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Crítica de cine: “Birdman”, los dilemas de un hombre corriente El filme del mexicano Alejandro González Iñárritu compite por nueve premios Oscar

Crítica de cine: “Birdman”, los dilemas de un hombre corriente

Una película magistral, por un conjunto de factores audiovisuales: una cámara que se desliza a través de un par de infinitos planos-secuencias, en todos los ambientes, sin descartar ninguna distancia de aproximación, como si de un Antonioni o de un Alfonso Cuarón, se tratase. Luego, la calidad de su montaje, de su fotografía, lo pertinente de la banda sonora. Además, el libreto de una comedia negra, que transcurre por el viejo Broadway, y que en la perfección de sus elementos narrativos, se asemeja a los mejores textos de Woody Allen. Y por si fuera poco, un cuarteto de actores fenomenales: Michael Keaton, Naomi Watts, Edward Norton y Emma Stone. Así, resulta difícil que la cinta del realizador azteca, no pase la aplanadora durante el próximo cónclave de la Academia estadounidense. 


“Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos, ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras”.

Raymond Carver, en De qué hablamos cuando hablamos de amor

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Acerca del fracaso y de la sensación de incomodidad, de malestar y de frustración con la vida propia, de eso se trata Birdman (2014), el quinto largometraje de ficción del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu (1963). Esta es su obra maestra, y un filme cuya categoría artística, marca un antes y un después en la cinematografía rodada por un hispano parlante hasta el momento.

Salvo el español Pedro Almodóvar, y hasta su muerte el chileno Raúl Ruiz, ningún otro director que firme su nombre en castellano, ha sido capaz de convocar en sus producciones, por ejemplo, el nivel actoral de los elencos que reúne el azteca, desde que grabó la hermosa 21 gramos (2003), hace más de una década. Y eso, lo mencionamos para comenzar nuestro análisis crítico.

Porque Birdman es una cinta completísima, ya se le desarma bajo los cánones audiovisuales, dramáticos e interpretativos, en este comentario. Primero, su lente: audaz y técnicamente impecable, en su mirada espectacular de la realidad. Un foco que a través de planos-secuencias que se interrumpen sólo para cambiar de día y jornada, se interna al interior de una sala teatral de Broadway, Nueva York, de sus camerinos; y se adentra en la intimidad de esos actores-ficticios y de sus relaciones laborales, para componer un cuadro múltiple, caleidoscópico, pero claro y transparente de ese particular mundo diegético, entendible para cualquier observador que se aproxime a sus impresionantes fronteras narrativas.

En el estilo de situar y mover sin concesiones su cámara sobre la escena, González Iñárritu se abraza con los grandes títulos del Neorrealismo italiano, en particular con Michalangelo Antonioni; y con un compatriota suyo, el apellido de un director mexicano que revitalizó esas tomas sin respiro ni aliento hace más de un año, después de estrenar su Gravity (2013): nos referimos al laureado Alfonso Cuarón (1961), a quien el autor agradece en los créditos finales de la película.

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Riggan (Michael Keaton), es un intérprete empeñado en hacer teatro, pese a que su único éxito dramático fue su personificación hollywoodense de un famoso superhéroe del cómic norteamericano: “Birdman”. El guiño literario a las circunstancias reales con Keaton y sus papeles en las dos primeras versiones del “Batman” moderno, esas a cargo de Tim Burton a finales de la década de los ’80 y a principios de los ’90, resulta, entonces, evidente.

No ser considerado como un actor serio por sus pares y la crítica especializada, le pesa a Riggan en la valoración personal y artística que tiene de sí mismo, y también, lo percibiremos, en el cumplimiento de sus más profundas expectativas humanas y afectivas. El hombre, ya maduro, divorciado y con una hija (Sam, encarnada por Emma Stone), es infeliz, y anhela que su adaptación teatral de un cuento del escritor Raymond Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”), se convierta en el éxito que no sólo le abra las puertas de la inmortalidad actoral, en la altanera Broadway, sino que igualmente, las llaves de la paz y las puertas de la más íntima satisfacción consigo mismo.

