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Los que no se rindieron a los golpistas Adelanto de «Martes once la primera resistencia»

Los que no se rindieron a los golpistas

Entonces llamé a «Carlos Álamos» y él me dijo: «Mira negrito —porque nos conocíamos mucho— esta cosa va en serio. Ustedes tienen que hacer lo máximo, nadie se puede rendir, nadie. Yo le dije que estábamos bien. Además me dijo que cuando empezara el combate no nos pusiéramos a disparar como locos. Así lo hicimos. Yo traté de conversar con la gente, porque ese momento no era de dar órdenes, porque no éramos militares, sino compañeros. Y tendríamos que tratar de hacer lo mejor posible. Por eso cuando aparecieron las primeras tropas esperamos que ellos atacaran y eso debe haber sido como a las nueve de la mañana.


Cerca de tres años trabajó Ignacio Vidaurrázaga en Martes once la primera resistencia (LOM, 2013). Con testimonios, entrevistas y recortes de prensa de la época, el periodista logra una crónica sobre las actitudes resistentes en las primeras horas después del golpe de estado.

En palabras del autor, la investigación busca aportar “otra vuelta de tuerca en el conocimiento de los pormenores de ese día, y para eso me sitúo desde el testimonio y las voces de los vencidos en armas, de quienes ese martes dispararon, trasladaron armas o protegieron heridos, vieron morir a otros y al finalizar el día, fueron detenidos o alcanzaron a evadirse, para ser apresados tiempo después, pasar a la clandestinidad o tener que irse al exilio. Es ese el lugar que he querido asumir como periodista-cronista”.

Sobre las motivaciones que lo llevaron a realizar la investigación, Vidaurrázaga, afirma que es “lo que hubiese querido saber ese día, a mis 18 años de estudiante secundario del 4to medio A, del Liceo de Aplicación, cuando era un dirigente estudiantil del FER y militaba en el MIR, al igual que mi hermano Gastón.

A continuación un adelanto del libro:

La salida hacia La Moneda

El primer auto es conducido por Julio Soto, quien en la escolta es conocido por el nombre «Joaquín». En el asiento trasero viaja el «doctor», como suelen llamar, con respeto y cercanía, los integrantes de la escolta a Salvador Allende. A su lado va «Víctor» y como copiloto el «Huaso Raúl» (Oscar Valladares). Él y el doctor abordan el vehículo muy poco antes de las 07:00. La mayoría de estos hombres porta fusiles AK-47, mientras que el presidente mantiene a su alcance una subametralladora y un revólver.

En el segundo auto el conductor es «Eduardo», y en el tercero, «Roberto» (Isidro García). En este último vehículo van también «Jano» (Daniel Antonio Gutiérrez Ayala) y «Silvio». El jefe del dispositivo es «Aníbal» (Juan José Montiglio), quién viajará en un vehículo blanco junto con «Carlos Álamos» (Jaime Sotelo) . Ellos, que son los directores del desplazamiento, jugarán un rol principal durante la resistencia del Palacio de Gobierno.

[cita]Entonces llamé a «Carlos Álamos» y él me dijo: «Mira negrito —porque nos conocíamos mucho— esta cosa va en serio. Ustedes tienen que hacer lo máximo, nadie se puede rendir, nadie. Yo le dije que estábamos bien. Además me dijo que cuando empezara el combate no nos pusiéramos a disparar como locos. Así lo hicimos. Yo traté de conversar con la gente, porque ese momento no era de dar órdenes, porque no éramos militares, sino compañeros. Y tendríamos que tratar de hacer lo mejor posible. Por eso cuando aparecieron las primeras tropas esperamos que ellos atacaran y eso debe haber sido como a las nueve de la mañana.[/cita]

La comitiva sale apremiada durante algún minuto entre las 06:50 y las 07:00 de esa mañana. Según «Joaquín», realizaron el trayecto en ocho minutos. La ruta elegida fue: Tomás Moro hacia el norte, luego Apoquindo en dirección poniente hasta Manquehue y, desde allí, tomaron la avenida Kennedy, Recoleta y el puente Mapocho hasta llegar a Bandera esquina Moneda.

Cuando salgo alertado por la alarma, el Presidente está llegando al auto con «Raúl». Creo que salimos de Tomás Moro poco antes de las 07.00. En el trayecto le toco la rodilla a Raúl y le pregunto con discreción: «¿Qué pasa?». El doctor se dio cuenta y me dijo: «Compañero, se ha alzado la Marina, ¡corra! Tenemos que llegar antes que los marinos». Imagínate la orden. Estaba tranquilo, pero muy inquieto ante la eventualidad de que no pudiera ingresar a La Moneda porque los marinos y militares la coparan antes. Cuando llegamos todo estaba normal y él [Allende] dijo: «¡Por fin!». Creo que deben haber sido unos ocho minutos. Los autos estaban como para correrla y el camino hacia La Moneda estaba prácticamente vacío.

