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Los demoledores

Se escala un tema de eficiencia de política pública hasta el borde de una crisis institucional, pues la actual solución, transitoria como se señaló, deja literalmente colgando a todo el gabinete de una mayoría parlamentaria sin otro proyecto aparente que vencer políticamente al Gobierno.


La estrategia de la derecha de humillar políticamente al gobierno como incapaz finalmente dio sus frutos con el tema del Transantiago. Michelle Bachelet debió recurrir al 2% constitucional para generar el puente financiero que le permita hacer funcionar el transporte público, luego que el Tribunal Constitucional declarara la inconstitucionalidad de los decretos que dieron origen a los préstamos del BID y del Banco del Estado.



Lamentablemente en tal escenario sólo los demoledores políticos, como los senadores Zaldívar, Allamand o Navarro ganan, aunque el país pierde por partida triple.



La solución aplicada por el gobierno, transitoria aún, obliga a reasignaciones presupuestarias en diferentes reparticiones públicas, lo que implica que habrá proyectos que no tendrán el financiamiento que se les había asegurado en el presupuesto inicial del Estado. Hasta que ellas no sean conocidas en detalle, no sabremos el impacto real que tienen. Lo que es efectivo es que el tema pasó a ser un problema financiero grave del Estado, y afecta la transparencia de operaciones internacionales, como la realizada con el BID.



Pero los actores deben seguir negociando, porque solución al problema de fondo no hay, y lo peor es que no está claro cómo o sobre qué.



Ello genera un segundo problema, pues se escala un tema de eficiencia de política pública hasta el borde de una crisis institucional, pues la actual solución, transitoria como se señaló, deja literalmente colgando a todo el gabinete de una mayoría parlamentaria sin otro proyecto aparente que vencer políticamente al gobierno. Como la derrota no es muy nítida aún para la ciudadanía que no entiende mucho más allá de los titulares acerca del 2% constitucional, nadie asegura que esa mayoría no siga ahondando en prácticas institucionales depredatorias, para darle lucidez electoral a su victoria. Como por ejemplo dentro de unos pocos meses declarar en bancarrota el Transantiago y hacer efectiva la responsabilidad personal de todo el gabinete y de la Presidenta, u obligarla a un cambio masivo del mismo, en un ejercicio ambiguo de parlamentarismo bastardo.



De ahí que el tercer aspecto en que el país pierde sea la forma en que cambia el escenario político. Con un cierre total, eso es al menos lo que evidencian las conductas de los actores, de un período que tenía un ritmo político adversarial de acuerdos y controversias, pero cierta previsibilidad institucional, y que marcó veinte años de la política nacional. Lo actuado en torno a Educación y el Transantiago lo reemplaza por un escenario confrontacional, con alta propensión a los conflictos, donde no existe ningún interés de diálogo o acuerdo que no pase por la rendición incondicional del contrincante político. Y en el cual las iniciativas están en manos de los outsiders políticos.



Tal escenario está caracterizado, además, por una maduración tensa y autoreferente de los discursos políticos, indicio claro del agotamiento y envejecimiento de nuestra elite. Los sistemas políticos funcionan no sólo como resultado de culturas sociales y políticas colectivas sino en gran medida por el talante y rasgos personales de sus líderes. En Chile hace rato que, con contadas excepciones, ellos vienen contribuyendo negativamente, sobre todo los que aspiran a una mayor significación política y sienten que se les agota el tiempo.



Tal fenómeno es grave debido al desbalance institucional real de la Constitución de 1980. Porque un uso imprudente de sus vacíos legales y de legitimidad, como ha venido ocurriendo el último tiempo especialmente por parte de la oposición, coloca al país en el borde extremo de un bloqueo institucional y una crisis de todo el sistema.



Sin embargo, existe casi nula preocupación por ello y más bien son notorias las defensas de la imagen propia, la popularidad o la proyección personal. Hoy lo que más le importa a un político nacional es en qué lugar aparece en las encuestas cuando se pregunta cuál es el político con más futuro.



Sin embargo, lo que caracteriza a los sistemas políticos que pierden la visión compartida acerca de los vectores de autoridad e interés público como ocurre con el nuestro, es la fluidez de sus escenarios políticos y electorales, y la rapidez con la cual los fenómenos se salen de control.



Al respecto vale la pena hacer una pequeña reflexión. Los efectos de la humillación no deben analizarse en la visión de los vencedores sino en la percepción de los vencidos. Desde la antigüedad, la rendición incondicional siempre fue para el conminado a rendirse, un acicate para la lucha. Porque no tiene nada que perder y sabe cual es su destino. De igual manera, aquel que nada tiene que ganar en un sistema porque no puede entrar, estará siempre propenso a buscar que este se desplome. Y hoy en esto parece converger la derecha y la izquierda extraparlamentaria.



Tal reflexión debiera ser parte de los criterios de la derecha para analizar su victoria. Pues pese al agotamiento de la elite concertacionista y sus problemas internos, no está claro cual es la dimensión del fondo moral y valórico de la coalición, y aún maneja un formidable instrumento cual es el gobierno del Estado. Ello, sin perjuicio de los rasgos de sobrevivencia que conserva de un escenario mucho más complejo en el pasado, que los desafíos actuales.



Es necesario agregar que no todas las cartas del agotamiento de la Constitución de 1980 están jugadas, por lo cual el sistema puede aún entrabarse mucho más.



En todo caso, la Concertación es la que tiene la opción más clara, pues se concretaron todos sus miedos. Pudiera resultar que administrando con sabiduría y ponderación su derrota a manos de los demoledores, se genere un aliciente nuevo para el oficialismo, mientras que la victoria de la derecha tenga un efecto pírrico sobre la Alianza. Porque ha llevado las cosas al extremo, y no es claro que tenga estrategia, orden, unidad o programa para aprovecharla de manera efectiva.



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* Santiago Escobar es cientista político y experto en defensa.

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