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Crítica de ópera: “Los puritanos”, la melancolía de Bellini Segundo título de la Temporada 2014 de arte lírico, en el Teatro Municipal de Santiago

Crítica de ópera: “Los puritanos”, la melancolía de Bellini

La primera función de este clásico de Bellini, no pudo ser mejor. Una puesta en escena que se superó ostensiblemente durante el primer acto, reivindicó al oficio teatral, después del desastre de mayo y del naufragio de Pablo Larraín, en las aguas de la régie. Las aceptables voces y desempeños actorales de la soprano bielorrusa Nadine Koutcher, y del tenor georgiano Shalva Mukeira solo fueron opacados por la irregular dirección musical del español José Miguel Pérez-Sierra.


“Aquí vivimos con una mano en la garganta. Que nada es posible ya lo sabían los que inventaban lluvias y tejían palabras con el tormento de la ausencia. Por eso en sus plegarias había un sonido de manos enamoradas de la niebla”.

Alejandra Pizarnik, en Árbol de Diana

“La ópera es poesía que se canta”, me dijo una vez una conocida cantante chilena, a quien no veo hace tiempo. Cierta idea parecida existe en torno al tango, cuando uno devora páginas de literatura argentina: esos pasos son “una tristeza que se baila”. Y ambas sentencias pueden aplicarse a Los puritanos (1835), la última partitura compuesta por el músico siciliano Vincenzo Bellini, antes de su breve, rápida y solitaria agonía mortuoria. Título que en Chile podemos ver, oír y apreciar, en este melancólico y hermoso mes de junio, escrito sobre la cartelera del Teatro Municipal de Santiago.

Si la analizamos con rigor narrativo, esta pieza cumbre del bel canto, posee unas incoherencias en su continuidad, dignas de un guión redactado velozmente y a la rápida. Sus melodías, sin embargo, son tan bellas en la forma estética, y tan profundas en la letra de su libreto, que su fuerza artística hace que se imponga por sí misma, sin necesidad de entregar mayores explicaciones, ni tampoco persistir en este importante punto.

En la producción que hasta el día 11 de junio presenta el Municipal, ese aspecto ha sido comprendido en buena medida por los encargados de la dirección de escena (el régisseur español Emilio Sagi), por el escenógrafo hispano Daniel Bianco y los cantantes estelares de esta ocasión: por Nadine Koutcher (en el papel de Elvira Valton), Shalva Mukeira (como Lord Arturo Talbot) y el barítono chino Zhengzhong Zhou (interpretando a sir Ricardo Forth).

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Los mencionados artistas, colocan los motivos dramáticos, y la intensidad de las pasiones involucradas en el discurso artístico de Los puritanos, por encima de su indefendible estructura literaria, que no es lo mismo, insistimos, que referirse a la por su momentos brillante altura estética.

Así, y aunque el absolutista color negro prevalezca durante gran parte del primer acto, la aparición de esas múltiples lámparas colgantes, no obstante, enriquecen y dan el tono en la composición del cuadro, al concepto escenográfico que se pretende exhibir. Nos puede gustar o desaprobar, la opción de Sagi y de su equipo, esa es una variante subjetivista del asunto.

Pero a diferencia de la vapuleada Katia Kabanova, por ejemplo, aquí no nos encontramos con artefactos sin sentido y desprovistos de una finalidad, de instalaciones que omitan entregar un significado hermenéutico al conjunto. En este caso, la precariedad emocional del reparto, bajo un contexto de cruenta guerra civil, sus inherentes quiebres afectivos, el abandono de Elvira, su orfandad espiritual, su soledad psicológica y amorosa, las pérdidas que son materiales, pero también “esenciales”.

Y en el trasfondo de estas lúgubres vertientes políticas: la espera de la pasión, el triunfo de los rayos de luna, la intensa poesía que se canta, la ilusión de detener el tiempo.

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Encomiable ese detalle de Sagi. El astro nocturno encerrado en una jaula, abrazado por el frágil cuerpo de Elvira, víctima del delirio, mientras de desenvuelve el segundo acto. Y que brilla bien alto en el tercero, estandarte del romanticismo, y como símbolo de la persecución real de lo imposible, que subyace en la temática primordial de Los puritanos; y al interior de la música -entre arrebatada y contenida-, de su orquesta.

Resplandecieron por pasajes, siguiendo en esta línea, la garganta y las cualidades actorales de la soprano eslava Nadine Koutcher. Segura de sus atributos en las exigencias siempre difíciles de la coloratura, respondió sin eludir al derroche vocal y teatral que le demandaron por varios instantes, los meandros de la primera parte dramática de la obra. Bien puesta o de rodillas, mirando a su padre, a Ricardo, a Giorgio o a su prometido, y en unos minutos al horizonte anónimo del público, esta hermosa cantante se mostró como una Elvira que no sólo llegó a todas las notas de su escala particular con su bello timbre –pese a su potencia promedio-, sino que también nos cautivó con sus gestos y atractiva fisonomía.

Algo parecido aconteció, en un menor nivel eso sí, con sus acompañantes: el tenor Shalva Mukeira y con el barítono Zhengzhong Zhou. Correctos y dignos, sólo conformaron una corte aceptable, para una Elvira que se llevó todas las miradas, y la mayoría de los aplausos.

Son papeles masculinos ingratos, frente a una heroína de tanto poder musical y dramático. Además, se puede anotar que “perdieron” casi todos los duelos, cuando les correspondió hacer esos dúos sublimes con la soñadora, en una polifonía de voces que se superponían maravillosamente una sobre la otra, y viceversa.

La mezzo Evelyn Ramírez, encarnando a la prisionera Enriqueta de Francia, aportó un toque de distinción, regalado por ese delicada voz que tiene, y que engalana con su presencia y sonido, los escenarios de Sudamérica, en una opción de carrera legítima, pero que igualmente podría saltar a Europa o Norteamérica.

Quizás lo más en deuda de esta inaugural presentación de Los puritanos, fue la dirección musical, a cargo del joven maestro español José Miguel Pérez-Sierra: este montaje marcó su debut en tierras nacionales. Errático en algunas oportunidades, nunca pudimos entender o apreciar su real mirada artística de la partitura. De poco feeling y sintonía de “tiempos” con sus cantantes, en este espacio creemos que esa irregularidad interpretativa, sólo fue salvada y apuntalada, por el oficio de una Orquesta Filarmónica acostumbrada a exigencias sinfónicas superiores, bajo la batuta de su extrañado conductor titular.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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