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La memoria como guardiana de la democracia Opinión

La memoria como guardiana de la democracia

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Catalina Jofré
Por : Catalina Jofré Presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile.
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En tiempos en que en el mundo campea el populismo autoritario, y en que la juventud de un partido de oposición relevante reivindica con orgullo un quiebre democrático que permitió que a tantos compatriotas se les arrebatara incluso la vida, es un deber proteger la memoria.


En el marco de una nueva conmemoración del golpe de Estado, surge en algunos espacios la pregunta sobre si aún hoy sigue siendo relevante el ejercicio de hacer memoria.

Por cierto que sostenemos que la respuesta es que sí, antes que nada, por el recuerdo de la dignidad de quienes fueron víctimas del régimen que ese día se inauguró y que nos legan innumerables historias de tortura, desaparición forzada y ejecución política a nuestro imaginario colectivo.

Pero aun cuando ello no fuera suficiente, por considerar algunos que –aunque lamentable– este es un legado que ha sido aminorado por el paso del tiempo, existe otro motivo por el cual rescatar la memoria vale la pena: que mantener vivo el recuerdo de la dictadura y sus consecuencias es una garantía de protección a la democracia, que tanto costó recuperar.

La memoria se vuelve un instrumento que refuerza la convicción democrática en un contexto en que los populismos autoritarios rondan con cada vez más fuerza en la arena política. Vivimos en un contexto en que cada vez con mayor frecuencia irrumpen líderes que, si bien no visten uniforme militar e imponen sus agendas mediante golpes de Estado, utilizan los mecanismos de la democracia para obtener el poder del Estado y desde dentro van obstaculizando su funcionamiento y hegemonizando las instituciones, eliminando las garantías de una democracia verdadera. Es por eso que nuestras sociedades, y nuestra sociedad chilena en particular, deben estar alertas para cuidar los valores de la democracia.

En esa misión, la memoria es importante, porque al recuerdo y la condena de los vejámenes que las víctimas de violaciones humanitarias sufrieron en Chile a manos del régimen de Pinochet subyace, en el fondo, la convicción de que los derechos humanos deben guiar el actuar tanto de la sociedad como del Estado, y deben presentarse como un principio orientador de la convivencia democrática.

Hacer memoria implica un proceso de toma de conciencia del daño que infligen prácticas como la tortura, la desaparición forzada, la ejecución y la prisión política no solo a las personas que las sufren, sino a la sociedad completa. Ese proceso conlleva, como consecuencia necesaria, la internalización del valor que tienen los derechos humanos para la dignidad humana.

Sin embargo, todos estos valores democráticos y humanitarios no son transmitidos por inercia. Y es por eso que una de las formas más importantes de memoria es la transmisión de la verdad sobre las violaciones de derechos humanos a las nuevas generaciones, porque ellas solo conocen el pasado dictatorial a través de los relatos y las enseñanzas de la historia.

Que la realidad de las víctimas se sepa es el arma más potente contra discursos como el que recientemente entregó el Partido Republicano, que paralelamente a intentar captar apoyo de votantes jóvenes, relativiza este pasado de sangre al decir que “las Fuerzas Armadas y de Orden salvaron a Chile de una tiranía marxista”.

No hay que caer en el error de dar a la democracia por sentada. En tiempos en que en el mundo campea el populismo autoritario, y en que la juventud de un partido de oposición relevante reivindica con orgullo un quiebre democrático que permitió que a tantos compatriotas se les arrebatara incluso la vida, es un deber proteger la memoria como a una guardiana de la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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