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Así fue la colaboración de Matthei con Inglaterra para la Guerra de las Malvinas Testimonio del ex comandante en Jefe de la Fach sobre su rol en el conflicto

Así fue la colaboración de Matthei con Inglaterra para la Guerra de las Malvinas

A raíz de la publicación del libro Una Guerra Sudamericana, escrito por Jeremy Brown, donde se relata la ayuda chilena al Reino Unido durante la Guerra de Las Malvinas, publicamos parte de la entrevista que realizó la historiadora Patricia Arancibia Clavel al general Fernando Matthei y que fue publicada en el libro Matthei, mi Testimonio, de la misma autora.


-El 2 de abril de 1982, Argentina invadió las islas Falklands –cuya soberanía estaba en discusión con Gran Bretaña– y provocó el inicio de una guerra que pese a haber durado sólo dos meses, significó la muerte de 700 soldados transandinos y 255 británicos. ¿El gobierno chileno se había puesto en ese escenario bélico?
-Observando el curso de los acontecimientos, sabíamos que estaba la posibilidad, pero por lo menos a mí, no se me pasó por la mente que los argentinos pudieran ser tan locos. En realidad –y esto es grave–, nos tomó a todos por sorpresa. Yo mismo me enteré leyendo El Mercurio por la mañana. ¡En serio! Conversando años después con mi amigo Omar Grafiña Rubens, ex comandante en Jefe de la Fuerza Aérea argentina, me confesó que él tampoco lo supo allá. Recién se había retirado y lo reemplazó Basilio Lami Dozo. Según me contó, lo dejaron fuera cuando participaba en una reunión decisiva y terminaron de definir las cosas en ausencia suya. Debo reconocer que la invasión fue un secreto muy bien guardado por parte de los argentinos. Nadie lo supo. Tomaron a los ingleses completamente por sorpresa, y a nosotros también…

-¿Cuál fue la reacción suya y del gobierno?
-Tomar nota y estar alerta. Sin embargo, dos días después de la invasión mi oficial de Inteligencia, general Vicente Rodríguez, me informa que un oficial inglés enviado por el Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea británica –así se llama al comandante en Jefe, porque el que manda allá es el Primer Ministro, tal como en Estados Unidos lo hace el Presidente– quería hablar conmigo. “Tráigalo”, le dije. Se trataba del Wing Commander Sydney Edwards, un personaje que no parecía inglés para nada y que hablaba español perfectamente.

 -¿Cómo lo describiría?
-Me pareció bastante joven –unos 35 a 40 años–, sumamente activo y nervioso, como si estuviera desplegando un montón de adrenalina. Venía con una carta de sir David Grant, comandante en Jefe de la Fuerza Aérea inglesa, para ver en qué podíamos ayudarlo. Tenía plenos poderes para negociar conmigo y coordinar cualquier cosa que pudiéramos hacer juntos, lo cual me pareció muy interesante. Obviamente, lo que a ellos más les apremiaba era obtener información de Inteligencia, porque no se habían preocupado para nada de Argentina. Sabían todo lo que había que saber sobre la Unión Soviética, pero nada de nuestros vecinos y tampoco de nosotros. Edwards me preguntó en qué y cómo podíamos cooperar con ellos, pero yo le contesté que no me mandaba solo y que primero hablaría con el Presidente Pinochet.

-¿Y habló con él?
-Claro que sí. Le informé de la conversación sostenida con Edwards en términos muy generales, manifestándole que no podíamos desperdiciar esta gran oportunidad. Y es que a nosotros no nos convenía para nada que los argentinos “le pegaran” a los ingleses, puesto que –con seguridad– seríamos los siguientes. Recién estábamos digiriendo el discurso del general Galtieri en la Plaza de Mayo, durante el cual expresó ante las multitudes rugientes que las Malvinas eran sólo el comienzo. Parecía Mussolini.

[cita]Habíamos desarrollado un puesto de mando blindado bajo tierra en Punta Arenas, muy bien protegido, en el cual se recibían todos los datos captados por el radar grande, los pequeños y los escuchas. Graficados y clarísimos, como en un teatro. Desde ahí, un oficial nuestro designado como enlace le remitía la información a Edwards en Santiago.