 Parapetarse en el MOP

«Joaquín» recibe la orden de ocupar posiciones en los pisos superiores del Ministerio junto con el grupo de choferes. En la cochera presidencial descubren por casualidad una ventana que, tras romperla, les permite ingresar directamente al MOP. Desde los autos estacionados trasladan un pequeño pero significativo arsenal: un lanzacohetes RPG-7, una ametralladora punto 30, dos cajas de proyectiles y varios fusiles AK con sus respectivos módulos de combate.

De inmediato nos fuimos arriba con las armas, con todas las que teníamos en los autos. Subimos todos los conductores, o sea, un total de seis, además de otro que había sido chofer: «Patán» —Manuel Cortés—, que estaba en Santiago porque había llegado desde Chuquicamata con un amigo; «Carlos Álamos» lo había autorizado a integrarse. Así, nos juntamos un grupo de ocho y nos fuimos a los pisos de arriba. Cuando llegamos a ubicarnos pregunté quién sabía manejar la punto 30 y el único era «Patán». Él se hizo cargo y su amigo tomó las dos cajitas y se llevó una metralleta. Había una RPG-7, que se la pasé a «Rubén» que trabajaba en El Cañaveral. Los otros tres choferes: «Eduardo», «Roberto» y el chico «Lalo» asumieron los fusiles. […] El mando lo ejercí yo [quien habla es «Joaquín»].

Una vez dispuesto el grupo y asignados los ángulos de tiro que permitieran zonificar el fuego hacía la Alameda y la Plaza de la Constitución, «Joaquín» se instala en la oficina del ministro. Allí estaban los citófonos conectados con la presidencia que le permitirán comunicarse con su mando, situado al frente.

Entonces llamé a «Carlos Álamos» y él me dijo: «Mira negrito —porque nos conocíamos mucho— esta cosa va en serio. Ustedes tienen que hacer lo máximo, nadie se puede rendir, nadie. Yo le dije que estábamos bien. Además me dijo que cuando empezara el combate no nos pusiéramos a disparar como locos. Así lo hicimos. Yo traté de conversar con la gente, porque ese momento no era de dar órdenes, porque no éramos militares, sino compañeros. Y tendríamos que tratar de hacer lo mejor posible. Por eso cuando aparecieron las primeras tropas esperamos que ellos atacaran y eso debe haber sido como a las nueve de la mañana.

 Los últimos momentos en el MOP

Desde los pisos superiores el grupo del GAP observa y hostiga a los militares. Luego del bombardeo, se aproximan por Morandé  tropas de infantería provenientes de Agustinas, otras salen desde la Galería Antonio Varas. Aumentan los disparos. Joaquín relatará lo que ve desde arriba:

En un momento se abre la puerta de Morandé y sacan una bandera blanca […]. Después sacan a los compañeros y volvimos a disparar. Era como la una de la tarde. En las primeras escaramuzas […] los soldados se protegen con los cuerpos de los compañeros para que nosotros no sigamos disparando. Ahí nosotros estábamos descontrolados. La orden era no rendirse. No sabíamos si era solo un grupo al que habían ubicado abajo y lo habían agarrado o si quedaban otros combatiendo. Al principio no los reconocíamos, por la ropa, estaban llenos de polvo. Para los milicos el trofeo era La Moneda, Allende muerto y nuestros compañeros detenidos. En un momento nos damos cuenta de que los militares se cubren con ellos y ahí no podíamos hacer nada. Nosotros estábamos en las últimas desde el punto de vista militar y las municiones no daban para más.

Entre los resistentes del MOP hay heridos:

A «Eduardo» le había caído un vidrio, porque había que sacar los brazos para afuera por las ventanas para disparar bien. Era una herida muy profunda y, a la salida, con un mantel, tratamos de esconderla. Además, teníamos tres personas heridas del personal que habíamos retenido adentro. Los metimos en una oficina del segundo o tercer piso y que hicieran lo que quisieran, pero que no se metieran, porque no tenían armas. No podían caminar, porque las balas cruzaban las murallas. Eran tres mujeres. A una la bala le rozó, pero le abrió el vientre y tenía las tripas afuera, así que la hicimos sacar por una ventana….

Viendo lo que sucede en La Moneda, los miembros del grupo del MOP saben que deben preparar el repliegue. Quizás lo más difícil de todo lo que han hecho durante estas horas. Ahora suponen que vendrá un allanamiento y que deberán confundirse entre el personal…

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