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El implacable análisis de Carlos Peña a un año del estallido: “El Presidente no ha sido un títere de las circunstancias. Es simplemente un mal político (…) que no supo estar a la altura” PAÍS Crédito: Aton

El implacable análisis de Carlos Peña a un año del estallido: “El Presidente no ha sido un títere de las circunstancias. Es simplemente un mal político (…) que no supo estar a la altura”

En su columna dominical en El Mercurio, titulada “¡Qué fiasco!”, el rector de la UDP es lapidario con la conducción del Gobierno y en especial del Presidente en toda esta crisis. A su juicio “sería tonto –aunque habrá quien esté tentado a hacerlo– exculpar al Presidente Piñera de lo que ocurrió (…). Por supuesto, el Presidente no es el autor de las causas sociológicas de la crisis; pero su desempeño brindó la oportunidad para que ella se desatara”. Entre estas falencias del carácter presidencial, Peña apuntó a lo ocurrido en el periodo previo al 18 de octubre, una etapa que –según el analista– está caracterizada por un “acentuado narcisismo”, entre otros factores. Tras el estallido, sostiene que Piñera ha devenido en “un personaje de televisión que, con la regularidad de un programa de entretención, distribuye lugares comunes (…) como queriendo suplir con la pantalla la ausencia de su voluntad” y que no convence ni siquiera a sus partidarios.


Al cumplirse un año del inicio del estallido social, los análisis sobre las causas, consecuencias y responsabilidades de la crisis se han multiplicado. Varias de estas tesis han apuntado a la actuación de La Moneda y en específico del Presidente Sebastián Piñera, como lo hace este domingo el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, para quien “una de las lecciones que deja el 18 de octubre –el de entonces y el de ahora– es la debilidad gubernamental”.

En su columna dominical en El Mercurio, titulada “¡Qué fiasco!”, el abogado es lapidario con la conducción del Gobierno en toda esta crisis, y concluye que “el Presidente no ha sido un títere de las circunstancias. Es simplemente un mal político, un político que no supo estar a la altura”.

“Se ha derramado ya suficiente tinta describiendo las causas sociológicas de la crisis; pero se ha reparado poco en sus causas políticas. Y es hora, en la estela de esos acontecimientos, de ponerse a la tarea de examinar críticamente el fenómeno y el papel que cupo en él al desempeño presidencial”, explica el columnista para poner foco en la responsabilidad presidencial en la materia.

“Las crisis sociales siempre necesitan de un entorno de oportunidad para manifestarse. En tanto ese entorno no se configure las crisis se mantienen larvadas, son por decirlo así, proyectos de crisis o de revueltas. Pero cuando la política se pone débil, confusa y es incapaz de atender a las expectativas de los ciudadanos o, lo que es peor, cuando quienes están a cargo se dejan consumir por sí mismos –el viejo narcisismo–, la molestia queda sin cura, la conducta sin orientación y se transforma rápidamente en crisis. Es lo que ocurrió en Chile hace un año y lo que aún sigue ocurriendo”, plantea.

En tal sentido, Peña recuerda que “apenas 18 meses antes de los hechos que hoy cumplen un año, el Presidente Piñera había sido elegido con amplia mayoría. Fue un hecho inédito en la historia política de Chile. Durante la vigencia de la Constitución del 25, apenas gobernó una vez la derecha y, en cambio, a los inicios del siglo XXI había logrado hacerlo dos veces. ¿Qué pudo pasar para que a poco andar fracasara tan rotundamente, de manera tan estrepitosa?”.

Según Peña, “sería tonto –aunque habrá quien esté tentado a hacerlo– exculpar al Presidente Piñera de lo que ocurrió (…). Por supuesto, el Presidente no es el autor de las causas sociológicas de la crisis; pero su desempeño brindó la oportunidad para que ella se desatara”.

Entre estas falencias del carácter presidencial, Peña apuntó a lo ocurrido en el periodo previo al 18 de octubre, una etapa que –según el analista– está caracterizada por un “acentuado narcisismo, que lo llevó a acariciar el sueño de un liderazgo internacional (¿el retorno de su vieja compulsión competitiva?); la ausencia de un proyecto capaz de conectar con los grupos medios y su trayectoria vital (confundiendo un proyecto de mayorías con un torpe eslogan repetido una y mil veces); la incapacidad de elaborar una narrativa que orientara la conducta de sus partidarios (olvidando aquello de I. Dinesen, que puedes soportar cualquier cosa si logras contar una buena historia acerca de ella); la falta de comprensión de procesos de largo plazo (como la cuestión de La Araucanía o el temor de las mayorías a aquello que la naturaleza distribuye con perversa igualdad, como la vejez o la enfermedad), y la impericia para erigirse en líder de su coalición (vence a quienes están a su lado, pero no los convence) causaron que en 18 meses no lograra gobernar y que en rara compensación decidiera cultivar la ausencia o, mejor, intentara colmarla con la presencia internacional. El momento cúlmine sería el APEC realizado en el oasis latinoamericano que de pronto, es cosa de mirar la Plaza Baquedano, se convirtió en páramo”.

Tras el estallido, Peña sostiene que “el Presidente se ha transformado en un personaje de televisión que, con la regularidad de un programa de entretención, distribuye lugares comunes y relata esta o aquella medida a la hora del almuerzo a los televidentes, o al atardecer, como queriendo suplir con la pantalla la ausencia de su voluntad (…) ese es el problema. Un Presidente puede estar en pantalla todo el día; pero lo que importa es que su voluntad cuente. Y desgraciadamente, la del Presidente cuenta cada día menos. Y la culpa es, por supuesto, suya”.

Y finalmente en un directo mensaje a las propias filas del oficialismo, Peña sostiene que “no vale la pena engañarse. Cuando sus partidarios hacen las cuentas del debe y el haber, e incluso mientras lo aplauden, se les ve mover levemente la cabeza y se les escucha decir entre dientes: ¡Qué fiasco!”.

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