Publicidad
Destino final: de Cuesta Barriga, al fondo del mar La operación de la Brigada Rojo de la CNI para borrar los cadáveres de los detenidos desaparecidos

Destino final: de Cuesta Barriga, al fondo del mar

Una vez entregados los cuerpos en el aeródromo de Peldehue y subidos al Puma, Pete regresó a Cuesta Barriga con algunos de sus hombres. Antes de ascender los cerros, buscaron perros al borde de la carretera y les dispararon. Los echaron arriba de los vehículos y de regreso a la mina los lanzaron al fondo del pique. Como la CNI sabía que la información estaba en manos de organismos de derechos humanos, con ello buscaron despistar a eventuales buscadores posteriores que fueran a meter la nariz por esos lados. «Si vienen a buscar, van a encontrar puros huesos de perros», dijo Sandoval a los suyos y se fueron.


El agente lo miró burlón: Tai’ más huevón, pa’ sentar esa mina necesitai’ por lo menos diez cajas de dinamita. Pete El Negro se sintió ofendido y solo atinó a responder: El huevón será Pantoja, él me dio la orden.

Volar la mina en la Cuesta Barriga en los cerros al poniente de Santiago, provocaría un temblor grado tres a cuatro. Entonces el epicentro se registraría en los sensores del Servicio de Sismología de la Universidad de Chile. Fue lo que el experto en explosivos le dijo a Pete.

Se vivían los primeros días del verano de 1979. A comienzos de diciembre de 1978, la alarma había sonado en los cuarteles tras el hallazgo de los cuerpos de 15 campesinos en una mina de Lonquén. La orden del dictador fue inmediata: ¡Limpien las fosas en el país donde hay sepultados y háganlos desaparecer!

Todas eran fosas clandestinas. Para ello Pinochet hizo redactar un criptograma que se envió a los cuarteles. El mensaje cifrado lo desencriptaron las Secciones II de Inteligencia en cada lugar. Nacía la Operación Retiro de Televisores, como la llamó la Comandancia en Jefe del Ejército. De los operativos se encargó el jefe de la Central Nacional de Informaciones, CNI, general Odlanier Mena.

El capitán Enrique Sandoval Arancibia, Pete El Negro para sus amigos y de chapa Roberto Fuenzalida Palma, volvió a hablar con Jerónimo Luzberto Pantoja, quien subrogaba a Mena en la dirección. Era verano y Mena vacacionaba en la caleta de Mehuín, al norte de Valdivia. Explicó a Luzberto lo del temblor por la dinamita.

–Entonces usa químicos para quemar los cuerpos, los quiero incinerados, y limpian las cenizas.

Pete El Negro no se llevaba con Pantoja, que en algún momento fue el segundo de DINA. Tampoco aceptó usar químicos para limpiar la mina. Dijo a Luzberto que no sabía usarlos y temía que él y su gente resultaran dañados. Especialmente si los usaban sin ventilación, a quince o veinte metros de profundidad en el pique de la mina.

Sandoval tenía pachorra para enfrentar a sus superiores. Se había forjado el cartel de duro e implacable en la acción. Por eso tomó el citófono y se comunicó directo con el general Mena a su casa en Mehuín. Lo llamó desde el cuartel general en Belgrado 11, muy cerca de Plaza Italia en Santiago. Este había sido el cuartel general de la DINA, pero mientras lo seguía utilizando la CNI.

Mena le preguntó si era urgente para interrumpir sus vacaciones. Pete le dijo que sí.

–Entonces no hagas nada. Mañana vuelo a Santiago y resolvemos la limpieza.

En el mismo aeródromo de Tobalaba, al oriente de Santiago, Mena preguntó a Pete su opinión sobre cómo había que hacerlo. Este le respondió que sacando los cuerpos de la mina como fuera. Mena aceptó y le ordenó que preparara la operación con su gente de la Brigada Rojo.

Por el lugar, los perros de un cazador olfatearon el hedor de la descomposición de los cadáveres y bajaron al fondo del pique con una inclinación diagonal. El cazador dio con la entrada de la mina abandonada y revisó el sitio. No le cupieron dudas. Los perros enloquecieron con la carne humana descompuesta. Los oídos y brazos de la CNI eran finos y largos y la información llegó a Belgrado 11. Mena informó a Pinochet y este le ordenó acelerar la operación de retiro.

