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Crítica de cine: “Génesis Nirvana”, sola contra todos Un thriller urbano del joven realizador chileno Alejandro Lagos

Crítica de cine: “Génesis Nirvana”, sola contra todos

La ópera prima de este director nacional es un ágil y profundo drama fílmico, cuya trama se interna con verosimilitud en la realidad agobiante de los bajos fondos santiaguinos. Con una estrategia audiovisual que combina una cámara de registro documental, con otro lente característico del género de la ficción, el autor resuelve satisfactoriamente esa disyuntiva. En definitiva, comentamos una película lograda narrativamente, y de una temática fuerte y comprometida.


“Dejad que en mis brazos hasta el alba, / Repose la criatura viviente, / Mortal, culpable, pero para mí, / Absolutamente hermosa”.

W. H. Auden, en Lullaby

Enero-febrero de 2011. El polvo levantado por el viento sucio, el sol seco y pegajoso. Esos pasillos herméticos y oscuros de la Villa Portales. Que emplazados en la comuna de la Estación Central, siempre han tenido una carga emotiva, un hálito de asfixiante contemporaneidad -previniendo a cualquier ciudadano sensible-, que se interne por aquellos senderos fríos e indiferentes de hormigón.

Esa soledad, esa contraposición entre quemada luminosidad y sombría urbanidad, de por sí se transforman en motivos audiovisuales sugerentes, cautivantes. Y Alejandro Lagos, el director, los utiliza sin abusar, sin exagerar, en Génesis Nirvana (2013). Allí está Patricia Lucía (el rol de Mariana Loyola), absolutamente sola –como todo héroe o heroína que se precie de tal-, víctima de los ataques de ansiedad, de la compulsión, ausente, ensimismada y apresada por el dolor, la impotencia y una frustración existencial, que la lanzó encadenada a los brazos de la tristeza.

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Explicación breve. A la Patricia Lucía (35 años) le mataron a su única hija (Génesis Nirvana). El personaje encarnado por Mariana Loyola busca vengarse, ajusticiar la memoria de su pequeña. Esa odisea, ese peculiar viaje homérico, lo dejará grabado en una cámara casera que ocultará en el bolso de mano que porta mientras camina por el sector poniente de la capital. Aquel viaje vertical, igualmente existencial y audiovisual, se inicia en una armería del Paseo Bulnes, continúa en la citada Villa Portales, en sus veredas angostas, en sus calles polvorientas. Terminará en el frontis de la Ex Penitenciaría.

Ese intento por registrar un campo de imagen y una porción de la realidad cotidiana, desde todos los ángulos posibles, efectuado por Alejandro Lagos, nos remite a esa travesía urbana, terrible y patética del Umberto D (1952), de Vittorio De Sica. A esa mezcla de planos y secuencias propios del género documental, enmarcados en una historia de ficción, que patentó el neorrealismo italiano recién concluida la Segunda Guerra Mundial, en los míticos estudios de Cinecittá.

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Si rastreamos los antecedentes cinematográficos criollos de Lagos, en tanto, no podemos dejar de nombrar al director santiaguino radicado en México, Álvaro Covacevich (1933), y a su Morir un poco (1966). Tampoco al gran Patricio Kaulen (1921- 1999) y sus largometrajes Largo viaje (1967) y La casa en que vivimos (1970).

Pero la marginalidad y el desamparo de Patricia Lucía, esa cámara inestable y tambaleante, “en mano”, tan fuera de foco y desequilibrada como la psicología de la misma protagonista, nos envía sin mayores preámbulos a la obra del realizador franco-argentino Gaspar Noé (Buenos Aires, 1963). En especial a sus filmes Solo contra todos (1998) y  Enter the Void (2009).

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La propuesta estética de Alejandro Lagos, esa de dramatizar cinematográficamente inserto en las cloacas emocionales de la capital chilena, en la fragilidad identitaria y social en que se encuentra la clase media baja metropolitana, se encuentra bien formulada, lejos del cliché y del lugar común. Vale consignarlo.

Así, sin un grupo de pertenencia estable en el que apoyarse, y con un quiebre afectivo fundamental, como aquel de perder a la hija y a su pareja, en un solo segundo, Patricia Lucía queda arrojada a los leones simbólicos de la existencia: al desarraigo, a la precariedad económica e institucional, a la desesperanza, a una cotidianidad desprovista de sentido y de horizontes que la empujen a seguir respirando.

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Presenciamos una caída libre, que antes de detenerse en un posible suicidio, necesita de la redención imperiosa de la venganza.

Alejandro Lagos, en esta ocasión, dirigió y escribió el libreto de su ópera prima. El guión se haya redactado sin baches ni falencias, fundamentando su sugerente propuesta audiovisual, con una historia que no cae en errores de continuidad narrativos grotescos ni menos en incoherencias escénicas. Asimismo, sus personajes se encuentran notablemente construidos, en lo que a su profundidad psicológica se refiere. El realizador detiene el relato durante las secuencias necesarias, para “explicarnos” gestualmente las patologías mentales y la soledad sideral de Patricia Lucía, sus monólogos, su desesperación, su fragilidad, su amistad con la locura como único compañero.

Hasta un rol menor, como el interpretado por Paulina García (Paulina), evidencia un tratamiento considerado, ya sea por parte del autor del texto, como por la aquí breve, pero afinada actuación de la destacada intérprete nacional, que fue galardonada hace más de un año en el Berlinale. Sólo quisiéramos reseñar las soluciones algo toscas, visualmente hablando, que despliega el director para cambiar de secuencias en algunas oportunidades, en especial cuando la protagonista vende sus artículos domésticos a fin de financiar la compra del arma con la que llevara a cabo su venganza: esos saltos de velocidad temporal, dramáticos en última instancia, son propios de un lenguaje televisivo, pero lejanos a los códigos cinematográficos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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