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Buscando un refugio Opinión

Buscando un refugio

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Quien asuma la condición de refugiado lo será en virtud de que concurran ciertas circunstancias. Primero, que se encuentre fuera de su país de origen o residencia habitual. Enseguida, que tenga razones justificadas por las cuales tiene miedo a ser perseguido en su propio país por motivos de raza, religión, nacionalidad o por ser miembro de algún grupo social o por ideas políticas. Y, finalmente, si rechaza o no puede aceptar la protección de su propio país, o se encuentra imposibilitado de regresar por miedo al asedio.


Se dice que un refugio es un lugar que sirve para protegerse de un peligro, o el amparo que alguien encuentra en otra persona o en algo que lo libra de un peligro inminente. Para el Derecho Internacional, la legislación de los refugiados versa sobre los derechos y la protección de las refugiadas y los refugiados. Desde la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, existen múltiples fuentes, incluyendo la Declaración de los Refugiados de Cartagena de 1984, de aplicación en América Latina, la recomendación 773 de 1976 del Consejo de Europa, y la  Directiva de la Unión Europea de 2004 que intenta garantizar la protección. Quien asuma la condición de refugiado lo será en virtud de que concurran ciertas circunstancias. Primero, que se encuentre fuera de su país de origen o residencia habitual. Enseguida, que tenga razones justificadas por las cuales tiene miedo a ser perseguido en su propio país por motivos de raza, religión, nacionalidad o por ser miembro de algún grupo social o por ideas políticas. Y, finalmente, si rechaza o no puede aceptar la protección de su propio país, o se encuentra imposibilitado de regresar por miedo al asedio.

Es lo que ocurre con los más de 3 millones 626 mil personas que huyen de Ucrania, según estimaciones de esta semana del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), fugándose de la devastadora guerra cruzando las fronteras internacionales. El desplazamiento comenzó con la declaración de reconocimiento ruso de independencia de los territorios separatistas del Dombás (Lugansk y Donetsk), seguidos por la operación de las Fuerzas Armadas Ucranianas contra los secesionistas, y finalmente la invasión multifocal ordenada por Moscú el 24 de febrero último. Una tragedia humanitaria en orden, que –según cálculos podría llegar a alcanzar a 10 millones de personas huyendo del conflicto bélico, cerca de un cuarto del total demográfico del país.

Jamás pensé que me asomaría a dicha tragedia. Sin embargo, fui invitado entre el 2 y el 5 de marzo a participar en la conferencia internacional “América del Sur y Europa del Sur”, organizada por la Universidad Nacional de Servicios Público, Ludovika, en Budapest. La ocasión me proporcionó la oportunidad de ver directamente la llegada de los refugiados ucranianos a Hungría. Cabe recordar que el país magiar, junto a Bielorrusia, Polonia, Eslovaquia, Rumania y Moldavia –y, por cierto, Rusia—, constituyen el vecindario de Ucrania. A excepción de Rusia y Bielorrusia, aliado incondicional de Moscú, quienes huyen del conflicto armado se desplazan a todos los otros espacios. Polonia es el país que más ha recibido, con 2 millones 144 mil personas, seguida por Moldavia, con 371 mil, y Hungría, con cerca de 324 mil refugiados, cifras que se alcanzaron en menos de un mes.

El permiso para el ingreso masivo de refugiados a Hungría constituyó un giro en la política exterior húngara, si atendemos que en la crisis de refugiados árabes de 2015, cuando la guerra en Siria empujó a millones con destino a Europa, Budapest estuvo en primera fila de los Estados que resistieron el plan de la canciller alemana Angela Merkel para acoger y distribuir entre los países de la Unión Europea a quienes huían del conflicto armado. En la oportunidad, el primer ministro Viktor Orbán optó por reforzar sus fronteras para evitar el ingreso por pasos no habilitados. Por cierto, este no ha sido el primer cambio de quien ha sido calificado como uno de los más célebres representantes de la derecha radical europea y que ha admitido que la suya es una “democracia iliberal”. Durante estos años, el líder húngaro se ha acercado al presidente ruso, Vladímir Putin, aunque en esta ocasión Orbán ha sido cauteloso con sus socios de la Unión Europea y de la OTAN. Si bien no estuvo entre los Estados de Europa Central que pidieron el ingreso inmediato de Ucrania a la Unión Europea al iniciarse las hostilidades, y además se ha negado a que el apertrechamiento occidental de armas a Kiev se realice por territorio húngaro, sí ha declarado estar con Europa y no oponerse a las decisiones de Bruselas en la materia.

Este giro permitió que en los días que pasé en Budapest comenzara a visualizar la llegada de estos migrantes, en su mayoría mujeres y niños, junto con personas ancianas y otras con discapacidad —no hay que olvidar que Ucrania prohibió la salida de hombres de entre 18 y 60 años— que decidieron entrar por la franja limítrofe de 100 kilómetros que separa la región de Leópolis (o Lviv en ucraniano) del hogar magiar. El domingo 6 de marzo visité la estación de trenes de Keleti, que hace la ruta de 900 kilómetros entre Budapest y Kiev, donde ya se apreciaba la llegada de personas conmocionadas y profundamente fracturadas por la violencia, y a menudo por la separación familiar y el dolor de haber dejado a alguien atrás.

Las universidades de Hungría tomaron la delantera en la recepción, acogiendo a quienes solicitan refugio. La Universidad Ludovika, que me hospedó, ya había recibido a estudiantes extranjeros en Ucrania que habían salido antes de la guerra, y comenzaba a cobijar en su residencia a otros desplazados.

La última experiencia en Hungría que me tocó ver fue precisamente a una mujer de alrededor de 50 años acompañando a una octogenaria, probablemente su madre, durante el tránsito desde el bus de enlace entre el aeropuerto y el avión que me llevaría a Madrid. Las reconocí por sus pasaportes en azul y con letras cirílicas doradas. La anciana cargaba una sencilla bolsa, como las que se ocupaban aquí antes para ir a la feria, y una mirada que denotaba resignación ante el destino. La mujer de mediana edad, en cambio, destilaba en sus ojos aflicción, ansiedad y, sobre todo, miedo. El drama de toda guerra, y un indicio —al igual que en la crisis de 2015-2016— de que una gran parte de los refugiados ucranianos no se quedarán en sus países vecinos sino que intentarán alcanzar otros territorios de Europa Noroccidental y Septentrional, particularmente Alemania (de ahí la prudencia del canciller Scholz con nuevas sanciones económicas hacia Rusia que resulten contraproducentes, en un momento de incremento presupuestario alemán en defensa y de preparación para recibir a nuevos migrantes).

Frente a esta dura realidad muchos y muchas se preguntarán: ¿qué hacer desde Chile? Una pregunta que gente también me formuló ante otros episodios críticos como la reconquista de los talibanes en Kabul. Frente a lo anterior, hay que prestar atención al sentido amplio del concepto de Seguridad Humana que acuñó el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1994 y que enfatizaba la relevancia de construir sociedades libres del miedo y la violencia, pero también libres de necesidades. La mayor parte de los Estados, excepto algunos casos como Japón, aceptó la primera parte, pero no la segunda.

En Chile hay una enorme cantidad de personas que han salido desde sus países, no por condiciones de conflicto armado, aunque sí por la precariedad absoluta de sus sociedades de origen, lo que les obligó a buscar nuevos horizontes. Es importante comprender que, más que migrantes económicos, son migrantes forzados aunque no se les reconozca el estatus de refugiados. Su aflicción por lo dejado e incertidumbre ante lo desconocido las comparten con esas dos mujeres del aeropuerto de Budapest que no puedo olvidar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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