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El junior que dibujó los planos secretos de la reconstrucción de La Moneda A 44 años del Golpe

El junior que dibujó los planos secretos de la reconstrucción de La Moneda

A pesar de no ser arquitecto, Antonio López fue el único trabajador que participó en la restauración de La Moneda de principio a fin, dibujando casi todos los planos del inmueble. Comenzó como junior, entre medio estudió una carrera técnica, y en todo el tiempo que trabajó acumuló innumerables conocimientos y anécdotas del palacio de gobierno. Su relación con Pinochet, reliquias perdidas y relojes de contrabando son algunas de ellas.


Corría 1981 cuando Antonio López degustaba uno de los mejores filetes que había probado en su vida. Era de noche en el club militar ubicado en calle Rondizzoni, y a López lo rodeaban las más de cien personas que trabajaron con él en la restauración de La Moneda. En la cabecera del salón, se ubicaba otra mesa para militares de alto rango. Al centro de ésta, se encontraba Augusto Pinochet, quien interrumpió la cena, golpeando su copa con una cuchara, para darle las gracias a todos los presentes por su trabajo. Claro que al final de la comida, Pinochet tuvo palabras especiales para López.

-Tan joven y tan buen arquitecto que es usted, Toñito.

-No soy arquitecto, soy dibujante técnico, general- contestó López.

El dibujante

Antonio López Gálvez (60), vive en La Florida, muy cerca de la casa donde antes vivía Camila Vallejos. Padre de tres hijos, actualmente trabaja como mueblista en la empresa Carrera y Soto. Entrando a su casa, lo primero que uno ve es el portón de madera construido por él mismo. Adentrándose un poco más, explica que las vigas que sostienen el techo del patio también las instaló. Todavía se arrepiente de no haberlas barnizado. Pero su mayor tesoro es el libro con los planos de la Restauración del Palacio de La Moneda “sólo existen tres copias. Creo que alguien se enojaría si saben que tengo este libro”, cuenta entre risas López.

López tenía 17 años para el Golpe Militar. Estudiaba en ese entonces en el Liceo-7, donde tuvo que repetir tercero medio. “A mí me gustaba estudiar, pero en la época de la UP nos la pasábamos en paro”. Tras terminar el liceo, entró a trabajar como ayudante de carpintero a una empresa llamada Forteza (fundada por los hijos del arquitecto catalán José Forteza), poco después pasó a trabajar para el Concejo de Monumentos Nacionales, y después volvió a Forteza. En las tres ocasiones se desempeñó en lo mismo: la reconstrucción del recientemente bombardeado palacio de gobierno.

Al poco tiempo de empezar a trabajar, entró a estudiar Dibujo Técnico en el DUOC, aconsejado por su jefe directo, el arquitecto y arqueólogo suizo Roberto Montandón. Tras haber sacado su título, comenzó a hacer horas extras en La Moneda, quedándose hasta pasadas las diez de la noche. López cuenta que mientras los arquitectos llegaban pasadas las diez de la mañana, él siempre llegaba a su oficina poco después de las siete para ordenar los planos. Razón que lo hizo coincidir varias veces con el general Augusto Pinochet. “Para el plebiscito del 80 Pinochet comenzó a mosquear harto. Quería cambiarse luego a La Moneda, y gobernar allí como todos los presidentes”.

Dado lo anterior, el ex dictador solía aparecer sin previo aviso a primera hora de la mañana en la construcción. Los obreros, sin saber qué hacer, lo derivaban inmediatamente con López. «Pinochet llegaba temprano y me decía, ‘ya, quiero ver cómo va la cosa, Antonio’. Le desenvolvía los planos que yo había dibujado y los colgaba en la pared. ‘Ya, ¿dónde estoy yo aquí? ¿cuánto es lo que han construido?’. No había computación en esa época, así que tenía que dibujarle todo lo que hacíamos. ‘¿Cómo está la iluminación, dónde está el aire acondicionado?’, y tenía que explicarle todo. Muchas veces mi jefe, Jaime Forteza, o Márquez de la Plata me retaron porque no derivé a Pinochet con ellos”.

Las reliquias perdidas

Cada mañana López llegaba temprano, ordenaba los planos, y limpiaba con un plumero los muebles donde trabajaban sus jefes. En dicha oficina se almacenaron muchos objetos valiosos del palacio, como una placa de bronce que tenía grabada el acta de Independencia (que más tarde Pinochet se llevó para la casa) y una bóveda que perteneció a Bernardo O´Higgins. Luego de eso, López realizaba el levantamiento de información de cada sector, tomaba las medidas y modificaba los planos.

El primer lugar que trabajaron fue el Patio de los Naranjos, lugar donde originalmente se acuñaban las monedas. López recuerda que, mientras estaban trasplantando los nuevos naranjos, Pinochet consideró la posibilidad de reemplazarlos por palmas, dada la alta visibilidad que se tenía desde los edificios aledaños a La Moneda. La idea no se concretó, pero durante los trabajos López tuvo la suerte de encontrar cuños de monedas de principios de 1800. Reliquias que guardó con mucho entusiasmo, pero lamentablemente se los robaron de su oficina.

