Basada en la novela de John Grisham, la cinta junta por primera vez a dos leyendas: Dustin Hoffman y Gene Hackman. La historia está repleta de engaños, sobornos y uno que otro giro. Sin embargo, la previsibilidad del relato y la "trillada" manera de abordar el tema hacen de este filme un visto y usado ejercicio cinematográfico.
Personajes ambiciosos y retorcidos, historias de juzgados, abogados tramposos, clientes mentirosos, jurados endebles, jueces corruptos, un gran dominio del humor negro, suspenso, cinismo y esa sensación de que el aparato judicial en Estados Unidos es inadecuado e ingenuo, han trasformado las novelas de John Grisham en uno de los elementos más prolíficos para la industria de Hollywood.
Siguiendo minuciosamente la línea de cintas similares como Fachada o El informe pelicano, también escritas por Grisham, Tribunal en Fuga, este nuevo «thriller legal», presenta un relato con un relativo grado de expectación, plagado de secuencias de suspenso y pequeños giros de tuerca que agilizan e intensifican una historia en general trillada, pero solventemente interpretada.
La película pretende desarrollar las interioridades de un importante juicio, en un filme intenso, dinámico y medianamente entretenido. Sin embargo, su realizador cae en la tentación de pasearse por todos y cada uno de los chichés existentes en estos característicos largometrajes, abusando de los tensos interrogatorios a testigos, los conflictos en la Corte, el abogado moralista contra el legalista calculador y despiadado, el juez estricto pero benévolo, y uno que otro dialogo cursi como mensaje de esperanza: "quiero un mundo sin armas", exclama el asistente del abogado demandante.
Cuando los guiones contienen un gran número de personajes, generalmente el producto fílmico no logra desarrollar de una forma apropiada cada uno de ellos, reflejando sólo pequeñas reseñas de caracterizaciones, lo que centra obligadamente el interés en el contexto. Tribunal en fuga tiene a su favor una historia archiprobada, pero el exceso de algunas situaciones -"eres un hombre moral en un mundo de relatividad moral", según el abogado defensor-, logran por momentos agotar a un público cansado de repeticiones en el argumento.
La historia gira en torno a una joven viuda de Nueva Orleáns, quien levanta una demanda civil contra un poderoso consorcio corporativo pues lo responsabiliza de la muerte de su esposo, poniendo en marcha un caso multimillonario. Pero es una demanda que puede ser ganada incluso antes de que comience, basándose solamente en la selección, manipulación y finalmente, el intento de "robo" del jurado.
Wendall Rohr (Dustin Hoffman), un gentil abogado sureño de moral intachable y una pasión genuina por el caso que está defendiendo, representa a la viuda. Su adversario, Rankin Fitch (Gene Hackman), es un brillante y despiadado asesor. Fitch y su equipo trabajan para vigilar y evaluar a potenciales jurados. Sabrá todo acerca de sus vidas y estratégicamente manipulará este proceso para seleccionar a los miembros. El único resultado aceptable es un tribunal perfecto para votar a favor de su cliente. Fitch y Rohr pronto se dan cuenta que no son los únicos que quieren ganar por esta vía. Un miembro del mismo, Nick Easter (John Cusack) parece tener su propio plan para convencerlo.
Mientras el caso se disputa en la Corte, un peligroso juego del gato y el ratón comienza a desarrollarse en el barrio francés de Nueva Orleans. La moralidad de Rohr es puesta a prueba y Fitch está dispuesto a cruzar esa línea de seleccionar a los miembros del jurado y robárselos sin importar quién salga agraviado en el proceso.
"Los juicios son demasiado importantes para dejarlos en las manos de los jueces. Abran los expedientes de todo el jurado, los quiero en mis manos". Este extracto de un diálogo de Gene Hackman con sus asesores, logra reflejar de cierta manera el tipo de corrupción que el filme Tribunal en fuga pretende revelar.
El problema se sustenta en lo evidente del conjunto cinematográfico. Su típico guión, la rebuscada narración y los usados diálogos, pese a dar cierto dinamismo al relato, a fin de cuentas dejan aquella sensación de haber presenciado un filme entretenido pero vacío en términos de un legado estético y emocional.
Esta especie de "cine legal" ha probado su fórmula con cierto éxito. Sin embargo, la creciente comodidad de algunos realizadores por conformar refritos de otras películas puede transformarse en un arma de doble filo.
Aún cuando el espectador de estas producciones en general es poco exigente, cauto e indulgente, la conciencia de que cada cinta tiene algo de la anterior y así sucesivamente, bien podría concretar uno de los miedos más aterradores de la industria del entretenimiento: tener las salas vacías.
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