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¡Kaput! Los cuatro males que sufre Alemania Opinión BBC

¡Kaput! Los cuatro males que sufre Alemania

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François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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El libro quizás también contenga lecciones para el público chileno. Chile vive hoy una parálisis política, al tiempo que conserva cierta autosatisfacción con el modo de crecimiento adoptado, como lo estaba Alemania con el suyo.


Cualquiera en Chile que quiera consolarse de una vida política disfuncional solo necesita mirar a Alemania. O, peor aún, a Francia, pero ciñámonos a Alemania. En un libro estremecedor, Kaput, el fin del milagro alemán, Wolfgang Münchau, uno de los columnistas estrella del Financial Times y corresponsal del periódico para asuntos alemanes, hace un diagnóstico sombrío de su país. El libro debería recomendarse a cualquier persona interesada en los asuntos europeos. Ofrezco aquí un comentario libre.

Por supuesto, siempre es imprudente apostar contra Alemania, dada su resiliencia –lo sabemos por el fútbol–, pero esta vez se trata de una crisis existencial marcada por una serie de sacudidas que, como los jinetes del Apocalipsis, llegan de a cuatro. Se ha estado gestando durante mucho tiempo, pero ahora está emergiendo plenamente y desempeñando un papel no menor en la parálisis política del país.

Primer shock: el fin de la ilusión de la energía barata. El libro da buena cuenta de cómo Alemania se fue atando poco a poco las manos frente a Rusia, comprándole hasta el 60% de su gas y el 30% de su petróleo. Los socialdemócratas tienen una gran parte de responsabilidad en esta política, pero todos los cancilleres la han apoyado activamente, debido a la connivencia entre la élite política y lo que yo llamo el complejo automovilístico-químico-industrial, cuya desproporcionada influencia en la política alemana va descubriendo el lector.

Un segundo gran error en términos energéticos fue el desmantelamiento, ordenado por Angela Merkel, de una industria nuclear que funcionaba bien y que proporcionaba el 14% del suministro eléctrico del país.

Segundo shock: China. Era el socio perfecto para la política neomercantilista que ha estado en el centro del éxito industrial de Alemania desde el final de la guerra –por “mercantilismo” entendemos cualquier política de fomento sistemático de las exportaciones en detrimento de las importaciones, con el fin de acumular divisas–. Alemania entregó a China sus automóviles, luego las máquinas herramienta para fabricarlos, y ahora China gana a Alemania tanto en automóviles como en máquinas herramienta (excepto las de muy alta gama).

El tercer shock, y más peligroso: la pericia alemana, como sabemos, reside en la ingeniería mecánica y química (dos industrias que no fueron destruidas sino, al contrario, estimuladas por la guerra de 1940 y sus secuelas). Münchau describe la clásica historia de empresarios que, apoyados en su éxito, no supieron ver la llegada de la nueva era de la ingeniería electrónica y digital, donde son completamente superados por empresas de EE.UU y ahora de China.

Cuarto shock: el fin de la era de “polizones” en términos de política de defensa nacional, un shock que Trump II amplificará. El país vivía bajo el paraguas militar de EE.UU. y gastaba en el ejército solo lo que le permitía promover sus exportaciones militares. Esto le permitió un ahorro total de recursos de más de 1 punto del PIB al año en comparación con países como Reino Unido o Francia. Ese tiempo se acabó.

Un capítulo del libro está dedicado a la política económica y la gestión del “todo para las exportaciones”. Básicamente, el ideal –que se remonta al ordoliberalismo de posguerra– era poner la política económica en piloto automático dual: el banco central que se ocupa obstinadamente de la inflación y el “freno fiscal” (regla según la cual el déficit público no cíclico no puede superar el 0,35% del PIB), lo que pone una camisa de fuerza a la política fiscal.

Y, por lo demás, el mercantilismo ya mencionado, que hizo que Alemania tuviera superávits en cuenta corriente de hasta el 8% del PIB, lo cual es enorme, dado el tamaño de la economía. Una política, por cierto, que ha asfixiado al resto de Europa, porque el grueso de las exportaciones se dirige allí y la zona monetaria del euro dificulta que otros países preserven su competitividad mediante el juego de divisas.

Curiosamente, Alemania no ha creado un fondo soberano, como ha hecho Noruega con su petróleo, para protegerse de los días lluviosos. Sin embargo, Alemania tiene grandes necesidades de financiamiento: unas infraestructuras a menudo mediocres, la transición energética, una sacudida a la reestructuración de la industria, una revisión del sistema bancario y financiero, el rearme ante la desestabilización política de Europa, etc.

Estos problemas no son exclusivos de Alemania, sino que por reacción conciernen a toda la Unión Europea, ahora debilitada. Han adquirido una importante dimensión geopolítica en un mundo que se ha vuelto más conflictivo. El libro de Münchau es un electroshock para las élites políticas alemanas.

Otro electroshock, esta vez a escala de la UE, procede del importante informe “Para una UE más competitiva”, encargado por la Comisión Europea a Mario Draghi, el respectado exgobernador del Banco Central Europeo.

¿Y para Chile?

El libro quizás también contenga lecciones para el público chileno. Chile vive hoy una parálisis política, al tiempo que conserva cierta autosatisfacción con el modo de crecimiento adoptado, como lo estaba Alemania con el suyo. En ambos casos, era justificada por los impresionantes éxitos durante muchas décadas.

Con respecto a Alemania, el libro muestra que la crisis en la esfera política es en gran medida el resultado de un contexto económico que se ha vuelto inadecuado. Ahí, lo económico precede lo político, sin negar algo de retroacción.

Escuchamos demasiado en Chile que el verdadero y único problema del país es la ineficacia de su sistema político y de sus instituciones, sin ver que aquí estamos tomando en gran medida el efecto por la causa: de hecho, es el estancamiento de su productividad, la incapacidad del país para encontrar nuevas fuentes de crecimiento y de empleos sólidos en un marco equitativo, lo que desconcierta a un mundo político que lucha por encontrar las respuestas correctas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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