-¿Y cómo se la transmitía Edwards a sus superiores?

-Tenía un equipo de comunicación satelital directo con el buque insignia inglés, bajo el mando del comodoro Woodworth. Se avisaba, por ejemplo, que desde una base determinada habían salido cuatro aviones en dirección a tal parte, que por su velocidad parecían Mirage. Una hora antes de que llegaran, los ingleses ya estaban informados de su arribo.[/cita]

-¿Qué instrucciones le dio el general Pinochet?
-Les repito que a nosotros nos preocupaba el hecho de que los argentinos apuntaran hacia acá después de las Malvinas, puesto que no estábamos preparados en forma adecuada para enfrentarlos. Y mal que mal, ellos mantenían pretensiones territoriales sobre nuestro suelo. En síntesis, el general Pinochet me autorizó a trabajar en forma estrictamente confidencial con los ingleses, evitando por todos los medios que se enterara el Ministerio de Relaciones Exteriores.

-¿El Ejército y la Armada recibieron una solicitud similar a la de ustedes?
-Lo ignoro, pero creo que no.

-¿Por qué cree usted que los británicos optaron por pedir ayuda solamente a la Fuerza Aérea?
-Ésa es una buena pregunta. Tal vez porque me conocían desde la época en que fui agregado aéreo en Inglaterra. Como saben, estuve allá algo más de dos años, visitando sus industrias de material de guerra y estableciendo contactos con los altos mandos británicos y las autoridades del Ministerio de Defensa. En ese tiempo firmé contratos en representación de la Fuerza Aérea para comprar seis Hunter y diez aviones de caza Vampire. La verdad es que tenía relaciones bastante fluidas con ellos, pese a que Chile figuraba entre los países del bloque del Este. A mí me consideraban amigo y creo haberles contado que al regreso de mi viaje a la Unión Soviética en junio de 1973, les pasé una copia del informe que redacté para la institución. Además, hablaba inglés “de corrido” y había volado en una de sus unidades. En resumen, tenían bastantes referencias mías y creo que por eso me llegó la petición.

-¿Qué hizo después de conversar con el general Pinochet?
-Me junté nuevamente con Sidney Edwards para informarle que tenía carta blanca en el asunto y que operaríamos de acuerdo a mis criterios. A su vez, Edwards me dijo que ni la embajada británica ni el agregado de defensa –un marino– debían enterarse de su presencia en Chile.

-¿Y qué acordaron?
-A eso vamos. Después de nuestra reunión, Edwards viajó a Inglaterra para analizar qué podían darnos a cambio de información de Inteligencia y lo autorizaron para “vendernos” –al precio nominal de una libra esterlina– seis aviones Hunter que se traerían de inmediato a Chile, un radar de larga distancia, misiles antiaéreos y tres bombarderos Camberra de reconocimiento fotogramétrico a gran altura. Este material era muy importante para nosotros, sobre todo los aviones de reconocimiento, puesto que en la Fuerza Aérea chilena no teníamos uno solo. Vuelan muy alto, como los U-2 norteamericanos, llevando unas inmensas cámaras fotográficas. Además, mandaron un avión Nimrod parecido al 707 de pasajeros, pero transformado, para hacer vigilancia electrónica –radares– y de comunicaciones –radio–. Éste voló estrictamente en nuestro lado de la frontera, pero la altura a la cual podía volar le permitía escuchar las señales argentinas.

-¿Cómo puede llegar un avión de esas características y tamaño hasta un aeropuerto o una base aérea chilena sin que nadie se dé cuenta?
-Llegó como cualquier otro aparato civil, con un plan de vuelo normal.

-¿Y no lo detectaron los argentinos?
-Es que no pasó por Argentina. Todos los aviones llegaron a través de Isla de Pascua y de Tahíti.

-¿Tampoco lo descubrieron los espías argentinos?
-No había espías argentinos en Chile, tal como nosotros no teníamos espías en Argentina.