La actuación de Michael Keaton es soberbia, y el desempeño del reparto que le sigue en protagonismo, se comporta en esa señalética: Naomi Watts (Lesley), complicada e histérica, acá inolvidable; Edward Norton (Mike), pretencioso e impredecible, aquí notable; Emma Stone, drogadicta y vulnerable, una femme fatale; y la inglesa Andrea Riseborough (Laura), seductora, frágil y llamativamente sexy. Pues otro de los puntos altos del presente largometraje, radica en las cualidades estructurales de su guión, en la eficacia literaria y dramática de su libreto.

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De hecho, en la redacción de los diálogos, acompañaron a González Iñárritu tres narradores dedicados especialmente al género: Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo, los que sustituyeron el apoyo que en sus comienzos brindaba al mexicano, el escritor Guillermo Arriaga. En efecto, la caracterización de los personajes, los tópicos y nudos argumentales del relato, y la continuidad de cada una de las escenas y cuadros que componen esta historia, se haya confeccionada, pegada y unida, como si de una lograda novela se tratase. En ese sentido, el tributo que los autores del guión efectuaron a Woody Allen, se trasluce en variadas situaciones y parlamentos, en clave humorística de Birdman, y no sólo porque el espacio que registra la cámara, cubra el corazón de la Manhattan inventada por el mítico realizador de los anteojos.

Ese lente, tal cual lo anotamos, aparte de fundamentar su visión creadora en la filmografía de Antonioni (unos planos en los que el foco pasa constantemente entre dos barrotes de una ventana, cita a un truco hecho por el italiano al final de su Professione: reporter, de 1975), y en la Gravity, de Cuarón; referencia, en esta inspiración de González Iñárritu, acerca de un relato de Raymon Carver, a los primerísimos planos tan bellamente compuestos del cine francés, y en especial, a la herencia fotográfica de dos maestros galos: la de Francois Truffaut y la de Jean-Luc Godard. Asimismo, le hace una cuña al Ozon de Ricky (2009), por esa escena voladora de las postrimerías, y por la aparición del hombre-pájaro, que de minuto a minuto, acosa la conciencia y la mirada de Riggan.

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El director de Birdman debe ser uno de los cineastas más provocadores y complejos de la actualidad, un artista que ha producido escenas memorables del séptimo arte contemporáneo (en esta película se forjaron unas cuantas); pero que así como filma y graba con un oficio y un lenguaje audiovisual, que con cada trabajo suyo, crece y se remonta hacia alturas estéticas superiores, basa gran parte de su reconocido éxito, en la profundidad de las historias que proyecta valiéndose de imágenes, y en los tipos humanos que recoge  a través de su poético lente.

La mayoría de esos personajes, son seres que buscan desconsoladamente una oportunidad en la vida, una instancia que confunden e identifican, con el encuentro del amor, en el hallazgo de ese otro ser que estaría destinado a conformarles, como un “yo complementario”. A veces, en otras ocasiones, la respuesta la verían con el tropiezo ante un consuelo que, por no menos intenso, tampoco sería insuficiente: la muerte, una segunda posibilidad, o bien, como en esta cinta, la inesperada virtud de la ignorancia.

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Y el detalle, no menor, de la música de fondo, del soundtrack: Maurice Ravel, Gustav Mahler, Pyotr Ilyich Tchaikovsky, Sergei Rachmaninoff y Joan Valent, entre varios compositores clásicos y modernos.

Birdman compite en nueve categorías para los premios Oscar que se disputarán a fines del mes de febrero en Los Ángeles, y en esas líneas de veredicto, esta obra corre para quedarse con los galardones a las mejor película, director, guión, actor protagónico y la más lograda interpretación secundaria, tanto en femenino como en masculino, con los roles de Emma Stone y Norton, respectivamente. De no mediar una sorpresa o un desatino mayor de la Academia, creo que González Iñarritu se llevará todas esas estatuillas para sus oficinas ubicadas al sur del Río Grande.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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