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El Stultus y la Filosofía Pública Opinión

El Stultus y la Filosofía Pública

Ignacio Moya Arriagada
Por : Ignacio Moya Arriagada M.A. en filosofía, columnista, académico
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A propósito de la muy interesante discusión que se ha estado dando en El Mostrador, acerca de la relevancia de la filosofía en el debate nacional, considero importante aclarar dos puntos. Primero, es evidente que faltan filósofos en el debate nacional. Dos, esto no se debe, al menos no esencialmente, a un error de parte de los filósofos o de la disciplina filosófica en sí. Este es un problema mayor y dice relación con el tipo de sociedad que tenemos.


Permítanme partir por una breve descripción de nuestra sociedad: la mayoría valora y premia la inmediatez, la rapidez, el consumo, la cuantificación, la medición, la pronta respuesta, la rápida decisión y la solución instantánea. Es tarea de los políticos diseñar propuestas públicas que cumplan con estas exigencias. Y es tarea de los analistas evaluar dichas propuestas. Es decir, el espacio público está copado, por un lado, con soluciones cortoplacistas e inmediatas y, por otro, por los que analizan y discuten la eficacia de dichas soluciones. El debate público, por lo tanto, sigue la siguiente lógica: aparece un problema (por ejemplo, educación pública). Se estudia el problema. Se mide. Se cuantifica. Con los datos adquiridos, el político propone solución A. El analista evalúa y critica solución A. El público sigue este “debate público”, y toma su decisión a favor o en contra de A.

¿Debe entrar el filósofo en ese “debate público”? No. La tarea del filósofo es anterior a ese debate y es más fundamental. Es decir, más que evaluar la conveniencia de tal o cual propuesta, el filósofo lo que hace es cuestionar y preguntarse acerca del problema que da origen a la propuesta. Por ejemplo, si hablamos de educación, ¿para qué existe? ¿Cuál es su relación con el resto de la sociedad? ¿Qué función debería cumplir? Esta línea de preguntas, inevitablemente, lleva al filósofo a hacerse otras preguntas. ¿La educación está para crear personas serviles a la sociedad o está para crear personas cuestionadoras? ¿Se estudia para adquirir una “profesión” o se estudia para crecer y desarrollarse como persona? ¿Qué es “calidad”? ¿Quién lo determina?

[cita] Entonces, el stultus moderno es aquel sujeto al que no le importa y no sabe lo que quiere, no sabe lo que le conviene o lo que realmente le interesa. Se deja llevar por la publicidad, la farándula y por todo lo que los medios de comunicación le muestran en la televisión.[/cita]

De todas las posibles respuestas a estas interrogantes, ninguna de ellas es cuantificable o rápidamente reducible a fórmulas sencillas. La respuesta puede efectivamente ser simple, pero esa respuesta simple sólo aparece después de un largo proceso de deliberación y discusión. Entonces, cuando afirmo que la ausencia de filósofos en el debate público se debe al tipo de sociedad que tenemos, lo que estoy diciendo es que nuestra sociedad no está diseñada para el debate filosófico. Esta es una sociedad habitada en su gran mayoría por el stultus. El stultus es aquel que se deja llevar por las impresiones externas, que no recuerda (y por lo tanto no planifica para el futuro), que no percibe la unidad de su vida y que carece de voluntad (para una discusión más detallada del stultus hay que ver a Séneca y Foucault).

Entonces, el stultus moderno es aquel sujeto al que no le importa y no sabe lo que quiere, no sabe lo que le conviene o lo que realmente le interesa. Se deja llevar por la publicidad, la farándula y por todo lo que los medios de comunicación le muestran en la televisión. Y lo que la publicidad, la farándula y la televisión siempre ofrecen son respuestas fáciles para problemas que ya vienen cuantificados de antemano por otros (el problema es el x número de colegios que reprueban el Simce, etc.). Ante este escenario social, es el filósofo el que aparece una y otra vez con su persistencia para preguntarnos, ¿pero por qué hablamos de Simce?, ¿por qué medimos la educación de esta manera?, ¿a quién le importa?, ¿a quién le conviene cuantificar la educación? Pero, lamentablemente, pocos tienen el tiempo o el interés por buscar las respuestas a esas preguntas. Al stultus sólo le interesan los temas que los demás discuten. Es por eso que, cuando llega el filósofo, muchos simplemente no le tienen paciencia.

No quiero con esto decir que no pueda haber debate público con filósofos (de hecho, sí hay debates y cuando se dan son casi siempre de alto nivel). Es sólo que debemos reconocer que es difícil hacerlo y los filósofos tenemos que abrirnos el espacio público con fuerza y persistencia. Debemos insistir en ir más allá de las preguntas y respuestas ready-made que siempre llenan el espacio público. Por todo esto, es un error pensar que la ausencia de filósofos en el debate público se debe fundamentalmente a alguna carencia de parte nuestra (lo que no implica que no tengamos una autocrítica que hacernos). Lo que ocurre es que los filósofos tenemos que luchar el doble por ganarnos un espacio, ese mismo espacio que los otros analistas públicos, por defecto, ya tienen ganado de antemano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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