que califican adecuadamente nuestro ya bien avanzado siglo XXI.

Hemos podido observar que la tendencia mística, caracterizada por una aparente simplicidad y ascetismo, y que fue la que predominó en la Edad Media, su periodo de gloria, cedió su lugar al impulso técnico; o más bien, la mística hizo un llamado a la técnica para liberar al ser humano de las necesidades de la tierra, aunque, como lo mencionamos anteriormente, en el frenesí de la técnica aquel propósito inicial fue abandonado por el lujo y la búsqueda del placer. Conviene indicar que la tendencia mística también conoció su periodo de frenesí, con la Inquisición, por ejemplo, y que como todo frenesí comportaba aspectos profundamente negativos y excesivos, como, sin duda alguna, hoy los está padeciendo la tendencia técnica.

Así, la ley del doble frenesí formulada por Bergson, según él, se aplica continuamente, porque es constante observar en la historia que un exceso sucede a otro exceso, que se puede observar unilateralismo tras unilateralismo, parcialidad tras parcialidad, sin embargo también conviene destacar que esta sucesión no siempre y automáticamente protagoniza la misma violencia. No todos los excesos son análogos e idénticos. Y acá, también, basta con simplemente observar la historia. Bien que, últimamente, varios medios de comunicación y/u otros comunicadores –en algunas oportunidades dramáticamente convencidos de lo que afirman–, quieren poner en un mismo plano a “Allende” y “Pinochet”, razonablemente podemos indicar que las dos experiencias que les son imputables, siendo indiscutiblemente manifestaciones de unos ciertos frenesíes, no contenían la misma violencia. Y eso desde sus orígenes, no pudiendo aquello ser negado.

Por otro lado, el frenesí que conoció el periodo que acompaño el 18/O no ha (¿aún?) coincidido con algo similar en la tendencia que nació posteriormente y que, innegablemente, también tiene aspectos de “frenesí”, que se están manifestando cada vez más, teniendo como último punto culminante lo sucedido durante las elecciones de consejeros constitucionales. Bergson, igualmente, indicaba que cuando los frenesíes se encuentran limitados, el daño que les es corolario también lo es, e incluso hasta puede ocurrir que al final lo positivo supere a lo negativo. De alguna manera, se puede lograr hasta un equilibrio, no de estancamiento, sino dinámico y fructífero. Pero en la crisis actual que conoce el país, es de temer que eso no sea así.

Y ya que nos referimos al eventual auge de un movimiento ultraconservador, y bien que su herencia sea recuperada por varias corrientes, podemos citar a un autor como Charles Péguy, quien pretendía justificar el frenesí como tal, estimando que limitar su violencia sería cobardía e incluso, paradójicamente, no sería razonable. Según él, el mundo se ha confundido entre tener ponderación y actuar a medias; se abogó tanto por el llamado término medio, pero utilizándolo como sinónimo de satisfacción, algo que se encontraría a mitad de camino entre compromiso y renuncia. Nadie ha olvidado el famoso eslogan de Patricio Aylwin, “en la medida de lo posible”. Considerando ese contexto y sus resultantes, se produce el hecho de que, posteriormente, los frenesíes autoritarios/radicales y dogmáticos no se conozcan o consideren como frenesíes, sino, paradójicamente, como antídotos a los frenesíes. A veces hasta se les califica como unas dinámicas del buen sentido… Lastimoso es el hecho de que en varias oportunidades la estupidez, e incluso la deshonestidad –entre otras, intelectual–, encuentran allí su cuenta y un caldo de cultivo.

El filósofo francés Paul Ricoeur –quien, entre otras cosas, ha sido unos de los mentores del actual presidente galo, Emmanuel Macron– ya en 1971 definía claramente lo mencionado más arriba: “…El olvido de los legados, la obliteración de las normas, el recurso a la experimentación salvaje” son los aspectos más manifiestos de una ilusión más radical. Algo de aquello hemos visto por estos lados, basta solo recordar lo sucedido durante el desempeño de la Convención Constitucional, con todos sus excesos. Según el filósofo francés, lo que está siempre en cuestión es “la relación entre la libertad y la institución”. Hace décadas que estamos atrapados, según el autor, por esa fantasía de querer vivir una libertad sin verdadera institución que la enmarque.

Sin embargo, una libertad que no entra en una institución es potencialmente “terrorista”. Y la palabra utilizada acá está precisamente escogida. En política, desde hace un tiempo ya, se está cuestionando una secuencia que pensábamos que era inatacable, a saber, la convicción de que no hay libertad si no hay institución, que no hay institución si no existe una ley, que no hay ley si no rige una cierta autoridad. Al mismo tiempo, en religión, es otra secuencia la que ha sido atacada: no hay fe sin creencias, no hay creencias sin racionalidad estructurada, no hay racionalidad estructurada sin dogmas normativos que se confiesan comunitariamente. Porque acá hay que tener claridad en torno a unos ciertos elementos fundamentales. Una fe que no entra, que no “vive” dentro de una institución social y dogmática, es tan “fantasmática” como una libertad que no entra en una institución política, porque se debe saber que el antidogmatismo de muchos creyentes y el antiinstitucionalismo, de cada vez más ciudadanos, van simplemente de la mano, ambos siendo frenéticos y cabalgando sobre los mismos enjambres.

Frente a esta situación, considerando el momento que estamos viviendo como país, y si nos inspiráramos de Péguy, se necesitaría, si al menos esta sociedad tuviese la humildad de acogerlo(a), un(a) educador(a) de gran estatura y sencilla amistad. Un testigo que de ninguna manera sea sospechoso, cuyo coraje sea igual a la lucidez, cuyo genio (y no solo el talento para razonar y disputar) se imponga por sí mismo.