Con Mena Pinochet se sentía seguro… más que seguro, tranquilo, después de la arremetida del gobierno de Estados Unidos por el asesinato de Orlando Letelier en Washington. Atrás quedaba la DINA, su jefe Manuel Contreras y los asesinatos en el extranjero. Pero ahora con la CNI se profundizaba la otra fase de la represión, aquella mucho más selectiva.

En la cruenta batalla Mena-Contreras la primera victoria fue del coronel: logró que Pinochet sacara al general Mena como jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército, la DINE. Por ese tiempo, Mena trapeaba el suelo con Contreras y sus agentes. Comentaba a Pinochet y a otros generales que la DINA había convertido la ortodoxia de la inteligencia en una banda de ladrones y despiadados asesinos. No pocos integrantes del cuerpo de generales del Ejército opinaban igual.

Meses antes de que Pinochet disolviera la DINA en agosto de 1977, este llamó a Mena y le ofreció una salida honrosa de la DINE:

–Negro, te vas de embajador a Uruguay –le dijo Pinochet.

Pero su venganza vino pronto, en noviembre de 1977. Pinochet lo llamó a Montevideo y le informó que sacaría a Contreras como director de la Central Nacional de Informaciones, creada el 13 de agosto de 1977 en reemplazo de DINA.

–Te quiero al mando de la CNI –le dijo.

Contreras masticó la derrota y fue el fin de su reinado… pero no el final de su poder.

De Malloco a Peldehue

Con el mapa hecho a mano que le entregó Pantoja, Pete fue a chequear el pique de la mina con un par de hombres. No le costó demasiado dar con el ingreso de la mina desierta. Entró por la galería hasta una bifurcación, dobló a la derecha y encontró el pique profundo. En el borde del ingreso del pique encontró restos de cal.

Pete ingresó unos metros al pique diagonal para mirar. Alumbró con una linterna, vio ratones y murciélagos, y olfateó el inconfundible olor de la muerte putrefacta.

Afinó la linterna y distinguió cráneos, manos y piernas descubiertas.

Salió y partió a informar a Luzberto. Este le exigió pruebas.

–Tráeme fotos –le dijo

Pete regresó con un fotógrafo de la CNI que registró el hallazgo. Desconfiado, Pete exigió presenciar el revelado de las tomas en el cuarto de luz roja.

Volvió a mostrarlas al jefe Luzberto.

Temprano una mañana de aquel verano de 1979, Pete y un equipo de su Brigada Rojo partieron a la Cuesta Barriga. Eran diez con él. Llevaron cien sacos paperos, suficiente cuerda, y sobre todo abundante munición y armamento por si acaso. Guardias cercaron el perímetro para operar fuera de miradas ajenas.

Pete eligió a dos de sus hombres para que bajaran al fondo y sacaran los cuerpos. Uno de ellos fue el Siete Fachas, más delgado, apuesto y fanfarrón, siempre dispuesto a dar un paso adelante. El Siete, bajó con otro, equipados de linternas y sacos.

Pasados unos veinte minutos, Pete escuchó gritos: ¡Objetivo encontrado!

Espectáculo estremecedor. El suelo sembrado de cuerpos, algunos envueltos en plástico, otros simplemente desnudos. Algunos ya estaban en proceso de esqueletización. Otros en avanzada descomposición. Pete evaluó que varios fueron lanzados al fondo en fechas distintas, por diferentes equipos.

Una vez ensacados, fueron subiendo los cuerpos con las cuerdas, pero la fuerza bruta permitió que varios se desarticularan. La orden era que los sacos no revelaran la forma del contenido. Que estuvieran lo más planos posible.

–¡Listo, suban! –iban gritando abajo.

Uno a uno los sacos fueron saliendo a la superficie. En la investigación judicial, Pete recordó que subieron unos cincuenta sacos, sin decir que cada uno correspondió a una sola persona. Los sacos contenían partes de unos y otros y alguna ropa. Su apreciación fue que, al menos, en total los restos pertenecían a más de veinte personas.

