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Cuicos flaites

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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La denominación «cuico flaite» pone en juego la clásica dialéctica «civilización-barbarie» y su valoración, pues se trata de adolescentes que buscan espacios de libertad y reconocimiento en la fuga a la barbarie, el escape a la naturalidad de las pasiones, la espontaneidad del sí mismo lejos de la normatividad impuesta por la cultura y la sociedad.


La muerte de un joven a manos de un adolescente siempre nos debe hacer pensar. Sin embargo, el triste y desgarrador caso de Sergio Aguayo es especial. Su agresor es un niño, un escolar, que convive en el imaginario cultural de nivel socio económico alto.

En ese sentido, debiese ejercer y poseer un habitus (Bourdieu) de gustos, actitudes, deseos y proyecciones de ese mismo nivel. Claramente no asociadas a la violencia y la agresividad, que -mitología mediante- responderían a una etiología ligada a condiciones socio económicas bajas, de marginalidad y pobreza.

La verdad es que la violencia y la agresividad de adolescentes trasciende los niveles socioeconómicos, y en este caso, hay que enfatizar que se trata de un agresor escolar, no sólo porque en algún momento se creyó que esta tragedia era el resultado de Bullying, sino porque cabe la pregunta por la enseñanza y el aprendizaje de competencias psicosociales, éticas, emocionales y de convivencia democrática que su escuela -una escuela particular de elite social- estaban desarrollando en él, escuela, como podemos imaginar, de desiguales recursos (recursos no sólo económicos, sino que además psico-pedagógicos) a su favor, que una escuela municipal. ¿Qué sentido -si cabe- puede tener ejercer la violencia para adolescentes escolarizados de nivel socio económico alto; para aquellos que las ciencias sociales han denominado «cuicos flaites»?

La denominación «cuico flaite» pone en juego la clásica dialéctica «civilización-barbarie» y su valoración, pues se trata de adolescentes que buscan espacios de libertad y reconocimiento en la fuga a la barbarie, el escape a la naturalidad de las pasiones, la espontaneidad del sí mismo lejos de la normatividad impuesta por la cultura y la sociedad (García y Madriaza, 2005). Claramente un desgarro existencial y no sólo un desliz de adolescente, pues este tipo de «cuico» es, vive y convive en una realidad ya estructurada desde sus mismas bases imaginarias y la aspiración a ser «flaite» (verdadero ícono inspirador) es sólo en apariencia el triunfo ante la humillación a la regla, la norma, la ley: humillación propia, por de pronto, según estos adolescentes, de los otros, los «cuicos-cuicos».

En este sentido, la descarga de violencia y agresividad, es vista como positiva, aunque implique dañar a otros, y se trata de una descarga que se ejerce en un «afuera» (la calle, la barra en el estadio) espacio temporal, y rara vez en la escuela o el hogar.

Se trata de una violencia mitológica (Girard), de construcción del sí mismo identitario, y no de una violencia institucionalizada y racionalizada (Weber). No obstante, se trata de adolescentes que se saben «cuicos», es decir, que se comparan negativamente con los «flaites-flaites», porque se reconocen decentes, dignos, cercanos al ideal caballeresco de uso de la fuerza (Zerón, 2007) aunque de todas maneras justifican la violencia de los más pobres; como dice uno de estos adolescentes «cuico»: «los flaites viven en una condición mucho más difícil, más complicada, tienen que luchar pa’ lo poco y nada que tienen, y en ese sentido quizá sea ahí más la violencia para obtener las cosas y descrestarse para tener cada uno lo que tiene porque se la jugó«.

La poliédrica figura de estos adolescentes nos debe hacer repensar nuestra institución escolar, pero no sólo por ellos, sino porque sabemos que el sistema escolar está haciendo poco por este tipo de aprendizajes para nuestra convivencia democrática. Sabemos que la violencia es cotidiana, y a veces sin control, al interior mismo de las salas de clases.

La paradoja es que mientras la escuela chilena, desde la gran reforma de los 90 promueve desde el discurso político un constructivismo del conocimiento y del aprendizaje en los estudiantes, es decir, un tipo de conocimiento flexible, activo y participativo, muchos escolares manifiestan el agotamiento de vivir precisamente la experiencia contraria. Esto es, la experiencia de que necesitan aprender materias con contenidos estancados, para rendir pruebas estandarizadas que les permitan entrar a la educación superior; la experiencia de una Jornada Escolar demasiado extensa que ha sido, en muchos casos, más horas de Lenguaje y Matemática para el SIMCE o la PSU; la experiencia de metodologías pedagógicas anticuadas; y finalmente, la experiencia de una cultura escolar que promueve aprendizajes poco significativos.

Ante este discurso políticamente correcto, aggiornado de psicología contemporánea, interpretado hace ya tiempo como «violencia simbólica» de la escuela (Bourdieu), muchos adolescentes se rebelan y responden con violencia escolar (Dubet). Otros, lamentablemente, llegan a extremos que nunca desearíamos ocurrieran.

*Jaime Retamal es académico de Facultad de Humanidades, Departamento de Educación, USACH.

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