Es inédito que una candidata, concejala actual y tres veces primera mayoría, sea excluida de competir por la alcaldía y que partidos como Convergencia Social, nacidos para ampliar la participación con una voz crítica de “cocinas” de negociaciones, terminen en un “portonazo” ciudadano.
Independencia, una comuna estratégicamente ubicada en la zona norte de Santiago, es un lugar histórico por donde circuló el Ejército Libertador. Hoy en día, al igual que en el resto del país, los vecinos de Independencia centran sus vidas en la esperanza de un futuro mejor. Se agrupan y desarrollan ideas con ese fin, y de estas dinámicas emergen liderazgos valiosos, nacidos de problemáticas locales que conocen de primera mano.
Durante mucho tiempo, hemos entendido que la democracia representativa descansa en la elección ciudadana de las opciones presentadas en una papeleta. Aunque este proceso ha sido precedido en ocasiones por una participación ciudadana más directa, determinando cuáles son los líderes sometidos a la voluntad popular, en Independencia esto ha tenido un significado especial.
Durante el reciente proceso de negociación de los partidos oficialistas para alcanzar un acuerdo en las próximas elecciones municipales, los vecinos y dirigentes sociales fuimos sorprendidos, amargamente, por la nominación de una candidatura a alcaldesa, alterando toda esperable mínima racionalidad.
Es cierto que todo proceso de acuerdo deja siempre heridos y rezongos, pero en este caso se torna incomprensible. En general, cuando se aplica un principio general, esto suele provocar efectos merecidos y otros inmerecidos, que se consuelan por un objetivo mayor. No es el resultado de un principio general como aquel de “el que tiene, mantiene”, refiriéndose a los alcaldes en ejercicio que van a la reelección y donde todos fueron proclamados.
En lugar de eso, se aplicó un criterio específico para excluir una candidatura altamente competitiva y legítima. El alcalde actual, elegido por primarias en su primera elección, termina sus tres periodos y no puede ir a la reelección. Sin embargo, también operó el sistema de designación. Se podría señalar que este es otro criterio general, donde pagan justos por pecadores. Pero otras comunas en igualdad de condiciones sí tendrán primarias.
Es inédito que una candidata, concejala actual y tres veces primera mayoría, sea excluida de esta manera y que partidos como Convergencia Social, nacidos para ampliar la participación con una voz crítica de “cocinas” de negociaciones, terminen en un “portonazo” ciudadano.
Es lamentable, y esta es la farra, que después de tantos esfuerzos por ampliar la participación, por instaurar mecanismos legales de primarias ciudadanas, de tantas críticas a los acuerdos entre gallos y medianoche, todo quede igual.
Los partidos políticos impulsaron con razón una ley antidiscolaje como protección ante aventuras personales, donde los partidos solo son instrumentos particulares para obtener apoyos circunstanciales, pero la pregunta que asoma es: ¿qué pasa cuando ocurre al revés? ¿Qué pasa cuando partidos, habiendo instrumentos y mecanismos debidamente establecidos, vetan y excluyen fuera de toda racionalidad equitativa y universal?
Pareciera que también hay objetivos menores que se camuflan como objetivos mayores. Duele, porque se priva a este liderazgo local de la oportunidad de aspirar a la alcaldía bajo el pretexto de la unidad de una coalición. Pero ¿quién se ocupa de la unidad de los vecinos? Muchos vecinos aspiran a que la concejala Carola Rivero pueda someterse a la voluntad ciudadana. Sin embargo, como en el tango, el asunto es de dos: el liderazgo de Daniela Parada, cuarta mayoría del concejo y concejala por primera vez, quien en un sepulcral silencio también aspira a la alcaldía, olvidando que incluso el propio alcalde surgió en primarias convencionales, y que ahora solo se preocupó de dejar a alguien de su propio sector, esquivando su propia biografía.
Pero peor aún es que, ante un dilema idéntico, las fuerzas de derecha y conservadoras de la comuna optaran por primarias para resolver un conflicto propio de las mismas características, mientras que las fuerzas progresistas y democráticas toman el camino inverso. ¿No es este tipo de situaciones propicio para que la democracia actúe y sean los propios vecinos quienes se pronuncien en situaciones tan encontradas y absurdas como estas?
En esta comuna estratégica, que conecta con la capital, la estrategia del silencio no beneficia a nadie. Al contrario, la unidad se debilita hasta el punto en que, por intereses difíciles de entender, se corre el riesgo de perder el entusiasmo por la participación ciudadana y, con ello, la legitimidad de las decisiones.
Durante este tiempo, los vecinos han juntado firmas y organizado encuentros, pero este tipo de decisiones juegan al desgaste del malestar y al paso del tiempo. Se olvida nuevamente que lo más riesgoso no es solo el descontento pasajero, sino el desgaste de la confianza y la erosión de nuestra propia democracia. La verdadera fortaleza de una comunidad radica en la confianza en sus procesos democráticos; seguir perdiendo eso representa una derrota mucho más profunda.