El segundo grupo de agentes los fue subiendo a un camión tres cuartos, blanco, abierto y protegido por barandas de madera. Acomodaron los sacos entre colizas de pasto y bolsas de avena que expresamente llevaron para reducir el hedor y ocultar los bultos.

Al fondo del pique, El Siete Fachas y su acompañante, con ramas barrieron el piso de tierra húmeda para recolectar los últimos trozos de huesos que quedaron de la remoción  y borrar huellas. Después salieron. Lo mismo hicieron en la superficie para deshacer las señas de su presencia, donde además estaban las huellas de los tres vehículos en que llegaron. Habían trabajado tres días con sus noches.

Encendieron motores, que en el silencio de la noche rugieron como leones hambrientos. El convoy partió en dirección a una parcela de Malloco, localidad rural al sur-poniente de Santiago.

El 16 de octubre de 1975, un comando DINA tomó por asalto la parcela donde se refugiaba la dirección clandestina del MIR, luego del asesinato de su líder Miguel Enríquez un año antes. En el asalto murió el sociólogo Dagoberto Pérez y la empleada de la parcela Enriqueta Reyes. Nelson Gutiérrez huyó herido. Pascal Allende escapó ileso.

Pete y sus agentes pernoctaron ahí. Al arribar se encontraron con el mayor Heraclio Núñez Yáñez. Pantoja lo mandó a vigilar los cuerpos a bordo del camión para lo que ocurriría a la mañana siguiente.

Allí cenaron, comentaron los acontecimientos y se fueron a dormir extenuados. Desayunaron de madrugada y partieron con su carga en dirección a la localidad rural de Peldehue, al norte de Santiago. Allí el Ejército mantenía un campo de entrenamiento y un aeródromo. El viaje lo hicieron con maniobras de chequeo, desviando vehículos ajenos para confirmar que no eran seguidos.

En el aeródromo los esperaba el coronel Jerónimo Pantoja, que aún subrogaba al general Mena de vacaciones. El mayor Núñez dio cuenta a Luzberto de la llegada. Pete le hizo entrega del cargamento.

Minutos más tarde, al aeródromo llegó un helicóptero del Comando de Aviación del Ejército. Cargaron los sacos y, como ocurrió con casi todos los que hoy son detenidos desaparecidos, los lanzaron al mar.

Sin haber estado en la Brigada Lautaro ni el Grupo Delfín, en el cuartel DINA de exterminio Simón Bolívar en la comuna de La Reina, Pete El Negro había razonado bien al borde del pique de la mina Los Bronces. Efectivamente, desde el cuartel Simón Bolívar los cuerpos habían sido arrojados allí en períodos y por equipos distintos. Así ocurrió. Los siguientes fueron los viajes con aquel destino… que no sería el final.

[cita] Con el mapa hecho a mano que le entregó Pantoja, Pete fue a chequear el pique de la mina con un par de hombres. No le costó demasiado dar con el ingreso de la mina desierta. Entró por la galería hasta una bifurcación, dobló a la derecha y encontró el pique profundo. En el borde del ingreso del pique encontró restos de cal. Pete ingresó unos metros al pique diagonal para mirar. Alumbró con una linterna, vio ratones y murciélagos, y olfateó el inconfundible olor de la muerte putrefacta. Afinó la linterna y distinguió cráneos, manos y piernas descubiertas. [/cita]

Golpes a la puerta

En el cuartel Simón Bolívar, El Viejo Valde se acercó a Fernando Ortiz y le preguntó por qué había caído. Este le contestó bajito y con voz entrecortada. Le dijo que ocurrió cuando se dirigía a hacer un punto con otro dirigente clandestino del Partido Comunista. Ortiz estaba sentado en una silla. No terminó de responderle y cayó hacia un lado muerto… muerto a palos. El Elefante y Mario Primero lo apalearon hasta morir. El Viejo Valde escuchó sus largos gritos desgarradores. A unos metros, los del Grupo Delfín torturaban a los comunistas Horacio Cepeda y Reinalda Pereira. Todos ya moribundos. La teniente Gladys Calderón los repasó a los tres con su jeringa mortal: pentotal o cianuro, daba lo mismo.