-¿Y cómo reunían información de Inteligencia aérea antes de la llegada del Nimrod?
-Para esa fecha, nosotros habíamos transformado aviones más livianos en nuestra propia industria y con equipos propios, aunque no volaban con la altitud necesaria. Eran turbo-hélices del tipo 99 Alfa, unos bimotores livianos en los cuales montamos unos equipos desarrollados en conjunto por la Marina y la Fuerza Aérea que nos permitieron detectar todas las señales de radar, analizarlas y clasificarlas. Entre paréntesis, dado lo poco agraciada de su estética después de su transformación, los bautizamos “Petrel”. Como les decía, sin embargo, el único problema con estos aviones era su altitud de vuelo. Y es que las señales de radar –al igual que la luz– se proyectan en línea recta, sin quebrarse, de manera que no se captan a menos que se vuele a 40.000 pies de altura. Cuando llegó el Nimrod, entonces, efectuamos como primera medida un reconocimiento completo a nuestro lado de la frontera, volando a gran altura y captando señales del otro lado que nuestros aviones no habían podido detectar a causa de la cordillera.

-¿Quiénes pilotearon el avión?
Los ingleses, aunque también iba un par de observadores nuestros a bordo.

-¿Fue importante la información obtenida?
-Para nosotros, lo interesante fue que ese vuelo no nos aportó nada adicional a lo ya detectado con nuestros aviones “hechizos”. El vuelo no nos sirvió, pero se realizó y para la historia es bueno que se sepa. No arrojó informaciones nuevas que nosotros no conociéramos, lo cual en cierta forma implicó que teníamos una inteligencia electrónica y comunicacional bien desarrollada. Quedamos muy contentos, entonces, y los ingleses se mostraron impresionados por nuestros sistemas de escucha en el sur y por el radar de gran alcance que teníamos detrás de Punta Arenas.

-¿Qué papel jugó ese radar y donde lo habían comprado?
-Era un radar de 200 millas de alcance comprado en Francia. Pero también en tierra teníamos puestos de escucha en varios lugares, que captaban todas las señales y comunicaciones radiales argentinas. Por otra parte, habíamos desarrollado un puesto de mando blindado bajo tierra en Punta Arenas, muy bien protegido, en el cual se recibían todos los datos captados por el radar grande, los pequeños y los escuchas. Graficados y clarísimos, como en un teatro. Desde ahí, un oficial nuestro designado como enlace le remitía la información a Edwards en Santiago.

-¿Y cómo se la transmitía Edwards a sus superiores?
-Tenía un equipo de comunicación satelital directo con el buque insignia inglés, bajo el mando del comodoro Woodworth. Se avisaba, por ejemplo, que desde una base determinada habían salido cuatro aviones en dirección a tal parte, que por su velocidad parecían Mirage. Una hora antes de que llegaran, los ingleses ya estaban informados de su arribo.

-¿Usted también recibía esa información?
-Yo tenía otras cosas que hacer, pero al final del día me daban un informe de lo ocurrido.

-¿Y se lo transmitía a su vez al general Pinochet?
-Nunca, por la sencilla razón de que si llegaba a “saltar la liebre”, él estaría en condiciones de jurar que no sabía nada. Así podría decir que el culpable era el imbécil de Matthei y que lo echaría de inmediato. Al respecto, debo decir que tengo el más alto respeto por Argentina y que tuve clarísimo que siempre seremos vecinos. En ese sentido, éramos los más interesados en mantener relaciones lo más amigables posible. Sin embargo, durante ese período el gobierno militar argentino actuó en forma tal, que todos fueron condenados por la justicia de su país. Y en ese momento, pese a todas mis simpatías por Argentina, mi responsabilidad era Chile. Considerando que el mismo general Galtieri había declarado que nosotros seríamos los próximos, obviamente yo no quería que ganaran la guerra contra los ingleses.

-¿Pero no cree usted que los argentinos algo sospechaban?
-Lo sabían. Incluso antes de la llegada de Edwards, mandé llamar al agregado aéreo argentino a fin de enviar por intermedio suyo un mensaje al general Lami Dozo. Le dije que nunca en mi vida habría pensado que serían tan irresponsables. Habiendo barajado todas las posibilidades en mi cabeza, la única que no ingresé en mi computador mental fue que agredieran militarmente a los ingleses. Frente a esta situación, le di mi palabra de honor de que la Fuerza Aérea chilena no atacaría a Argentina durante su eventual guerra con Inglaterra. Pero agregué que cuando se produce un incendio en casa del vecino, el hombre prudente toma una manguera y echa agua en su propio techo. En otras palabras, que en ese momento haría todo lo posible por reforzar a la Fuerza Aérea de Chile y su defensa, porque lo contrario sería un acto irresponsable de mi parte como comandante en Jefe. Naturalmente, eso incluía obtener todo el material necesario en Inglaterra.

