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Crítica de cine: “El misterio de la felicidad” Noveno largometraje del argentino Daniel Burman (1973)

Crítica de cine: “El misterio de la felicidad”

La última película del director celebrado en Berlín y en San Sebastián por “El abrazo partido” (2004) y “El nido vacío (2008), respectivamente, prosigue en la profundización temática de sus créditos anteriores. La consulta por la identidad personal, la fragmentación rutinaria de la vida cotidiana, el hallazgo de un sentido trascendente al día a día, la idealización del amor y de los acontecimientos inesperados que sacuden nuestra biografía, siguen siendo los puntales de una de las filmografías más poderosas que se graban en el cono sur por estos días.


“Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal”.

Carmen Martín Gaite, en Lo raro es vivir

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El existencialismo del porteño Daniel Burman, nos remite a otro par de talentosos realizadores rioplatenses de su generación: a los uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, los cineastas de la aclamada Whisky (2004) y de 25 Watts (2001). El primero de los reseñados, como sabemos, optó por suicidarse hace casi justamente ocho años (en julio de 2006 lo hizo, cuando contaba con 32), en el frío y la soledad de su departamento montevideano.

La vida le parecía sonreir a Rebella. Estaba lleno de proyectos, tenía una hermosa novia, y el referido último largometraje que rodó junto a su compañero profesional, era premiado hasta el hartazgo en los circuitos internacionales. Pero algo indefinible le faltaba, una carencia vital lo empujaba a padecer reiteradas depresiones, las que finalmente lo motivaron a tomar una drástica decisión: arrebatarse por mano propia la existencia. Sin duda que al analizar Whisky, algo de ese estado de no pertenencia extremo, se observa y se siente como una bofetada de aire invernal en la cara.El misterio 1

A los personajes de Burman también parece faltarles siempre esa razón para respirar plenamente, porque también son víctimas de una insatisfacción esencial, la que si bien no los arroja a los brazos de la muerte, por lo menos los mantiene en vilo, en suspenso, a la espera de un acontecimiento que cambie radicalmente sus trayectorias.

En los límites de esa estación psicológica, es que recuerdo al Daniel Hendler que protagoniza El abrazo partido, ese notable filme que presenciamos en el desaparecido cine arte Tobalaba, una melancólica tarde de hace casi diez años.

Perdido y errante en las galerías del barrio judío de Buenos Aires, el joven arquitecto Ariel Makaroff vagaba retratado por una cámara en mano que mostraba sólo lo justo y necesario.

Reponiéndose de una ruptura amorosa, el papel de Hendler se movía entre su flujo mental interno, la obligación de modificar su presente, el mandato de conocer la verdad del alejamiento de su padre durante la niñez; y de esa forma, poder estar en condiciones de hallar las claves de su genuino rostro e identidad. Un viaje homérico a Polonia, se vislumbraba como la meta redentora a todos sus problemas.

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En El misterio de la felicidad (2014), y tal como en El nido vacío (2008), Burman nos enfrenta a la rutina de un matrimonio que bordea el medio siglo, sin hijos, y cuyos días sólo están marcados por el emprendimiento que Eugenio (Fabián Arenillas), administra en compañía de su socio Santiago (Guillermo Francella). La esposa del primero, es interpretada magníficamente por la rubia actriz Inés Estévez (Laura).

De pronto, y sin razones meridianas ni mayores explicaciones, Eugenio desaparece. En esa secuencia comienza el nudo dramático del noveno largometraje, del también director de Esperando al mesías (2000).

Fue el realizador italiano Luchino Visconti, quien en El inocente (1976) -una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Gabriele d’Annunzio, y que de hecho fue su última película antes de fallecer-, el que cita a Marcel Proust, y la página de La fugitiva, en donde éste, reflexiona en torno a la mejor solución que tendrían las mujeres para resolver sus diferencias con los hombres: huir. Pero el que aquí escapa, misteriosamente, no es Laura, sino Eugenio.

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La idealización del viaje, es uno de los motivos argumentales que atraviesa por completo la obra de Burman. Regresando al lugar en el que creímos fuimos felices, nos enamoramos por primera vez, o por lo menos el espacio físico donde estarían las señas más claras de nuestra difusa identidad, podríamos encontrar la respuesta al vacío de sentido vital que nos carcome.

En estos versos inmortales de la Odisea, se hallarían, para el cineasta argentino, los leit motiv de cualquier existencia: “Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, /tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, /conoció las ciudades y el genio de innumeras gentes. /Muchos males pasó por las rutas marinas luchando /por sí mismo y su vida y la vuelta al hogar de sus hombres, /pero a éstos no pudo salvarlos con todo su empeño, /que en las propias locuras hallaron la muerte”.

Por eso, la pregunta postrera que plantea la filmografía de Burman, se relaciona con la búsqueda de un sentido a la vida, ante el hastío que proponen las jornadas monótonas, el amor de manual, o una relación afectiva caída en las celdas de la costumbre y de la tolerancia. Resuenan, así, frescos esos diálogos en que Laura y Santiago hablan del cariño entre un hombre y una mujer, como la transacción en la cual sólo uno de los dos adora, y el otro, simplemente, cede a la pasión que ha focalizado. Citan al Dino Buzzati, narrador de Las noches difíciles (1971), quizás, sin saberlo.

En la fuerza de los momentos y de los instantes “reveladores”, de las escenas mínimas, en la intuición y la lucidez de la belleza espontánea, nos estrellaríamos con el secreto de la dicha. Se agradece mucho que este joven director trasandino (40), le escudriñe con estatura artística, la vuelta a estos complejos asuntos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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