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Crítica de cine: “Don Jon”, el amor espera al final del camino La película es el debut del actor Joseph Gordon-Levitt detrás de las cámaras

Crítica de cine: “Don Jon”, el amor espera al final del camino

Pese a que se trata de un largometraje irregular y con pasajes en donde prevalece el vacío narrativo, esta cinta, además, es una llamativa propuesta que se detiene en tópicos como la incapacidad de comunicarse con el otro, la frustración consecuente que significa forjar expectativas desmedidas en las relaciones sentimentales y la sorpresa de encontrar lo que se busca, en la persona menos pensada. Julianne Moore, nuevamente, demuestra que es una actriz fuera de serie en el escenario del cine norteamericano actual.


“Pasaban miles de personas, pero le aseguro que me vio sólo a mí. Me miró no precisamente con inquietud, sino más bien con dolor. Y me impresionó, más que por su belleza, por la soledad infinita que había en sus ojos y que yo no había visto jamás. Obedeciendo aquella señal amarilla, también yo torcí a la bocacalle y seguí sus pasos. Me miró sorprendida y comprendí de pronto, inesperadamente, ¡que toda la vida había amado a aquella mujer! ¡Qué cosas!, ¿verdad? Seguro que piensa que estoy loco”.

Mijaíl Bulgákov, en El maestro y Margarita

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La ópera prima del conocido intérprete Joseph Gordon-Levitt (1981) pudo haber sido mejor, más perfecta y quizás una obra de culto, si en la versión que terminará exhibiéndose esta semana en las pantallas santiaguinas, el ahora director y guionista, le hubiese entregado una mayor participación dentro de la historia al personaje encarnado por la notable Julianne Moore, y al fragmento de secuencias que ésta protagoniza.

Es tal el impacto que genera la aparición de la madura Esther (Moore) en la vida del veinteañero Jon (Gordon-Levitt), la manera en que lo ayuda a concretar sus anhelos afectivos más recónditos, y soñados, y el aprendizaje amoroso y de superación espiritual que representa en el destino del joven, que su irrupción pudo haber representado más minutos en el “celuloide” y, sin duda, en las hojas del libreto.

Más allá de esa objeción, importante, sin embargo, el tema de esta película no deja de ser por ningún motivo inquietante y complejo dentro de lo que el cine de Hollywood nos puede ofrecer en estos días: intentar realizar una traslación del clásico mito de don Juan al Hackensack de New Jersey, en el año 2013. Se le agradece la audacia creativa y la ambición artística al protagonista de (500) Days of Summer (2009).

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Pero Jon (Gordon-Levitt) es un “casanova” peculiar. Estudiante universitario que está a un paso de graduarse, vive en la soledad de un confortable departamento de soltero, y resulta un consumidor habitual de pornografía. Encarcelado en la soledad de sus sentimientos insatisfechos, y en la vergüenza de una intimidad proscrita, el adicto al sexo imaginario, igualmente es un habitué del onanismo compulsivo.

Desesperado y sediento de una pasión verdadera, en una variación cinematográfica que hace recordar a la gran comedia de Paul Thomas Anderson, Punch-Drunk Love (2002), y al reciente portento expresado por The Sessions (2012), del director Ben Lewin, y en el que brilla Helen Hunt, Jon es filmado con insistencia en sus momentos “bajos”, pero inserto en la óptica de una búsqueda metafísica que lo supera y sobre la cual no atina a cuestionarse en demasía.

El becario, asimismo, vivencia una religiosidad católica carente de una clave profunda –factor recurrente en el entramado estético de la cinta–, y donde el protagonista es retratado en más de un par de ocasiones confesándose y recibiendo el perdón y la absolución. Así sucede luego de que Jon relata a un sacerdote, con detalles y precisión, sus continuos desempeños masturbatorios y las incursiones románticas que desembocan en una multiplicidad de encuentros típicos y corrientes, en el imaginario masculino de los hombres que se ubican entre los 25 y los 35 años.

Ignoramos si Gordon-Lewitt es un devoto de la iglesia de Roma, pero lo que sí nos queda claro es que su liturgia y sus ritos no le son en ningún caso indiferentes en su cosmovisión filosófica de la existencia. Punto sobre el cual debió haberse detenido un poco más allá de la evidente parodia el debutante realizador, sin embargo, elude la perspectiva temática como todo lo realmente interesante que pudo haber analizado hasta que en su historia irrumpe el vínculo iniciático, de significados morales y éticos, que lo termina uniendo con Esther. Ella también cobija en su psicología una sutil y elemental “diferencia”, a fin de consumar el cercano y clave porvenir.

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Otro componente dramático digno de mencionarse se encuentra en la vivencia de una fraternidad familiar atravesada por la blandura de lazos y una vulgaridad que explican en gran medida la desorientación emocional y las constantes reincidencias vitales en el lugar común del protagonista.

Ingrediente simbólico de esa cotidianidad degradante y superficial, termina siendo la “relación” que mantiene en gran parte del filme con la pronunciadamente contemporánea Bárbara, el rol interpretado por Scarlett Johansson.

Y poco más que hablar de Don Jon…, hasta que se cincela la imagen de la grandiosa Julianne Moore, quien personifica el amor cortés, caballeresco, y la oportunidad de transformar a una mujer en algo más que un ser humano común y silvestre. Cautivante ese movimiento táctico postrero del cineasta.

Sólo quince minutos más de esos paseos por el New York oculto, de esas conversaciones trascendentales y de esa cara flagelada por la vida, el dolor y la ilusión, y estaríamos refiriéndonos a Gordon-Lewitt desde otras latitudes hermenéuticas y, por supuesto, dedicándole un mayor volumen de ideas y de palabras. Para otro crédito será.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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