El Viejo Valde se fue a su casa a descansar de la jornada fatal. Al salir del cuartel, a un costado del galpón que servía de cancha de fútbol, divisó cuatro o cinco cuerpos envueltos. A las diez de la noche, Roque Almendras tocó a su puerta.

–Mi comandante quiere que le muestres a la gente de Delfín la ruta a la mina de Cuesta Barriga –le dijo Almendras, ayudante del jefe de la Brigada Lautaro, Juan Morales Salgado.

La Lautaro prestaba apoyo a Los Delfines. Héctor Valdebenito Araya, El Viejo Valde, suboficial de Carabineros y miembro de la Lautaro, tuvo miedo. Los Delfines del capitán de Ejército Germán Barriga Muñoz y el paco Ricardo Lawrence Mires, eran de temer desde que llegaron de Villa Grimaldi a Simón Bolívar a mediados de 1976. Despiadados criminales.

Valdebenito y Almendras salieron de la casa para abordar el auto en que viajaba el segundo. Al pasar por el costado de los dos vehículos de los Delfines, desde el interior olieron la carne humana quemada con soplete para borrar huellas dactilares y señas de los rostros.

En esos dos vehículos iban los bultos que El Viejo Valde había divisado esa tarde al salir del cuartel. Iban custodiados entre otros por Juvenal Piña Garrido, El Elefante, y Eduardo Reyes Lagos, Mario Primero.

Sin contratiempos, El Viejo Valde cumplió la tarea encomendada por El Loco Morales, como algunos nombraban al jefe de la Lautaro. Alumbrados por los faroles de los tres vehículos, ingresaron a la mina con linternas y ubicaron la boca del pique. Sin mayores preámbulos lanzaron los cuerpos de Cepeda, Ortiz y Reinalda Pereira. La identidad del o los otros dos cuerpos, no fueron mencionadas en las declaraciones de Valdebenito en el proceso. Lo que sí recuerda, es que al menos viajó tres veces a la mina para tirar cuerpos.

El brazo del Chancho

La dueña de casa levantó el auricular y escuchó la conversación de su empleada. Hacía un tiempo la espiaba. La patrona supo así que su asesora iría a juntarse con su sobrino, un militante del MIR. Denunció la llamada y la información llegó al cuartel Simón Bolívar.

El Viejo Valde y el teniente de Ejército Hernán Sovino Maturana, salieron en un vehículo para detener al joven. Lo apresaron por la calle Antonio Varas en Providencia. Otros que apoyaban la detención subieron a la tía a un auto, pero la soltaron después de unas cuadras.

Sovino y el paco Valdebenito llegaron con el joven a Simón Bolívar y lo entregaron a Los Delfines. Los hombres de Barriga Muñoz y Lawrence lo dejaron moribundo… pero aún vivía. Morales llamó al Viejo Valde y le dio la misión:

–A la mina con él –le dijo, bajando el pulgar como un Nerón en el Coliseo.

El Viejo Valde juntó al equipo favorito de Morales: los comandos Infantes de Marina Bernardo Daza Navarro, Sergio Escalona Acuña y José Meza Serrano. Con Morales Salgado estos venían desde las Torres de San Borja, en el centro de Santiago, los primeros días del golpe, cuando cubrían la espalda de Manuel Contreras y su familia. La DINA ya estaba naciendo.

Partieron de día claro desde Simón Bolívar en dos vehículos. Antes de ingresar a la boca de la mina, El Chancho Daza quiso asfixiar al prisionero cortándole la respiración en el cuello. Ángel Guerrero Carrillo, el joven del MIR, reaccionó lanzando patadas a pesar de su estado. Entonces El Viejo Valde lo sujetó por los pies y los otros Infantes de Marina lo inmovilizaron de pie. Daza se le vino encima y le giró brutalmente el cuello. Lo desnucó.

No tuvieron el cuidado de envolver el cuerpo inerte y tibio, y lo tiraron al fondo del pique, más oscuro que la noche sin luna.

Del sarín al pique

Dos ciudadanos peruanos concurrieron al Ministerio de Defensa en 1976. Consultaron acerca de personas detenidas. Dijeron que venían de la embajada de Perú en Santiago. Las preguntas fueron consideradas sospechosas y la información llegó a Simón Bolívar.

