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Bandera, ultranacionalismo y “estupidez artificial” Opinión Imagen: https://janet-toro.com

Bandera, ultranacionalismo y “estupidez artificial”

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Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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La furia patriótica contra la obra de Janet Toro no es un incidente aislado, sino un síntoma de nuestro tiempo, donde el ultranacionalismo ingenuo y la saturación informativa modelan –y a veces atrofian– nuestra inteligencia colectiva.


Desde que se “inventó” el artefacto Arte, este ha trabajado sus bases “sustanciales” en los símbolos, como enseñas, mitos y emblemas que, lejos de ser ornamentos, condensan visiones del mundo y tensiones socioculturales. La reciente controversia mediática por el registro performático de Janet Toro en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) –donde la artista cortó la estrella de la bandera chilena y tiñó con pintura roja sus franjas– es el síntoma más visible de lo que Stiegler denominó “estupidez artificial”.

Para el autor, la técnica y los sistemas tecnológicos no solo median nuestra experiencia, sino que reconfiguran nuestra capacidad de memoria y juicio. Al externalizar la reflexión en pantallas y algoritmos, renunciamos, muchas veces, a un pensar profundo y quedamos expuestos a una torpeza cognitiva colectiva.

La bandera intervenida por la artista trastroca el símbolo patrio hasta mostrarlo lacerado, donde su cuerpo sobre el suelo, las manos manchadas de pintura, invocan las cicatrices abiertas de una historia social herida. Sin embargo, la viralización acelerada de esas imágenes “despertó” una moral arcaica, donde voces ultraconservadoras la tildaron de “ultraje”, sumando a un diputado que preguntó al Gobierno por la “protección” de la enseña.

Frente a ello, el MNBA defendió la pluralidad y el diálogo, recordando que un museo –como espacio público– debe acoger la diversidad de miradas, no blindar símbolos. Esto me recuerda que, a partir de la Revolución Industrial (al menos como uno de los principios históricos), el poder disciplinario dejó de confiar en manifestaciones violentas de soberanía para instalarse en redes de vigilancia y adiestramiento de cuerpos dóciles. Hoy ese control, menos visible, se ejerce sobre nuestra mente colectiva, donde los algoritmos de redes sociales amplifican indignaciones puntuales, transforman la discusión en “pseudoeventos” y sustituyen el tiempo de la reflexión por la inmediatez de la reacción.

La obra de Janet Toro nos muestra esta dinámica en donde la emoción primaria se torna medida de valor y la complejidad queda al margen.

El control económico y tecnológico de la información alimenta, además, el auge de la ultraderecha. En la esperanza de soluciones drásticas, rápidas y sencillas a problemas estructurales –presentados como meros desencuentros de voluntad–, hallan eco en muchos sectores fatigados por importantes crisis múltiples. Así, el estandarte nacional se convierte en escudo ideológico y cuestionarlo no es una propuesta de debate, sino una herejía.

En la Alemania de los años treinta, aquel mismo impulso censuró la “modernidad” bajo el término Entartete Kunst (Arte Degenerado), donde el régimen nazi persiguió y ridiculizó a artistas vanguardistas por desafiar cánones tradicionales. Hoy, las pocas pero “ruidosas” reacciones contra Toro repercuten en una tradición de censura tan antigua como el miedo al disenso.

Si a todo lo anterior le sumamos ejemplos históricos de intervenciones artísticas con banderas nacionales, la pseudopotencia de la “ira patriótica” quedaría en una infantil anacronía. Uno de estos ejemplos es el artista Jasper Johns, quien entre 1954-1955 y 1958 intervino la bandera estadounidense en sus obras “Bandera” y “Tres Banderas”, las cuales le generaron acusaciones de antipatriotismo antes de que el MoMA la convirtiera en obra de culto.

En Chile, José Balmes, Roser Bru, Voluspa Jarpa, Carlos Leppe, Mario Irarrázaval, Carlos Altamirano, entre muchas y muchos otros artistas, han trabajado la crítica plástica con la bandera nacional. Cada uno de estos ejemplos nos invitan a mostrarnos que la bandera es parte de la materia “viva” del arte como un medio para repensar la historia, la identidad y los horrores sociales. Para quienes quieran profundizar un poco más sobre la creación a partir de la bandera chilena, pueden leer el breve artículo de Claudia Bahamonde, Roberto Farriol y Patricio Rodríguez-Plaza.

Hoy, sociedades saturadas de datos, empobrecidas de criterio, reaccionan masivamente a estímulos mínimos sin detenerse a contextualizar o indagar. En el caso de Toro, la cobertura mediática –y la viralización– reavivó una polémica que, de otro modo, habría permanecido circunscrita al museo (lo que también es negativo, pero es otro tema). Entonces, la indignación se vuelve espectáculo y el análisis crítico se banaliza. Y, de cualquier forma, aún me resulta sorprendente que, en pleno siglo XXI, la capacidad de indignarse no vaya acompañada de la disposición a la interacción y debate, a través del diálogo, con el otro.

La obra de la artista invita, justamente, a cuestionar la relación entre símbolo y nación, a interrogar cómo recordamos y a qué renunciamos cuando blindamos un emblema de una historia impuesta. Si el arte tiene por “materia” los símbolos, toda intervención sobre ellos es un diálogo abierto. La defensa nacionalista acrítica, en cambio, nos muestra la vacuidad de un pensamiento bajo control mediático.

La furia patriótica contra la obra de Janet Toro no es un incidente aislado, sino un síntoma de nuestro tiempo, donde el ultranacionalismo ingenuo y la saturación informativa modelan –y a veces atrofian– nuestra inteligencia colectiva. En la era de la “estupidez artificial” necesitamos, más que nunca, espacios de reflexión estética y política que promuevan el juicio independiente para la cualidad del debate, hacia organizaciones que nos posibiliten nuevas ficciones de pactos sociales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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