-¿Por qué motivo le advirtió de la situación al general Lami Dozo?
-Yo quería que él supiera que no teníamos intenciones de atacarlos, sino de mejorar la capacidad defensiva de la Fuerza Aérea de Chile. Nunca habría dado a conocer estos antecedentes, si no hubiera sido por el triste episodio de la detención del general Pinochet en Londres. Dadas las circunstancias, le envié una carta a la delegación chilena a fin de proporcionarles argumentos para defender políticamente al general Pinochet y lograr su liberación. Ignoro hasta qué punto fueron importantes para esos efectos, pero espero que le hayan servido. Ahora le damos crédito por nuestra ayuda a los ingleses a mi general, pero la verdad es que él desconocía los detalles, porque no debía saberlos. Siempre tuve intenciones de asumir yo la responsabilidad política si esto se filtraba. Pero fue doña Margaret Thatcher quien destapó la olla, porque evidentemente, ella lo sabía. En julio de 1999, le dio públicamente las gracias al general Pinochet por la colaboración prestada durante la guerra de Las Malvinas.

-¿Supo que usted fue el hombre clave al respecto?
-No lo sé, aunque el mismo Sydney Edwards me dijo que estaba muy agradecida por nuestra ayuda. En todo caso, nunca recibí un reconocimiento oficial. Sin embargo, posteriormente fui invitado a Inglaterra y si bien es cierto nunca se habló del tema, ellos sabían muy bien por qué me invitaban, y yo también. Me trataron con mucha cordialidad: incluso me dejaron volar el Harrier, esa mezcla curiosa de avión y helicóptero. Fue una experiencia muy estimulante volar en formación con el jefe de Estado Mayor de la RAF, recorrer a bajísima altura la campiña inglesa y ensayar maniobras de combate con este avión de capacidades tan revolucionarias.

-Se dice que durante el desarrollo del conflicto un helicóptero británico cayó a tierra cerca de Punta Arenas. ¿Es efectivo?
-Sí. Un día llegó Sydney Edwards a confesarme lo que había pasado, y le pregunté cómo había podido suceder un incidente de esa naturaleza considerando que ellos acordaron no efectuar operaciones militares hacia Argentina desde territorio chileno, y que ningún avión inglés que hubiera operado contra ese país aterrizaría en Chile. Ése era el acuerdo fundamental al que habíamos llegado. Sin embargo, habían organizado una operación de comandos –de “súper comandos”, en realidad– para destruir los aviones Super Étendard franceses de la marina argentina, que eran los que portaban los misiles Exocet. Los ingleses sabían que los argentinos tenían seis Exocet y ya habían comprobado su efectividad: con uno solo liquidaron al destructor “Sheffield”, un día después que ellos habían hundido al “Belgrano”. Lamentablemente, los comandos se extraviaron a causa de las pésimas condiciones meteorológicas y no les quedó otra que aterrizar en Chile. Lo hicieron en el claro de un bosque al oeste de Punta Arenas, cerca de un camino. Enseguida, decidieron incendiar la nave, y aunque nadie los había visto descender, el humo se propagó en dos minutos. Eso llamó la atención, por supuesto.

-¿Qué ocurrió con ellos?
-Desaparecieron después de quemar el helicóptero y se comunicaron por radio con Sydney Edwards para preguntarle qué podían hacer. A su vez, Edwards se comunicó conmigo y yo le di instrucciones de que el grupo llegara a un determinado punto de nuestra base aérea, donde los esperaría un oficial de inteligencia nuestro. Ahí les dieron unas tenidas de civil y los pusieron a bordo de un avión LAN o LADECO hacia Santiago, para que desde acá volaran a Inglaterra. Las cosas se hicieron así, aunque deberían haberse quedado internados en Chile como dice la ley. Pero había que proponer una salida, y así lo hice. Por eso la señora Thatcher mencionó también el salvamento de vidas humanas en julio de 1999.

