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Singularidades y extrañezas de un asilo

Christian Buscaglia
Por : Christian Buscaglia Periodista El Mostrador
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Como el melodrama, vodevil o teatro del absurdo aún no concluye, ahora el gran desafío para el público democrático que observa la pieza es garantizar que Honduras pueda llevar a cabo comicios transparentes y generar condiciones para que su resultado sea reconocido. En todo caso, será fundamental mantener los focos prendidos. Los personajes de los vodeviles suelen tener dobleces morales. Los personajes del teatro del absurdo suelen cambiar el sentido de las palabras. Y en los melodramas se suele jugar al extremo con las emociones de los lectores y espectadores.


Melodrama, vodevil o teatro del absurdo, el caso es que Honduras parece entrar en un plano de calma. Sus protagonistas han dado las primeras muestras de comprender cuán peligroso significaría seguir aumentando en forma desmedida la intensidad y desmesura con que venían representando sus roles.

Así entonces, esas bocanadas de fuego que auguraban sangrientos descontroles por lado y lado han comenzado a replegarse hacia el fondo del escenario.

Ahora, en un proscenio relativamente apaciguado, a todos les resulta complicado desechar el Plan Arias y no admitir algo obvio, que las elecciones presidenciales de noviembre son un paso fundamental para alejar aún más el espectro de la violencia. Pareciera que la virgen patrona de Honduras, la de Suyapa, conocida como La Morenita y venerada por sus milagros, pareciera haber escuchado los ruegos de los atribulados hondureños.

Y aunque el guión sigue abierto, no es para nada prematuro echar una mirada a las centenares de singularidades (o extrañezas) que ha presentado este caso.
Una de ellas es la forma y fondo del procedimiento elegido para sacar de su puesto a un jefe de Estado electo. Sin embargo, una de las singularidades mayores es la “ocupación” de la embajada de Brasil en Tegucigalpa, por parte del depuesto M. Zelaya. ¿Cómo llegó ahí?, ¿cuál es el status?, ¿asilado o refugiado?, ¿se aceptó su solicitud de hospedaje temporal?, ¿se le ofreció cobijo? Son muchas las áreas de este episodio, cubiertas por arlequines y bastidores, que con el tiempo serán examinados en retrospectiva y sin las pasiones que el caso despierta hoy. Sin embargo, aunque la situación jurídica de este asilo sea aún borrosa, lo que importa es la presencia del factor político implícito en el hecho, cual es la venia de Brasilia a su estadía.

Por eso, aunque el refugio diplomático sea considerado simultáneamente un asunto jurídico y político, la preeminencia de esto último es lo que cuenta. Cada caso, al verse enriquecido con el debate político, sienta precedentes. Y lo de Zelaya en la embajada brasileña no escapa a tal dinámica.
En efecto, la institución del asilo es una de las más antiguas de la historia del derecho y de las prácticas políticas. Se vincula a las grandes civilizaciones de la antigüedad y al amparo de los templos, respecto a perseguidos por principios o costumbres religiosas. Es un tema que preocupaba a varios santos y tratado en no pocos concilios, debido precisamente a las dificultades para hacer calzar lo que está escrito con las realidades de las grandes conmociones políticas.

El derecho ha desarrollado todo un fundamento del llamado amparo internacional, recogido –en medio de grandes fricciones a la hora de aplicarse- por la tradición jurídica latinoamericana y pudiera decirse que su clímax actual se alcanzó, en nuestra región, en el llamado Pacto de San José. Motivo de gran discusión entre juristas, por ejemplo, fue el caso de Víctor Haya de la Torre, quien recibió asilo en Colombia después de fracasar una turbulenta acción antigubernamental en 1948 en su país. A propósito de su caso, el año 1950, se discutió a fondo esta cuestión y se resolvieron aspectos importantes para la jurisprudencia posterior. Ello no ha inhibido nuevas discrepancias de índole política. Por ejemplo, el reciente asilo concedido por Perú a dos ex ministros bolivianos, a quienes Evo Morales acusa de “crímenes contra la humanidad” o la reciente controversia peruano-venezolana por el asilo otorgado a un importante opositor a Chávez.

