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Crítica de cine: “Betibú”, las interpelaciones de la ausencia Crítica de cine

Crítica de cine: “Betibú”, las interpelaciones de la ausencia

Representante de avanzada de la buena salud de la cual goza la filmografía trasandina durante el presente, este título -cuyo guión se inspiró en la novela policial homóloga de la escritora bonaerense Claudia Piñeiro (1960)-, es una pieza de gran factura técnica y narrativa. Escenificada en los “country” que rodean a la Capital Federal y en el circuito de la crónica roja periodística, la cinta, además de mantener su intensidad dramática de principio a fin, se cuestiona admirablemente por las implicancias existenciales que están detrás de cualquier pesquisa que intenta rastrear la verdad de un asunto criminal.


“Me he pasado la vida espiando a todo el mundo, lo cual no tiene por qué sorprenderles mucho, pues la condición de espía es inherente a la de escritor: literatura y espionaje han formado siempre un matrimonio indisoluble. Por no hablar de los autores que, para escribir sus novelas, han tenido que salir a la calle a espiarlo todo, sobre todo las vidas ajenas, lo que explicaría en gran medida por qué los autobuses o los metros de las grandes ciudades tienen a veces extraños pasajeros: escritores que, a la busca de material de primera mano para sus historias, se dedican a espiar disimuladamente las conversaciones de los viajeros. Todos nosotros, los que contamos historias, somos espías, mirones. La vida es demasiado breve como para vivir el número suficiente de experiencias, es necesario robarlas”.

Enrique Vila-Matas, en Extraña forma de vida

Una escritora de ficciones policiales retirada, un joven periodista que da sus primeros pasos, y otro veterano reportero, a punto de jubilarse, son los roles estelares de Betibú (2014), el logrado thriller argentino que por estos días se exhibe en la cartelera de las salas nacionales.

El segundo largometraje del director Miguel Cohan no sólo es una obra admirable por las actuaciones de Mercedes Morán (Nurit Iscar, Betibú), Daniel Fanego (el experimentado Jaime Brena) y Alberto Ammann (el pibe Mariano Saravia), forman el trío de investigadores que, mandatados por el director del matutino El Tribuno, Lorenzo Rinaldi (encarnado por José Coronado), se disponen a investigar la muerte, en llamativas circunstancias, del empresario Pedro Chazarreta, en el exclusivo condominio periférico de “La Maravillosa”, situado por los alrededores del Gran Buenos Aires.

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Betibú, además de basarse en una historia literariamente atractiva, crédito de la narradora Claudia Piñeiro -y adaptada con genio por el grupo de libretistas encabezados por Cohan-; es una película que presenta una dirección de arte y una fotografía de jerarquías superlativas. Cualidades que sumadas en un conjunto, nos explican las razones del porqué el cine argentino es el único de Sudamérica, a veces escoltado por el uruguayo, que realmente compite en los festivales de primer orden a nivel internacional: los de Cannes, Berlín, San Sebastián, Venecia y Sundance.

Filme preñado de referencias, sobresale esa del comienzo: la que nos remite a Desmontando a Harry (1997), de Woody Allen, y a la música de jazz que acompaña el descenso a los infiernos de su protagonista, el escritor aproblemado que interpreta él mismo. Cohan elige esas idénticas melodías a las escogidas por el realizador norteamericano, con el objetivo de sonorizar el inicio de su cinta. Como si nos dijese que su relato enunciado a través de imágenes, también será un ingreso al averno. En este caso, a los intragables calores de la verdad.

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De fondo: Palermo, los suburbios burgueses y campestres de la ciudad, una que otra barriada marginal. Y si citamos al director de Manhattan (1979), también debemos hacerlo con el Ingmar Bergman de Fresas salvajes (1957), a la saga de traslaciones visuales efectuadas desde las brillantes páginas que componen el corpus detectivesco de Raymond Chandler; a Chinatown (1974), de Roman Polanski; a La dama de Shanghai (1948), de Orson Welles; a Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock.

Pero Betibú (2014) esconde, más allá de las claves argumentales propias de un thriller, una indagatoria artística que enfoca su lente en la soledad y en la búsqueda identitaria que emprenden, como un motivo dramático subyacente, su peculiar trío de roles estelares. Y es que perseguir la esencia de un crimen, y en realidad la de cualquier asunto o coyuntura humana, siempre simboliza un viaje iniciático que, si bien no nos lleva a ningún lugar en específico, si al menos, nos conduce al impagable diagnóstico de conocernos un poco más.

Al intentar llenar un vacío, con querer tapar una carencia que nos duele, corremos el riesgo de revelar flancos que hasta entonces permanecían ocultos. La otrora exitosa novelista Nurit Iscar (Mercedes Morán), ingresa a la edad madura víctima de una crisis psicológica y una carencia de afectos reales, que la tiene en la inactividad creativa y recurriendo a la constante compañía de un par de amigas, con el fin de no sentirse demasiado sola.

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El experimentado reportero Jaime Brena (Daniel Fanego), ha sido desplazado de la sección policial de El Tribuno por su editor jefe –un área en donde alcanzó la gloria profesional-, y en la actualidad se desempeña cabizbajo, anónimamente, en espera de una triste jubilación laboral. Y por último, encontramos al novato Mariano Saravia (Alberto Ammann), que luego de cursar un postgrado periodístico en Londres, desconoce cómo acomodarse a las exigencias del medio en el que ha recalado, y menos, ubica las coordenadas que le puedan servir para orientar su vida en dirección al estadio de la plenitud personal.

Encontrar al culpable de montar el homicidio de Chazarreta, equivale, para estos expertos en observar a los otros, pero que son unos negados en mirarse a sí mismos, a tropezarse con el verdadero rostro de cada uno.

La realidad, las convenciones sociales, los diferentes vínculos que nacen del trato entre las personas, por lo general, manifiestan la existencia de otro tipo de lazos, de unos nudos torcidos que por pudor, y la supervivencia común del cuerpo colectivo, nunca deben emerger a la superficie, ni menos quedar a la vista incomprensible de la mayoría. Con la materia prima que proporcionan esos silencios, con las existencias frustradas marcadas por esos dolores y violaciones insaciables, también arma sus diálogos y cuadros Betibú (2014), una película excepcional que, para nuestra suerte, se habla en castellano. Para el final, el título de otra cinta argentina, un thriller que igualmente sigue las líneas de una novela de Claudia Piñeiro, aplaudible y merecedora de una ojeada: Las viudas de los jueves (2009), del cineasta Marcelo Piñeyro.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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