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Se extinguió la tinta descreída y la lengua iconoclasta de Roberto Bolaño

Apenas 50 años y una novela, su obra maestra como vaticinaba, a punto de culminar. Pero no pudo más. Enemigo del consenso, agudo y crítico casi por gusto, el novelista, cuentista y poeta dejó un legado literario que pasó del culto under al respeto unánime de críticos y lectores, dejando en el camino una estela de seguidores y también detractores, sobre todo escritores que, sencillamente, jamás soportaron la desfachatez del ahora eterno Roberto Bolaño.


Resulta extraño hablar de él y hacerlo en pasado. Demasiado joven y demasiados proyectos aún en mente. Una vida, además, que al fin le estaba sonriendo. El hambre y el desconcierto que fueron sus compañeros durante buena parte de su existencia ya eran sólo recuerdos.



Conocido por unos pocos, salió, si puede decirse, del anonimato literario cuando en 1999 obtuvo el premio Rómulo Gallegos, para algunos el Nobel latinoamericano. La obra galardonada fue Los Detectives Salvajes, una monumental novela coral con casi tantos personajes y voces como historias que reconstruyen o deconstruyen, si se quiere, el proceso "posmodernizador" de América Latina mediante la vida de su alter ego, Arturo Belano y Ulises Lima.



Pero Roberto Bolaño es -¿estando tan viva su presencia, se puede decir «fue»?- mucho más que Los Detectives Salvajes. Se le ha emparentado con los beatniks, mas la complejidad de las estructuras de sus creaciones lo distancian de los Kerouac o Ginsberg, pues Bolaño es mucho más que desenfreno y escritura visceral. La edición minuciosa de sus novelas y cuentos son tan claras como su militancia en la literatura por la literatura. Nada de panfletos, nada de panegíricos por causas perdidas o ganadas. Su mundo es demasiado rico y sutil en sus posturas como para haber caído en abanderamientos "políticamente correctos".



Pero era de izquierda. Y a tal punto que viviendo en México se vino a Chile para apoyar a la revolución con empanadas y vino tinto. Tuvo mal ojo, porque pocos meses después vino el Golpe y hasta ahí llegaron sus sueños revolucionarios, sueños que después reconstruyó con cierta ironía en sus novelas y cuentos, como Estrella Distante y en menor medida en algunos pasajes de Nocturno de Chile.



Enemigo del consenso de forma radical. Tanto es así que si en su casa en la pequeña localidad de Blanes, en España, todos hinchaban por el Barcelona, él, fanático del club catalán, de forma inmediata pasaba a apoyar al otro por puro joder, por el simple hecho de romper con la unanimidad, con la uniformidad que siempre rehuyó y que lo terminaron erigiendo en un personaje siempre impredecible.



Como prueba de su tozudez y de que siempre iba contra la corriente, en una conversación que tuvo con nosotros en enero de este año, dijo que si tenía que pronunciarse sobre el conflicto que se avecinaba en el Oriente Medio, se manifestaría a favor de la guerra. Sus argumentos, por cierto, iban más allá de lo mediático y inmediato, pero lo más significativo de su postura era el atreverse a ser distinto a lo que podía esperarse de un hombre libertario. Como en su labor literaria, rompía siempre con los esquemas.



Sus "colegas"



Su honestidad y desfachatez le costaron la enemistad del mundo literario. La última vez que pisó territorio nacional fue en el 2000, logrando conquistar a muchos que desde entonces serían sus lectores fieles, mas no a Hernán Rivera Letelier, Luis Sepúlveda e Isabel Allende, de lejos sus principales contendores.



Entre los pocos aliados que logró conseguir en ese mundo, quizás los más destacados y significativos sean Jorge Edwards y Pedro Lemebel, quien Bolaño se ocupó en llevar a España y presentar con Jorge Herralde, el afamado editor de Anagrama.



Con el tiempo sus opiniones se fueron haciendo cada vez más recurrentes en la prensa chilena. Sin quererlo ni proponérselo, se fue transformando en una voz respetada por su siempre falta de pudor en decir lo que pensaba. Cuando el Premio Nacional de Literatura, por ejemplo, estaba discutiéndose, no tuvo reparos en etiquetar de "tonta" a Isabel Allende y como un hombre de "derechas" a Volodia Teiltelboim por sus "dogmáticas y estalinistas posturas".



¿Qué podía en realidad preocuparle a un hombre que se hizo solo y más encima fuera de Chile? No le debía nada a nadie, lo que le daba una libertad total a la hora de expresar lo que pensaba y sentía.



Esa forma de ser lo hicieron estar en una "lista negra", según comentó a El Mostrador.cl la crítica literaria Patricia Espinosa. Esto lo corroboró al pedir, en su calidad de editora de un libro crítico que está próximo a publicarse en torno a la obra del autor del poemario Los Perros Románticos, la colaboración de escritores al proyecto Territorios en fuga. Homenaje a Roberto Bolaño, quienes se negaron a participar porque lo encontraban "mala persona". Para Espinosa, pura envidia no más.



No importa en realidad cuán bien o cuán mal podía caerles al mundillo literario criollo. El conjunto de cuentos Llamadas Telefónicas (Premio Municipal de Santiago) o Las Putas Asesinas, o las novelas Nocturno de Chile, La Literatura Nazi en América y Estrella Distante, son muchísimo más, incluso en su particularidad, que la obra entera de varios de los "envidiosos" que lo critican.



Sabemos que Bolaño se encontraba terminando lo que siempre decía llegaría a ser su máxima obra: 2666, novela de más de mil páginas inspirado en los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, México, y que se desplaza entre Europa y América Latina entre fines del siglo XIX y comienzos del XXI.



Su empeño en escribir un mamotreto de tantas páginas cuando cada vez se lee menos y además según su amigo, el español Enrique Vila-Matas, la novela del futuro debe ser cada vez más breve, es otro signo de la personalidad siempre contraria a los designios de la moda o lo socialmente establecido.



Con la muerte de Roberto Bolaño se extingue quien fuera la voz más potente y con más proyección de la literatura no sólo chilena, sino Latinoamericana. Darío Oses, sin ir más lejos, auguraba un futuro lleno de novelas y cuentos que los lectores agradeceríamos. Pero ya no más. Se fue otro grande de las letras nacionales, otro grande que dejó este mundo sin recibir el Premio Nacional de Literatura. Como Jorge Teillier, como su admirado Enrique Lihn. Ahora Bolaño comparte ese extraño honor criollo de pertenecer a la selecta constelación de monstruos literarios que no obtuvieron el máximo reconocimiento a nivel nacional.



Sea. Al menos su prosa autobiográfica, sus relatos nutridos de tanta realidad y nervio lo harán revivir en cada lectura de sus fieles y los que de seguro se sumarán de aquí en más, los que en cada repaso de las letras que con sudor y sangre, con esa pasión tan transparente que caracterizaron a Bolaño, le harán el honor y la posibilidad de vivir en mundos que jamás imaginó, en tiempos que ni siquiera soñó, en manos que nunca tocó.



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Exclusivo: entrevista inédita a Roberto Bolaño





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