La etapa actual que vive Argentina no responde a los análisis clásicos, diseñados para un tipo de político bastante común, con amplia flexibilidad para modificar sus ideas de acuerdo a cómo sople el viento y con comportamientos fácilmente explicables a la luz de alguna teoría de los incentivos.
Recientemente se cumplió un año desde la asunción de Javier Milei como presidente de Argentina. En este tiempo, se han realizado diversos análisis sobre cómo esta figura ha pasado, en solo siete años, de ser un economista desconocido entrevistado en programas de televisión de baja audiencia a diputado y, finalmente, a presidente. Sin embargo, estos estudios suelen ser superficiales y se basan en premisas del análisis político tradicional, cuando el fenómeno Milei se caracteriza precisamente por su naturaleza rupturista.
Por un lado, algunos sostienen que este fenómeno responde al hartazgo de la población hacia el modelo kirchnerista, que, a pesar de su discurso sobre inclusión y desarrollo, ha sumido al país en un océano de pobreza e inflación.
Por otro lado, hay quienes afirman que el fenómeno Milei se inscribe en una tendencia global hacia el voto “antiestablishment” y la preferencia por “outsiders”, es decir, individuos nuevos en la política que destacan por su personalidad diferente a la del resto de los candidatos.
Estos análisis, que pretenden ser descriptivos y neutrales, comparten un elemento en común: ambos restan entidad a Milei como figura política.
Si la gente votó agotada por el modelo kirchnerista, entonces hubiera sido lo mismo elegir a Milei o a cualquier otro candidato. Y si lo único que importa es que el candidato sea un outsider, su carrera política será limitada, dado que todo outsider que se involucra en política eventualmente deja de serlo para convertirse en “parte del sistema”.
La pasión de muchos analistas radica en examinar detalladamente a los líderes políticos: analizan su estilo, vestimenta y estrategias; incluso realizan sofisticados estudios sobre sus discursos. Sin embargo, con Milei se vuelven más ambiguos y generalistas: “La gente se agotó del kirchnerismo” o “le jugó a favor ser outsider”.
Ninguna de estas teorías aborda correctamente la pregunta relevante. Un análisis serio debería explicar por qué un ajuste prácticamente sin precedentes sigue siendo respaldado por una parte considerable de la población en democracia y sin mayores tumultos. Ni el hartazgo por el kirchnerismo ni el sentimiento antiestablishment están cerca de responder a este interrogante.
Este no es un misterio menor en un país como Argentina, donde “liberalismo” era una mala palabra hasta hace diez años y donde hablar de un ajuste equivalía para un presidente a firmar la carta de defunción de su carrera política. Sorprende que no se estén llevando a cabo congresos de ciencia política en toda Latinoamérica para desentrañar este misterio, especialmente considerando lo ávidos que suelen estar los académicos por explicar fenómenos políticos.
Plantear este interrogante puede resultar incómodo para quienes no comulgan con el liberalismo económico. Ello es así porque, una vez formulada esta pregunta, surge inmediatamente la “respuesta más temida”, pero bastante plausible: un cambio cultural profundo experimentado por buena parte de la población (sobre todo por la gente joven), resultado del esfuerzo monumental realizado por fundaciones, organizaciones y voces de la vida política e intelectual en Argentina durante los últimos diez años, facilitado por el auge de las redes sociales.
Lo que subyace a este fenómeno es que Milei no tiene un proyecto político; tiene un proyecto filosófico llevado a la política. Su accionar descansa en una doctrina. Por ello, la etapa actual que vive Argentina no responde a los análisis clásicos, diseñados para un tipo de político bastante común, con amplia flexibilidad para modificar sus ideas de acuerdo a cómo sople el viento y con comportamientos fácilmente explicables a la luz de alguna teoría de los incentivos.
En definitiva, ninguna de estas perspectivas tradicionales parece servir para explicar la era que atraviesa Argentina, pues eluden la pregunta cuya respuesta podría ser la más temida: la de un cambio en el ethos y una población más decidida.
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