 -¿Los argentinos se enteraron del incidente?
 -Claro que sí, y nosotros tuvimos que darles explicaciones. La verdad es que me enojé mucho con los ingleses y tuve que poner la cara ante el general Pinochet, diciéndole: “Mire lo que hicieron estos imbéciles”. Mi general llamó entonces al Ministerio de Relaciones Exteriores y el ministro manejó la situación. Como les conté, al comienzo habíamos acordado mantener en secreto absoluto nuestras vinculaciones con Inglaterra, pero en este caso tuvimos que comentar, si no toda la operación, al menos que los ingleses habían cometido un grave error.

 -Dentro de las “negociaciones” suyas con los ingleses, ¿en algún momento se le ocurrió hacer algún planteamiento de naturaleza política?
 -Nunca hicimos un planteamiento político. Ambas partes estuvimos de acuerdo en que se trataba de una alianza circunstancial, basada estrictamente en eso de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Tan sencillo como eso: oportunismo.

-Pragmatismo…
-Llámenlo como quieran, pero ésa fue la situación. No hubo mayores compromisos por ambos lados. Nunca recibí algún tipo de reconocimiento especial por parte de Gran Bretaña.

-¿Cuánto tiempo duró su relación con los ingleses?
-Lo que duró la guerra. Nosotros nos quedamos con los radares, los misiles y los aviones, y ellos quedaron satisfechos por haber recibido a tiempo la información que necesitaban. Se acabó el negocio y a Sydney Edwards lo despidieron al día siguiente.

-¿Alguien más de la Fuerza Aérea o de las otras ramas de la defensa se enteró de lo que usted estaba haciendo?
-Ni siquiera en la Fuerza Aérea lo sabían. De lo único que se dieron cuenta fue cuando cierto día apareció un avión C-130 pintado con los colores institucionales y llevando el mismo número de uno de los nuestros, que decía “Fuerza A-r-e-a de Chile”. Eso llamó la atención… Venía con el equipo de radar Marconi que instalamos en Balmaceda para captar las señales desde Comodoro Rivadavia. Terminada la guerra, lo saqué de ese lugar, donde no era mayormente útil, y lo trasladé al extremo sur de la Isla Navarino. Ahí funciona hasta el día de hoy para vigilar el tráfico hacia la Antártica.

-Usted mencionó que el general Pinochet no estaba al tanto de los detalles. ¿Quiere decir que no le dio un informe cuando terminó la guerra?
-Le conté que habíamos adquirido un excelente material de guerra a los ingleses a sólo dos chauchas. Tenía que saberlo. Me miraba con una cara de pregunta… Pero no le conté todo lo que habíamos hecho nosotros.

 -Y en cuanto a la Fuerza Aérea argentina, ¿cómo se mantuvieron las relaciones con ellos?
-Después de Las Malvinas, en Argentina vino todo el mea culpa, cayó la Junta y posteriormente recibí una invitación oficial del entonces comandante en Jefe, general Crespo, para visitar la Fuerza Aérea argentina. Hablamos francamente y le dije una sola cosa: “Lo sucedido en esa oportunidad, y también en el 78, fue el resultado de la locura a que los llevaron quienes tomaban las decisiones en su país, pero eso no tiene nada que ver con las relaciones permanentes. Debemos cerrar ese libro del pasado y empezar nuevamente a construir. Tanto ustedes como nosotros hicimos todo lo posible por evitar ese conflicto. Fueron otros quienes armaron este lío. Arreglemos el asunto”. Durante ese viaje, constaté que en la Fuerza Aérea argentina había una animosidad muy grande hacia el Ejército y la Marina, puesto que en el caso de las Malvinas los arrastraron a un conflicto con el cual no estaban de acuerdo, siendo los únicos que realmente pelearon. En esa guerra, los argentinos perdieron una tercera parte de su Fuerza Aérea y a muy buena gente, mientras las demás instituciones no sufrieron efectos negativos. Aparte del Belgrano, al que torpedearon por andar paseando. En la Fuerza Aérea argentina no había animosidad contra los chilenos, sino contra las instituciones hermanas. Entendieron perfectamente que antes de la amistad y de las buenas relaciones con su país –que siempre busqué, por lo demás– venía mi responsabilidad por defender a Chile.

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