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Las frustraciones masculinas y la lapidación sexual en “Soy mucho mejor que vos”, el último film del Ché Sandoval Estreno de la película, 1º de mayo

Las frustraciones masculinas y la lapidación sexual en “Soy mucho mejor que vos”, el último film del Ché Sandoval

Dejada de lado por la mayoría de los cineastas chilenos de esta hora, el poder dramático de la comedia -en cuanto catalizador de las frustraciones y motivaciones que mueven a una sociedad-, recupera en los títulos de este joven realizador, los contornos de una propuesta cinematográfica distinta. Así, esta película resulta ser un análisis picaresco de los temores masculinos sobre el miedo a fracasar en el matrimonio, y sus lapidaciones sexuales y afectivas. En el fondo, aparece la ciudad de Santiago como el gran actor secundario.


“En ocasiones no es más que una cuestión de un instante, a veces el amor sólo exige el tiempo necesario para que una persona desconocida se cruce en nuestro camino y nos mire y nosotros al devolverle la mirada, descubramos el sentido más profundo de la pasión”.

Enrique Vila-Matas, en El viaje vertical

Aunque su director sostenga que los vagabundeos de Cristóbal por Santiago, alias El Naza, el protagonista de Soy mucho mejor que vos (2013), pueden ubicarse inconscientemente en el rol de Ruby, el papel interpretado por el actor Jaime Vadell en Tres tristes tigres (1968), de Raúl Ruiz; en este texto sostenemos que, también, se encuentran en cierta literatura criolla olvidada en las repisas de las librerías de viejo, y por supuesto, en la memoria obstinada de la tozudez erudita: en los locales de San Diego y de las Torres Tajamar.

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Hacemos referencia a El tiempo banal (1955), una bella y casi desconocida novela de Guillermo “El Príncipe” Atías (1917-1979), la que fue dedicada “a Santiago, ciudad querida”. Este descendiente de árabes nacido en Ovalle, era un narrador que abandonó tempranamente la creación literaria, para dedicar sus energías al proselitismo en el antiguo Partido Socialista -el revolucionario y americanista, previo a 1973-, y quien falleció en Francia, exiliado, pobre y solo. Y a un texto fundamental del postergado Enrique Lafourcade, su plausible Frecuencia modulada (1968), la segunda de las ficciones que componen su poderosa trilogía dedicada a la capital de Chile.

Quizás, Ché Sandoval (1985), el cineasta que se rebautizó con este pseudónimo que antecede a su apellido, no haya revisado nunca ni leído tampoco esas brillantes páginas, pero los antecedentes están, existen, en los caracteres inventados por ese par de escritores nuestros, hace más de medio siglo. Ahí, creo que se rastrean, en la genealogía del arte nacional, el caminar errante y el hastío vital, del papel encarnado en gran forma por Sebastián Brahm, en este segundo largometraje del joven realizador radicado en Argentina, después de lanzar su ópera prima, la comentada Te creís la más linda (2008).

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Con 40 años sobre los hombros y un matrimonio frustrado, Cristóbal, un pequeño y mediano empresario adscrito a la clase media alta santiaguina, se niega determinadamente a perder el protagonismo que tiene hasta el momento, como el gran sostenedor afectivo y económico de su grupo familiar. A su mujer, Elisa, los asuntos le han ido bien, y debido a ese éxito, es que desea arrastrarlo a él y a los dos hijos de la pareja, a una hipotética cotidianidad, un tanto más promisoria, al otro lado del Atlántico, en Barcelona.

En un último intento por impedirlo, El Naza no se presenta en el aeropuerto el día del viaje, y tampoco firma los documentos para que su hijo pueda abordar el avión. Huye, y se refugia a pernoctar en la oficina que posee en el centro de la ciudad, con el propósito de capear el temporal azuzado por sus acciones.

Comienzan a rodar, en ese preciso instante, los cuadros de Soy mucho mejor que vos, con Cristóbal tratando de enterrar su presente, enredándose en la fugacidad y atracción de los amores pasajeros, exagerados en la promesa de una gratificación sexual sin precedentes.

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Representando la contradicción propia del hombre que se haya inserto en la soledad esencial y en la incertidumbre de un futuro cercano tapiado con ladrillos, el protagonista se ve envuelto en una amplia gama de situaciones empujadas por el azar, y en su deseo de alcanzar una amnesia purificadora, mediante el atajo de un romanticismo sórdido y de alcantarilla. El que, no obstante, para nada es menos trascendente ni clarificador de identidades, en la vida de una psicología masculina, que la consumación del sentimiento amoroso más prístino y “elevado”.

Por esos pasajes, cuando El Naza emprende la ruta de buscar su destino en la noche de un Santiago oscuro y cautivante, con el olor del río Mapocho inundando la humedad del aire, es donde se vislumbra lo mejor de esta película: la agilidad de sus diálogos, la fortaleza de la dirección, y las secuencias en que la actuación de Sebastián Brahm, llega a las cotas de su máximo desempeño interpretativo.

A pesar de algunas falencias en la continuidad narrativa de episodios menores, concentradas principalmente luego de esa noche de juerga monumental, la cinta presenta una construcción cinematográfica bastante acertada y clara en sus propósitos de realización.

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Y en ese deambular nocturno por el centro de Santiago, irrumpe una ciudad que se convierte en el gran actor secundario del filme. Un intento encomiable el de Ché Sandoval al respecto, quien reconoce que en su segunda juventud, fue un asiduo de esas travesías a lo Louis-Ferdinand Céline, por el núcleo histórico de la capital, tratando, confiesa, de aprehender el eterno femenino, ignoto para él –educado en un colegio exclusivamente de hombres-, y el rostro escondido de la urbe que nos acoge con sus limitaciones y rincones deslumbrantes.

El sostén artístico de Soy mucho mejor que vos, sin embargo, se observa en el aporte que constituye en el tratamiento de los temores varoniles al fracaso sentimental, sobre todo en el imaginario de un hombre que ha sobrepasado la treintena, y en el hecho trágico de tener que reconocer, inapelablemente, lo equivocado de las decisiones más importantes en ese susceptible campo.

Allí, cuando asumir la derrota se hace evidente y desgarrador, pues no hay vuelta atrás, y el tiempo, es cliché, se escurre sin regresar nunca, la comedia de Sandoval se bifurca contundente de posibilidades críticas y reflexivas.

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