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Crítica de cine: “Cantinflas”, las risas de un hombre infeliz Filme mexicano compite por el Oscar a la Mejor Película Extranjera

Crítica de cine: “Cantinflas”, las risas de un hombre infeliz

La cinta del realizador azteca Sebastián del Amo (1971) es una pieza hermosa y sugerente de la nueva cinematografía latinoamericana. Filmada con un lente en el cual se cruzan distintos estilos audiovisuales, y con la actuación descollante de Óscar Jaenada interpretando al legendario Mario Moreno, la obra se detiene en el período que abarca desde los inicios del artista-humorista, hasta su consolidación en el estrellato internacional durante los años ’50. De fondo, se observan las contradicciones esenciales del histórico cómico: su desgraciada vida íntima, enfrentada con un desorbitante éxito en el ámbito profesional.  


“Ahora que quizás, en un año de calma, / piense: la poesía me sirvió para esto: / no pude ser feliz, ello me fue negado, / pero escribí”.

Enrique Lihn, en La musiquilla de las pobres esferas

México, Veracruz, 1931. Un boxeador amateur, de 20 años, llega a probar suerte en el puerto donde se inició hace cinco siglos, la ruina del guerrero imperio de los aztecas. Las únicas posesiones que tiene en el mundo: la ropa que lleva puesta, y otras prendas raídas, que guarda en un sencillo bolso de mano. Al joven le va mal en el intento deportivo, y sólo consigue un empleo como encargado del aseo, en un teatro de los suburbios.

Por paradójico que parezca, la trayectoria profesional de Mario Moreno Reyes (1911-1993), se inicia personificando el mismo rol con el cual la concluyó: pues la última película que grabó el mejor actor cómico que ha tenido Hispanoamérica en su historia, fue, por gracia del azar y del destino, El barrendero (1981).

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Así, Cantinflas (2014), el segundo largometraje de ficción del director Sebastián del Amo, es la gran apuesta mexicana para los próximos premios Oscar que se dirimirán a fines de febrero de 2015. El realizador, también, escribió el guión de su cinta: lo hizo en compañía del libretista Edui Tijerina. Y siguiendo una estrategia narrativa que mezcla a través de recurrentes flashbacks, el tiempo presente del filme (ubicado a mediados de la década de 1950), con los comienzos artísticos de Mario Moreno en los ‘30, el autor y su equipo consiguen crear, por lo menos desde este aspecto, una obra coherente, fluida y fácil de comprender en su desarrollo dramático.

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Sin ser una pieza de las llamadas de época, sino más bien una obra de las denominadas históricas y biográficas, Del Amo, en un gesto de audacia cinematográfica, utiliza distintos lenguajes estéticos a fin de exhibir y explicar con imágenes, las razones de que ese boxeador fracasado, llegara a transformarse en el “Charles Chaplin que hablaba en castellano”. El mismo personaje que consiguió ganarle un Globo de Oro como Mejor Actor, al mismísimo Marlon Brando (en 1957), por un rol menor que encarnó en La vuelta al mundo en ochenta días (Around the World in Eighty Days, 1956), una adaptación hollywoodense de la clásica historia del novelista francés Julio Verne.

Esos estilos de imagen y composición fotográfica, van desde los planos propios del género documental, pasando por los territorios de la ficción, y los de una manera de hacer cine que eran los típicos de mediados del siglo XX: aquello se ve en el montaje de las escenas y secuencias, en la forma de situar los encuadres a través de la cámara, los efectos de la luz, la plasticidad resultante, y hasta en el camino expresivo que sigue el reparto para la interpretación de sus papeles.

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Por eso, no resulta descabellado –en aquel examen estético- citar dos largometrajes contemporáneos que se nos vienen a la memoria en este juicio crítico. La primera referencia es a Lejos del cielo (Far from Heaven, 2002), ese bello filme protagonizado por la excepcional Julianne Moore y Dennis Quaid, y que dirigido y escrito por Todd Haynes, fue nominado a cuatro categorías por la Academia norteamericana.

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La segunda mención, corre por cuenta de Chaplin (1992), la película que consolidó la carrera de Robert Downey Jr. Una cinta que, basada en la vida del genio homónimo, estuvo a cargo en su realización por Richard Attenborough, y cuyo guión fue redactado por tres escritores, quienes se basaron en dos libros y en una historia original, a fin de elaborar el texto definitivo. De hecho, el final de Cantinflas y el recuento que hace en pantalla de los derroteros biográficos -de las personas reales que inspiraron a los roles del filme-, es un homenaje a ese trabajo en el que también actuó una de las hijas del autor de Tiempos modernos (1936): la actriz Geraldine Chaplin, a quien hemos tenido con frecuencia en los estudios de televisión de Santiago de Chile.

Ahora, la tesis argumental aquí analizada, es la siguiente, una línea dramática que Del Amo desenreda con sólidas bases históricas, a lo largo de toda la proyección: lo infeliz que fue en su andar íntimo y personal, lo frustrado que fueron los afectos amorosos por otros seres humanos, que tuvo el célebre Mario Moreno Reyes.

Consolidado sobre un escenario de espectáculos de revistas en Ciudad México (1934), en el país donde el PRI comenzaba a situarse como el único conglomerado político “fuerte” del proceso revolucionario de hace a dos décadas, Moreno, alias, “Cantinflas”, se enamora de la actriz de origen ruso, Valentina Ivanova Zuvareff. Ella, sintetizó la gran pasión femenina del cómico, pero los unió un vínculo difícil y trunco. Por causas de la medicina de la época, el matrimonio jamás pudo tener hijos propios, biológicos. Aquel traspié, los amargó y los separó anímicamente, hasta la muerte de la moscovita, ocurrida en 1966; pese a que adoptaron un niño, quien sería el único descendiente legal del artista: Mario Arturo Moreno Ivanova.

Esa fue la tragedia humana del “Mimo de la Gabardina”, del varón detrás del disfraz inventado por él mismo, un dolor oculto por las piruetas verbales, y una tristeza velada por las contorsiones físicas, acrobáticas y de baile, tan características de sus presentaciones. Una performance que fue tan única, que la Real Academia Española de la Lengua incluyó una palabra en su diccionario oficial, con el propósito de graficar la grandeza que tuvo ese artista de tablas y de cine, para los que nacimos y vivimos al sur del Río Grande: “Cantinflear, 1. Hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada. 2. Actuar de la misma manera”.

Y esa realidad social, cruel e irónica para un hombre que rozó la gloria desde la más absoluta pobreza y orfandad familiar, que no es otra que la latinoamericana, la de nuestras calles y ciudades, fue soberbiamente sentida y respirada como propia, por el rol estelar de esta cinta: el que fue asumido por el actor catalán Óscar Jaenada (1975), el nuevo Javier Bardem del cine español.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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