En octubre de 1976, El Viejo Valde recibió la orden de detenerlos en sus domicilios y llevarlos al cuartel. Ya de noche, lo acompañaron El Chancho Daza y Sergio Escalona. Las detenciones ocurrieron por la Avenida Independencia en Recoleta y por calle Matucana, más al poniente de Santiago. Ambos eran jóvenes de entre 20 y 25 años.

Los peruanos no estaban implicados en nada, pero quedaron detenidos unos días.

Una mañana Simón Bolívar se conmocionó. Llegó el Jefe Mamo rodeado de otros oficiales externos al cuartel. De pronto apareció el personaje central de la historia que se desarrollaría en esos minutos, porque fue cosa de minutos.

El gringo Michael Townley llegó sonriente como niño con juguete nuevo. Con el proyecto Andrea y junto al químico Eugenio Berríos, habían desarrollado el mortal gas sarín. Lo hicieron en el laboratorio de Vía Naranja 4925 de Lo Curro, al oriente de la capital, una casa arrendada para ese fin por la DINA. El sarín es un agente nervioso altamente tóxico presentado como un líquido transparente e inodoro, de rápida gasificación.

Townley hizo la demostración a la concurrencia con los dos peruanos, mientras estos se encontraban de pie al aire libre con la vista vendada. Rápidamente el efecto rociado en la cara tiró al suelo a los dos prisioneros. Murieron por asfixia al paralizarse su musculatura respiratoria.

Pero El Gringo resultó alcanzado por el gas y la agente Gladys Calderón, conocida también como La Dama de la Jeringa, debió inyectarlo. Según todos los agentes que se han referido al episodio, le inyectó un antídoto. En todo caso, jamás se aclaró hasta hoy si efectivamente la DINA también había descubierto un antídoto para el sarín, o si a Townley le inyectaron otro medicamento. Junto al Chancho Daza y Escalona, esa misma noche El Viejo Valde salió de Simón Bolívar con los cuerpos de los dos peruanos ensacados rumbo al pique de Cuesta Barriga.

Sacos de cal

 Scapinni de la Brigada Lautaro lo recordaba bien. Por mucho tiempo el olor de la carne humana quemada le maltrató la memoria. Los tres cuerpos que fue a tirar al pique en 1976 desde Simón Bolívar, estaban recién quemados y el olor era penetrante. Junto a él fueron los agentes Manuel Montre Méndez, Jorge Arriagada Mora, Jorge Sagardía Monje y Elisa Magna.

Durante la operación del retiro de los cuerpos, Pete había detectado cal al borde de la boca del pique. Scapinni sostiene en el proceso que a la mina llevaron cal viva como se los ordenó el jefe de la Lautaro, Juan Morales Salgado. Camino a la mina, pasaron a comprar unos sacos a una ferretería. Con ello terminarían de quemar los cuerpos en una reacción química.

En la DINA, a Claudio Orellana de la Pinta le decían Scapinni por su segundo apellido, De la Pinta, asociándolo a la línea de trajes famosos Scapinni de la época. Pero también le decían Freddy Rojas Aguilera, su chapa.

Más paquetes

Pedro Bitterlich Jaramillo fue un Delfín en Simón Bolívar, suboficial de Ejército. Antes, al igual que todos, integró varios otros grupos y brigadas operativas. Pero los Delfines fueron selectos. No cualquiera llegaba allí. El requisito fundamental: intachable sangre fría y mente criminal de excelencia.

Recuerda que a Cuesta Barriga llevó cuatro paquetes, como se conocían los cuerpos de los prisioneros ensacados en el lenguaje DINA. Partieron muy de mañana desde Simón Bolívar, junto a Mario Primero, El Elefante y otro grupo de agentes. Esta vez concurrieron el primero y segundo de Los Delfines, Germán Barriga y el paco Lawrence.

Los viajes al pique llevando cuerpos fueron de día y de noche. Mónica Fritz lo hizo en la oscuridad. Esta vez fue un grupo numeroso de agentes, y ella recuerda sus nombres. Los mismos de siempre, pero en distintos viajes. Orfa Saavedra Vásquez, Mónica Fritz, su chapa en la DINA como empleada civil del Ejército, hizo el viaje junto a Sagardía, El Viejo Valde, Escalona, Elisa Magna, José Sarmiento Sotelo y Scapinni. Partieron en tres camionetas desde Simón Bolívar.

