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La Roja de Bachelet: Justicia Divina

Francisco Javier Díaz
Por : Francisco Javier Díaz Abogado y cientista político, investigador de CIEPLAN.
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La emoción en este caso tiene cara de mujer. Porque en una familia las penas se lloran juntos, pero las alegrías se celebran en patota. Y ahí está Michelle Bachelet en Sudáfrica, acompañando al equipo, motivando a los chilenos, recordando a los que sufrieron con el terremoto. Más allá del juicio que se tenga de ella y de su gobierno, hay que reconocer lo sano que es para una democracia que sus líderes sean queridos y respetados.


Chile ha ganado su primer partido en un Mundial después de 48 años. Su primera victoria fuera de casa después de 60 años. ¡Justicia divina! Dijo alguna vez Julio Martínez, cuando Leonel Sánchez clavó un certero zurdazo en Arica contra la Unión Soviética, “entre palo y arquero” como él recordaría.

Pero en este caso particular, con la selección de Bielsa, no se trata de justicia divina. Con el respeto de los creyentes, Dios no tiene nada que ver en esto -por lo demás, en el fútbol se dice que Dios mete la mano por Argentina. Lo que aquí ocurre es fruto del trabajo planificado. Es fruto del esfuerzo metódico. Es fruto de una dirigencia sensata y mesurada, que supo invertir en lo que había que invertir y dejarse de payasadas. No hay justicia divina en el triunfo de Chile, señoras y señores, hinchas del deporte rey. Aquí ganó la razón pura y dura, que de un equipo de figuras promedio, logró armar un equipo que escapa a la media del fútbol chileno. ¡Grande Chile! ¡Grande Bielsa! ¡Grande Mayne-Nicholls!

Pero no todo es razón, también hay emoción en este día. Y la emoción en este caso tiene cara de mujer. Porque en una familia las penas se lloran juntos, pero las alegrías se celebran en patota. Y ahí está Michelle Bachelet en Sudáfrica, acompañando al equipo, motivando a los chilenos, recordando a los que sufrieron con el terremoto. Más allá del juicio que se tenga de ella y de su gobierno, hay que reconocer lo sano que es para una democracia que sus líderes sean queridos y respetados.

[cita]El Presidente Piñera hasta se compró un club para parecer más cercano. Pero le falta la emoción. Hizo algo que un futbolero jamás haría, como es cambiarse de equipo. Se puede cambiar de partido político, de religión, hasta de mujer, pero no de equipo.[/cita]

Sé que la comparación puede resultar odiosa. El Presidente Piñera hasta se compró un club para parecer más cercano. Pero le falta la emoción. Hizo algo que un futbolero jamás haría, como es cambiarse de equipo. Se puede cambiar de partido político, de religión, hasta de mujer, pero no de equipo. Eso jamás. Y Piñera lo hizo. Trató de acercarse a la selección y subirse al carro de la victoria. Tampoco le resultó. Sus bromas eran forzadas. Sus chistes eran fomes. Su mano era estrecha. El discurso en Pinto Durán donde citó los apodos de jugadores y cuerpo técnico quedará en la memoria como una de las piezas más ridículas y contraproducentes de la historia político-deportiva. Tocó la pierna de Chupete Suazo con la prepotencia del patrón de fundo que revisa la pierna de su potranca. Así, en pocos minutos logró que se empañara el mismísimo 21 de mayo (algo ayudó después Otero, Chilevisión y compañía). Si hasta un chiquillo de 22 años, como Mauricio Isla, lo mandó elegantemente a la punta del cerro. Recuerdo cuando Bachelet le dijo coqueta y respetuosa a Humberto Cruz “¿me permite decirle don Chita?”.

¿Se puede utilizar el fútbol con fines políticos? Sencillamente no se puede. No se puede utilizar la emoción para fines de la razón. Así de claro y directo. En el fútbol, como en el amor o la familia, o te creen o no te creen. Si transpiras emoción y preocupación genuina, te querrán y punto. Si vas con el cálculo, el estadio se dará cuenta.

Es lo que pasó con Piñera y Bachelet en este episodio. Justicia divina. El lector a estas alturas lo estará pensando, así que me adelanto a decirlo de manera transparente como disclaimer: trabajé con Bachelet por varios años, es cierto, aunque mi lealtad en este día está con el fútbol. Pero por ese trabajo, sé de primera fuente que virtudes que uno generalmente asocia a la decencia o la moralidad –como la bondad, la sensibilidad, la compasión, la honestidad o la empatía—pueden terminar siendo, también, poderosos recursos en el difícil y rudo arte de la política.

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