No fue lo único que apareció durante las obras, también afirma haber encontrado unos extraños muñecos: hechos con género, alfileres, y cabello humano, con el aspecto de muñecos vudú, que descubrió enterrados bajo las escaleras. López tiene una teoría para el origen de esas extrañas figuras. “Eran fetiches, maleficios que le lanzaron los obreros a Joaquín Toesca para que le fuera mal. Yo creo que él se debió enemistar con mucha gente mientras construía La Moneda. Él quería sobresalir, hacer algo monumental, y los turnos de trabajo eran de cerca de doce horas en esa época, era una cosa bien inhumana”. Dichas figuras se las entregó al padre Le Paige, también arqueólogo y amigo de Montandón.

Algo que sí logró rescatar de esa época fueron clavos antiguos. Y un reloj. El cual obtuvo gracias al viaje que realizó un general a Francia a comprar unos faroles para el Patio de los Naranjos, los cuales no se producían en Chile. “¡Se demoró como dos meses, el patudo!”, señala López. En la misma caja en la que trajo los faroles, el general también trajo docenas de relojes marca Citizen. Los que vendió a 2500 pesos a varios de los trabajadores de las obras del palacio.

Tras pasar por distintos salones y patios, el último lugar donde López trabajó, fue en el Salón Independencia, donde se suicidó Allende. Allí vio muebles y alfombras todavía manchados con sangre. “En algún minuto Pinochet dijo ‘tiren todo esto’, pero la mayoría de los maestros eran de izquierda, y se llevaron trozos de alfombra con la sangre de Allende. Incluso estaba hediendo a cadáver todavía”. Tenía 21 años en ese entonces.

En total, López calcula que, de los cerca de 500 planos que se produjeron durante las obras de restauración, él debe haber modificado 100. «El baño de Pinochet lo dibujé yo. Acá está. Le hicimos una habitación grade, inmensa, por aquí bajaba al casino…”, afirma mientras ojea sus viejos planos de La Moneda.

Entre los planos que trabajó, destaca el escudo que actualmente se encuentra en la entrada de calle Moneda, además la escalera y la reja del  Patio de los naranjos. “Debería estar mi nombre en estos planos. Rodrigo Márquez de la Plata, que era el arquitecto en jefe, me decía que no podía ponerlo porque yo no era arquitecto. Y él se llevó todo el crédito ¡si el tipo era más malo para el dibujo!”, reclama.

La CNI y el hombre que sabía demasiado

La noche de la cena en el club militar, lo primero que le sirvieron a los comensales fueron empanadas. López recuerda que Márquez de la Plata fue uno de los pocos que comió su empanada con tenedor y cuchillo. “Fue una cosa bien surrealista. Arquitectos cuicos y obreros curaos compartieron en esa cena. Uno se le acercó a Pinochet y le dijo ‘mi general, una foto… ’».

Para muchos el encuentro simbolizó el fin de una etapa. Pero el dibujante técnico siguió trabajando durante un año en el palacio, ahora como empleado del MOP. Estaba a honorarios, luego de eso, cuenta que regresó dos o tres veces a La Moneda, «volví a pedirle pega al Pinocho», asegura.

Tras mucho insistir y mandar cartas, logró que lo contrataran en el Ministerio de Bienes nacionales, en colonización. “Yo fui el encargado de revisar los planos de límites fronterizos con Argentina. Era un cargo de alta responsabilidad. No cualquier podía ver esos planos ¡y en la época del Beagle!”.

No era la primera vez que trabajaba con información clasificada. Y es que cuando se encontraba terminando sus estudios, redactó su memoria sobre la restauración de La Moneda. Pero su supervisor de práctica, el arquitecto José Zúñiga, le dijo que tenía cambiarla. “Tiene demasiada información”, le reclamó, por lo que escribió sólo sobre la impermeabilización del Patio de los Naranjos.

Entremedio, López cuenta que uno de los obreros, inexplicablemente lo acusó de comunista, asunto que no pasó a mayores, gracias a que lo defendió Roberto Montandón. Pero la CNI comenzó a seguir sus pasos.  “Como yo sabía tanto del palacio, de todo lo que es infraestructura en general, los gallos de la CNI empezaron a averiguar quién era yo. Y empezaron a molestarme un poco, me preguntaban de todo, por los planos, por Pinocho, de todo”. En sus últimos meses en el palacio, desde muy temprano era seguido por agentes de la CNI.

Su relación con los militares dentro de La Moneda era distinta. Como la mayoría ya lo conocía, logró que le hicieran un favor: le imprimieron su memoria de título en la imprenta del palacio. La que estaba destinada sólo para los libros de Pinochet. «Ya compadrito, te lo vamos a imprimir, pero tení que rajarte con algo… tráete unos whiskies», recuerda que le dijeron, tras lo cual imprimió cinco copias.

No obstante, el último día que estuvo en La Moneda fue mucho más tenso. Ya se habían ido todos los obreros, y se encontraban entregando el palacio, pero siempre había un agente CNI espiándolo de lejos. Al final del día, bajó a un estacionamiento ubicado bajo el MOP (donde se ubicaba la última oficina que tuvo), en Moneda con Morandé. Se iba con sus planos bajo el brazo, como acostumbraba. En la oscuridad del estacionamiento, lo acosaba el temor de que en cualquier minuto llegaran los CNI, esta vez no para conversar. Se aseguró de que nadie más lo veía, y rompió los planos que tenía, luego los tiró a la basura.

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