Linternas, cal, el olor lacerante de la carne humana quemada y el manto de la noche. Pero, sobre todo, el poder absoluto y toda la protección de la maquinaria del Estado y las Fuerzas Armadas como instituciones. Una de las mentiras más grandes de estas instituciones, mantenida hasta hoy, es que, bajo la tiranía, los organismos castrenses no fueron culpables de los crímenes en cuanto instituciones, sosteniendo que fueron solo algunos de sus integrantes actuando por la libre. Ello es como sostener que Santo Tomás de Aquino combatió junto a Fidel y el Che en la Sierra Maestra.

Mónica no recuerda en la investigación judicial cuántos paquetes llevaron, pero eran varios. Después, al regreso de la Cuesta, la rutina, que de noche encendía el deseo de una especie de festejo al calor del alcohol. En el domicilio de algún agente, o en algún local nocturno donde llegaban como Pedro por su casa.

El último vuelo

Por aquellos días, Simón Bolívar era una vorágine de terror y muerte. Entre el olor de la carne humana quemada, los asados de los agentes, los baños de sangre por las heridas a punta de corvo, los alaridos de la tortura y los emparedados, galletitas y café que El Mocito, Jorgelino Vergara, llevaba a los agentes al mismo lugar de las torturas mientras hacían un alto para comer.

Una tarde los visitó el gran jefe Manuel Contreras. El cuartel se revolucionó y la visita terminó en un cóctel por la noche, bien regado y comido. Cerquita no más estaban los prisioneros sufriendo.

La mina de Cuesta Barriga comenzó a ser utilizada como lugar de destino de los cuerpos a partir de la llegada de Los Delfines a Simón Bolívar, a mediados de 1976. Arribaban los expertos en el sufrimiento humano. Desde Villa Grimaldi se fueron con sillas, mesas, escritorios, estantes y el jefe de la Lautaro, Juan Morales, les buscó espacio. La orden del traslado vino directamente de Manuel Contreras, para concentrar en ese cuartel el combate y aniquilamiento de las direcciones clandestinas del Partido Comunista en 1976.

Los Delfines se tomaron Simón Bolívar, sometiendo a la Brigada Lautaro a sus órdenes. Pero Los Lautaro tampoco le hicieron asco a la sangre. Los Delfines comenzaron a adiestrar a la gente de Morales Salgado no solo con gimnasia para afinar su estado físico, sino también en clases para efectuar buenos allanamientos, seguimiento de personas, construcción de barretines para ocultar y descubrir documentación y armas cortas, y a buscar información en fuentes abiertas y cerradas. Ahí estaba la mano del jefe, capitán Germán Barriga, más que la del paco Lawrence.

Por aquel tiempo Don Jaime, el apodo del capitán Germán Barriga en la DINA, no se imaginaba que, siendo ya un coronel en retiro, su último vuelo no sería en un helicóptero lanzando cuerpos al fondo del océano como todos los que él preparó. Su último vuelo fue el que emprendió desde el piso 18 de un edificio en Las Condes el lunes 17 de enero de 2005, cuando se suicidó por el peso de su conciencia.

La tierra habló

El 26 de enero de 2001, el juez Héctor Carreño confirmó a la prensa el hallazgo de numerosas pequeñas piezas óseas al fondo del pique de la mina. Habían rastreado por quince días. La información provino de la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos de 2000 bajo la sigla Coordenadas, para permitir ubicar los cuerpos de Lincoyán Berríos Cataldo, Horacio Cepeda Marinkovic, Luis Lazo Santander, Fernando Ortiz Letelier y Héctor Véliz Ramírez. Todos militantes del Partido Comunista e integrantes de su segunda dirección clandestina, detenidos el 15 de diciembre de 1976 por la DINA.

La limpieza del Siete Fachas y su acompañante no resultó tan pulcra. Y como en muchos de los crímenes bajo el Terrorismo de Estado, después de años la tierra habló.

