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Corrupción: ¿y la educación? Opinión

Corrupción: ¿y la educación?

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Rodrigo Reyes Duarte
Por : Rodrigo Reyes Duarte Abogado. Socio y fundador de Prelafit Compliance®
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Muchos jóvenes creen hoy que la dignidad de los seres humanos se mide por el dinero que ganan. Existe un desprecio por el saber, por la cultura, el arte, la música, la filosofía, por las humanidades en general, y ello es en parte la causa de nuestros males.


Me gusta la definición moral y sociológica de corrupción que la asocia al abandono de un deber posicional. Corrupción alude, entonces, al abandono de un deber de carácter posicional en razón de un interés privado. Generalmente se tratará de deberes que se tienen con el Estado, aunque también podría tratarse de deberes posicionales privados. 

Si bien vivir en un país sin corrupción es un deseo estimable, no deja de ser por ello una utopía. La corrupción, decía Aristóteles, acompaña a todas las sociedades y esto sucede, añadía, porque el origen de la corrupción son las pasiones humanas. 

Probablemente en el origen, entonces, está la incontinencia humana por aumentar indefinidamente los bienes, en los más favorecidos, y por conseguirlos alguna vez, en los pobres.

Y en este punto la educación (la escuela y la universidad) son fundamentales. Por ello es tan grave que en los tiempos que corren la autoridad del profesor en la sala de clase se haya deteriorado de la forma en que lo ha hecho.

Recuperar la estatura y prestigio del profesor me parece que resulta clave a la hora de hacernos cargo no solo de los diagnósticos, sino también de las soluciones. El aprendizaje de discurso racional, de la cultura (entre ellas, las denostadas humanidades) y en especial de las virtudes, requiere autoridad y prestigio del profesor que está a cargo de la formación de nuestros niños.

Por otra parte el sistema educativo mira cada vez más al mercado, y ese es un error grave. Se hace creer a los alumnos que deben estudiar para obtener un título, luego un magíster o curso de especialización, para así ganarse la vida. 

La educación tiene como objetivo fundamental, como decía el filósofo Nuccio Ordine, ofrecer a los jóvenes un instrumento para ser mejores. Hay que amar la cultura, pero no por la recompensa de conseguir un buen sueldo sino por la cultura en sí misma, porque la cultura nos permite ser mejores. Por otra parte, está claro que quien sea mejor ejercerá su profesión con mayor dedicación y, al mismo tiempo, con mayor conciencia ética.

Por ello, cuando un padre o madre les dice a sus niños que escojan disciplinas universitarias que les permitan ganar dinero, están corrompiendo a esos jóvenes. Cuando ese joven elija estudiar medicina para ganar dinero, porque esa carrera le ofrece perspectivas laborales, luego ejercerá como médico con ese fin: ganar dinero.

Un padre debiera incentivar a sus hijos a estudiar las disciplinas que aman, aquellas que les apasionan, porque son precisamente esas disciplinas que aman las que les permitirán realizarse en la vida, ser felices y ejercer su profesión con ética. Probablemente no es una tarea fácil en la sociedad de mercado en que vivimos, pero no se puede vivir dignamente, creo yo, sin tener esto claro.

Muchos jóvenes creen hoy que la dignidad de los seres humanos se mide por el dinero que ganan. Existe un desprecio por el saber, por la cultura, el arte, la música, la filosofía, por las humanidades en general, y ello es en parte la causa de nuestros males.

Recuperar la dignidad económica y social de los profesores es crucial en la lucha contra la corrupción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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