El asilo es, en consecuencia, una herramienta esencialmente política y por lo tanto sujeta a las sinuosidades propias de cada coyuntura y a la tradición de los involucrados. Los EE.UU., por ejemplo, que han mantenido una política no uniforme, asilaron a familiares del Presidente Leguía en Perú y al cardenal Mindszenty en Hungría. A fines del siglo XIX, Agustín Edwards y Eduardo Matte recibieron asilo igualmente en la embajada estadounidense tras la guerra civil en nuestro país. Los latinoamericanos tendemos a ser más magnánimos con las solicitudes de asilo. Muchas veces los casos son presentados bajo fórmulas ambiguas, como refugio u hospedaje. Así fue presentada a los medios la también sorpresiva irrupción del ex Presidente de la RDA, Erich Honecker en la embajada chilena en Moscú en 1991. En otras latitudes, en cambio, han existido regímenes que sencillamente se niegan a aceptar el asilo.
Ilustrativo es el caso Joszef Mindszenty, el arzobispo húngaro, preso por las autoridades del naciente régimen comunista en su país y cuya condena a muerte en 1949 debió ser anulada producto de la presión internacional.

Mindszenty se asiló en 1956 en la embajada de EE.UU., donde permaneció 15 años debido a la negativa a concedérsele salvoconducto, pese a las continuas peticiones del Papa Paulo VI y de los presidentes estadounidenses Eisenhower, Kennedy, Johnson y más insistentemente Nixon.

En los últimos lustros, el tema de asilo concitó fuerte la atención en Europa cuando miles de habitantes de la RDA literalmente ocuparon las embajadas de la Alemania Federal en Praga y Budapest, generando un hecho político de la mayor relevancia, que presagió el colapso de aquellos regímenes. En esa oportunidad, teniendo como respaldo instrumentos jurídicos, se buscó y encontró una solución netamente política. Esa tarea fue el gran aporte mancomunado de Genscher, Baker y Schevardnadze para evitar grandes éxodos hacia Europa occidental al finalizar la Guerra Fría.

También, muchas veces, el asilo es producto de cuestiones fortuitas. Conocido es el caso de la entonces brillante promesa del ajedrez ruso, de origen aristocrático, Alexander Alekhine (más tarde campeón del mundo) quien salvó su pellejo de la represión bolchevique y recibió autorización para asilarse en Francia, por el sólo hecho de que Trotsky y Lenin eran fanáticos ajedrecistas, admiradores de su juego y que con frecuencia lo buscaban para jugar, pese a las turbulencias revolucionarias. Otras muchas veces las peculiaridades del caso están fundamentadas en las habilidades artísticas, destrezas deportivas o capacidades intelectuales del solicitante. Solyentzin, Lakatos, Baryshnikov, Navratilova, son ejemplos elocuentes.

El caso de Chile en 1973 también fue inédito. Nunca antes había habido ocurrido en el país que miles de personas, individual o concertadamente, ocupasen tantas embajadas en Santiago en busca de refugio. Eso ayudó desde luego a que muchos países centraran su atención en los sucesos que ocurrían en Santiago. Igualmente masiva fue la ocupación de la embajada peruana en La Habana en 1980, que daría pie a lo que posteriormente se conocería como los balseros cubanos (rumbo a Miami).

Todos éstos son casos que por la carga política incomodaron fuertemente a los involucrados.

Lo que sucede en Tegucigalpa debe ser por lo mismo sumamente incómodo. No sólo por los sucesivos llamados a la insurrección, arengas y victimización mediática, que se hacen desde su interior, con no poca teatralidad, y que no se condicen con las obligaciones de la Convención sobre el Asilo Diplomático. Otros ingredientes resultan igualmente poco digeribles para la diplomacia brasileña, reconocida por su gusto riobranquista, por la discreción y los papeles de conciliación. Por ejemplo, los continuos alardes de otros presidentes, que dejan en claro algo más que un mero conocimiento de la operación, lo que le abre flancos tan innecesarios como peligrosos a su prestigio. Por último, pone en tela de juicio las propias palabras del asesor internacional del Presidente Lula, Marco Aurelio García, quien hablando con el O Estado de Sao Paulo en junio de este año decía: “Brasil no tiene porqué andar dando certificados de buena o mala conducta alrededor del mundo”. En consecuencia, ¿quién gana con este caso?

La respuesta parece obvia. Como el melodrama, vodevil o teatro del absurdo aún no concluye, ahora el gran desafío para el público democrático que observa la pieza es garantizar que Honduras pueda llevar a cabo comicios transparentes y generar condiciones para que su resultado sea reconocido. En todo caso, será fundamental mantener los focos prendidos. Los personajes de los vodeviles suelen tener dobleces morales. Los personajes del teatro del absurdo suelen cambiar el sentido de las palabras. Y en los melodramas se suele jugar al extremo con las emociones de los lectores y espectadores. La obra no concluye.

*Iván Witker es autor de El Caso Honecker, el Interés Nacional y la Política Exterior de Chile, Revista de Estudios Públicos N° 105 (2007), CEP

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