La identificación fue larga y difícil a partir de los pequeños restos encontrados. Pero finalmente, y hasta hoy, el Servicio Médico Legal con apoyo de laboratorios extranjeros, logró acreditar que los restos encontrados pertenecen solo a once personas:

Fernando Ortiz, Horacio Cepeda, Lincoyán Berríos, Héctor Soto Gálvez, Jorge Troncoso Aguirre y Ricardo Ramírez Herrera, de militancia comunista.

También acreditó las identidades de Ángel Gabriel Guerrero Carrillo, Jenny Barra Rosales y Hernán Pérez Álvarez, militantes del MIR.

Además se pudo establecer que las piezas óseas halladas pertenecen a Jacobo Stoulman Bortick y Matilde Pessa Mois, sin militancia.

Los casos de Ramírez Herrera, Stoulman y Pessa, están estrechamente vinculados al Plan Cóndor y al aparato financiero del PC en la clandestinidad. Ellos fueron arrestados en Buenos Aires en mayo de 1977 y traídos a Chile por agentes DINA.

Jenny Barra y Pérez Álvarez son arrestados el 17 y 19 de octubre de 1977, respectivamente, ya creada la CNI y disuelta la DINA. Sin embargo, sus cuerpos llegaron al pique. Esto hace presumir que, o fue uno de los primeros crímenes de la CNI utilizando los mismos métodos de la DINA, o esta siguió operando algunos meses después de su disolución.

Los perros

¿Cuántos fueron en realidad los cuerpos lanzados al fondo del pique desde el cuartel Simón Bolívar?

Pete cree que fueron más de veinte los que sacaron en unos cincuenta sacos, la mayoría desarmados en la brutalidad del despeje. Pero también pudieron ser perros que habrían ingresado al fondo del pique despedazando algunos de los cuerpos, como lo mencionan habitantes de unas parcelas cercanas a la zona, sosteniendo que los perros llegaban cerca de sus casas con trozos de cuerpos humanos en el hocico.

Aunque al final de la tercera noche, la limpieza rastrillo en el piso del pique por los hombres de Pete fue improvisada y solo a punta de ramas, igual habría logrado su objetivo. Porque si nos atenemos a lo que sostiene Sandoval Arancibia, este dice que fueron más de 20 cuerpos, algunos desarticulados, los que lograron extraer.    

Los cálculos de Pete no parecen abultados, si se considera la cantidad de ex agentes que han reconocido que fueron varias veces a dejar cuerpos desde Simón Bolívar al fondo del pique.

A pesar de las disputas de fechas en que se desarrolló este episodio de la llamada Operación Retiro de Televisores, Sandoval aporta un dato relevante en sus declaraciones judiciales: hacía poco se habían descubierto los restos de Lonquén… y ello ocurrió a comienzos de diciembre de 1978. Esto confirma que el retiro de los cuerpos ocurrió a comienzos de 1979.

Ex agentes consultados para esta crónica se abstuvieron de hablar. «Como están hoy las cosas en derechos humanos seríamos huevones si nos pusiéramos a hablar», coincidieron dos de ellos. No logré por ello conocer las identidades de quienes participaron en esta operación bajo el mando de Pete El Negro. En los procesos en que existen antecedentes sobre la operación Cuesta Barriga, esas identidades no figuran, salvo la de Sandoval Arancibia. Tampoco hay procesados por el delito de exhumación ilegal. Por ello es una historia no terminada. Sólo supe por boca de uno de ellos que el El Siete Fachas estuvo. Sin embargo, no logré hablar con él y por ello lo nombro solo por su apodo.

Una vez entregados los cuerpos en el aeródromo de Peldehue y subidos al Puma, Pete regresó a Cuesta Barriga con algunos de sus hombres. Antes de ascender los cerros, buscaron perros al borde de la carretera y les dispararon. Los echaron arriba de los vehículos y de regreso a la mina los lanzaron al fondo del pique. Como la CNI sabía que la información estaba en manos de organismos de derechos humanos, con ello buscaron despistar a eventuales buscadores posteriores que fueran a meter la nariz por esos lados.

–Si vienen a buscar, van a encontrar puros huesos de perros  –dijo Sandoval a los suyos y se fueron.

Publicidad

Tendencias