Una especie de hermano(a) mayor del cual estaríamos seguro que, al alejarnos de las nubes, no nos acercaría al precipicio. Un enemigo jurado de los espiritismos que sobrevuelan la realidad tanto como los materialismos que en ella se atascan. Un estricto denunciante de “las medidas razonables que artificialmente hacen encajar entre sí, pero amputándolas, bloques de verdades contrarias”. Se necesitaría a un(a) polemista vigoroso(a) que esté tan desprovisto de malicia al igual que una contagiosa melodía. Un(a) apasionado(a) de la justicia y de la libertad, así como, indisolublemente, del orden y la disciplina. Un luchador siempre de pie constantemente en la arena donde se reciben los golpes más duros, pero nunca sentado(a) cómoda y pomposamente en un palco, como lo reivindicó tiempo atrás la senadora Rincón, desde donde la batalla política es un mero pero aparentemente disfrutable espectáculo.

Se quisiera ver a un(a) plebeyo(a) sensible a toda nobleza de carácter, inteligencia y sentimiento. Una persona pobre privada de todo capital, salvo el de las grandes y sabrosas tradiciones de las que se nutre nuestro espíritu. Finalmente, un poeta o poetisa que lleva a la incandescencia la calidad más alta de la existencia, vivida en el nivel más humilde. Se necesita urgentemente esa persona ideal para despertar, en Chile, vocaciones de firmeza intelectual y acción ardientemente equilibrada. Muchos, por sus trayectorias académicas, quisieron (F. Atria, J. Bassa) y quieren aún –solo piensen en el ahora famoso consejero constitucional “Profe Silva”– desempeñar ese papel providencial. Hasta ahora ha sido indiscutiblemente un fracaso.

Así, el doble frenesí es en realidad una doble debilidad. Y esto también es cierto para la razón teórica. Pascal, filósofo del siglo XVII, decía que “olvidar la verdad contraria, es olvidar parte de la verdad”. En la nota introductoria, inacabada, de L’Esprit de système, Péguy escribía: “Cuando el teórico, cuando el razonador se encuentra en presencia de una realidad compleja, no solo complicada de complicaciones, sino compleja de complejidad, particularmente cuando este se encuentra en presencia de una doble realidad, su primer movimiento, donde se encuentre, es retener solo una parte de esta realidad compleja, particularmente solo una de las dos partes de las realidades duales; instintivamente, automáticamente, elimina todo lo demás que le molesta”.

Así, la debilidad frenética es tanto de orden moral como intelectual, porque se elimina sistemáticamente lo que estorba. Por eso los debates suelen ser tergiversados, fraudulentos, y como si fuese una resultante que nació de la nada, siempre se nos habla de la tan peligrosa degradación republicana y de la democracia. Pero cuando, por ejemplo, vemos lo que la política clerical ha hecho con la mística cristiana, ¿cómo podemos sorprendernos de lo que la política radical ha hecho con la mística republicana? Cuando vemos lo que los clérigos han hecho generalmente con los santos, ¿cómo podemos sorprendernos de lo que nuestros parlamentarios han hecho con los héroes de la patria? ¿Quiénes son hoy día los herederos de Balmaceda? Cuando vemos lo que han hecho con las santidades los reaccionarios, ¿cómo podemos sorprendernos de lo que han hecho con el heroísmo los supuestos y autoproclamados revolucionarios? ¿Alguien hoy admiraría la trayectoria que tuvo la tan bullosa “Lista del Pueblo”?

Luego de ese nivelamiento general desde abajo, todo será situado sobre un mismo plano. Cuando se quiere comparar una reivindicación con otra reivindicación, un sistema con otro sistema, se deben comparar por planos y, sobre todo, en planos de misma naturaleza. Es necesario comparar a lo místico entre sí… y a lo político entre sí. No debemos comparar una mística con una política: ni una política con una mística. No se puede comparar todo lo que rodeó culturalmente el advenimiento de la Unidad Popular, que no tiene ningún punto de comparación en toda la Historia de Chile, con la implementación, que ha sido también indiscutiblemente un logro en sus resultados, de la visión neoliberal económica de los “Chicago boys”. En todas las escuelas primarias de la República, en algunas de las secundarias y en muchas superiores, se compara incansablemente la política realista con la mística republicana. O viceversa. Esto puede llevar mucho tiempo para que cambie. Si un día cambia. Pero ahí encontramos una ambigüedad, un simplismo, absolutamente contraproducente.

Ahora, ya escucharon y seguirán escuchando a personas exclamarse “…¡pero ambos lados exageran!”… y ciertamente es así, pero porque se debe considerar que es el mismo razonamiento el que alimenta los frenesíes opuestos y distorsionados; como diría Péguy, “un razonamiento dividido en dos, y luego acoplados, hermanados”. Y desde esa óptica, los conflictos que ocurren y ocurrirán se encuentran en un callejón sin salida, porque se está argumentando desde la misma presuposición. Esta es la tentación que conoce cualquier oposición, que sea política o religiosa. Por ejemplo, “los catecismos laicos se oponen a los catecismos religiosos como un poder se enfrenta a otro poder”. Una oposición está siempre tentada a parecerse a la posición a la cual se opone. Obteniendo, en el fondo, el mismo resultado: quedarse aislados en un extremo. Lejos de la libertad y la justicia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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