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El amor como condena y salvación en el cine de Francois Truffaut Retrospectiva a la saga de “Antoine Doinel” en el 39º Festival de la Universidad Católica

El amor como condena y salvación en el cine de Francois Truffaut

Pese a ser uno de los fundadores de la “Nouvelle Vague”, la filmografía del realizador francés se forjó bajo una fuerte inspiración autobiográfica. El desgarro, la orfandad, el desapego familiar y la búsqueda incansable de los afectos femeninos, constituyen los pilares de cinco películas que se proyectan en la sala UC, en los que sobresalen la devoción a la literatura de Honoré de Balzac, un homenaje al centro de París, y el uso de una cámara a contracorriente para la época.


Las figuras del padre ausente y de una madre frívola, histérica y poco cariñosa, marcaron la vida de Francois Truffaut (1932 – 1984), así como la especial protección que gozó durante toda su trayectoria, y desde la adolescencia, por parte del crítico y teórico cinematográfico galo, André Bazin. Y aquellos hitos existenciales, se aprecian con claridad y precisión –especialmente los primeros- en los largometrajes que grabó a través de veinte años, acerca del personaje de Antoine Doinel, y donde el cronómetro diegético (el de la ficción), transcurre a la par con el paso del reloj verdadero de la realidad, tanto para el actor, como para el realizador a cargo.

Película "Los cuatrocientos golpes"

Película «Los cuatrocientos golpes»

Observamos, así, al muchacho adolescente, vagabundo, solitario, rebelde y malquerido, que cae en un reformatorio para niños delincuentes; hasta alcanzar, dos décadas después, al hombre de un poco más de treinta años, escritor autodidacta, corrector de pruebas, recientemente divorciado, padre de un pequeño, y que ahora, se haya enamorado de una joven fotógrafa.

En la totalidad del ciclo fílmico, el alter ego del autor, fue encarnado por el intérprete Jean-Pierre Léaud (1944). De esa forma, la serie está conformada por las siguientes piezas: por Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959), por el cortometraje Antoine and Colette (de 1962, y que integra junto a la obra de otros directores, los relatos de L’amour à vingt ans); por Besos robados (Baisers volés, 1968), por Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970) y por El amor en fuga (L’amour en fuite, 1979).

Una semejanza vital y visceral, atravesaron los días de Doinel y de Truffaut: su pasión por la literatura, el cine, y la música docta. Como si en esos sinceros fervores, tanto el joven problemático de la fantasía, como el futuro artista, hallaron el consuelo, la estabilidad emocional y la tranquilidad psicológica, que las turbulencias de una infancia y primera juventud difíciles, les negaron con un portazo en las narices. Por eso, no son casuales estas dos secuencias de Los cuatrocientos golpes.

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Película «Los cuatrocientos golpes»

La primera. La relación de Antoine con sus padres se triza en mil pedazos, pero él, en su cuarto, le levanta un minúsculo santuario, a su beato personal: allí, le rinde culto, con velas encendidas y la escena propia de una animita, a la reproducción de un daguerrotipo de época, del escritor galo Honoré de Balzac (1799 – 1850), el insuperable creador de ese corpus novelístico denominado “La comedia humana”.

Otro cuadro, perteneciente a la misma cinta. El lente registra el flaneur de Doinel y un pequeño amigo, por el centro de la ciudad de París. Se detienen en el hall de entrada de una sala de cine. Acto seguido, los chiquillos arrancan desde el frontis del edificio, es decir se roban, un fotograma que retrata a la actriz Harriet Andersson, la protagonista de Un verano con Mónica (1953), la cual es una de las películas imprescindibles del director sueco Ingmar Bergman. Y el adolescente se abraza a la pintura de papel, como si en ello se le fuese el aire.

Película "Besos robados"

Película «Besos robados»

Tres años después, y estamos en Antoine y Colette. Nuestro héroe pudo huir de los centros de reclusión, vive de forma independiente, y se gana la manutención en la filial gala de la Philips (donde fabrica discos de vinilo). Entonces, conoce, mientras se desarrolla un concierto filarmónico, a la que será su fijación femenina (quien es personificada por Marie-France Pisier) durante los 32 minutos del breve filme. Antoine le declara su amor a través de una carta manuscrita, e intenta besarla (ella se niega), sobre las butacas de un cinematógrafo. El resplandor de la pantalla los alumbra, y la desazón del galán se difumina con la oscuridad del recinto.

Doinel, en esa cinta, también integra las filas de “Las juventudes musicales de Francia”, y gracias a esa membresía es que puede asistir, con entradas a precio rebajado (e invitarla a ella), a las presentaciones que tanto le interesan.

Pero el largometraje epígono de la saga, a mi entender, es Besos robados, una de los filmes más hermosos rodados por Truffaut, que separa aguas con lo que serían sus piezas anteriores, y el que influiría, decisivamente, en su creación posterior. Desde ese momento, el realizador sigue caminos estéticos más bien propios (que lo separan radicalmente de sus compañeros de la “Nouvelle Vague”, dentro de la libertad subyacente de ese “movimiento”) y acendra su focalización temática y audiovisual, en torno al vínculo sentimental que se establece entre un hombre y una mujer; tanto en sus minucias internas, como en sus escondrijos y tensiones dramáticas. Así lo haría, sin ir más lejos, en Les deux Anglaises et le continent (1971), en La nuit américaine (1973), en L’histoire d’Adèle H. (1975), en L’homme qui aimait les femmes (1977) y en La femme d’à côté (1981), respaldando nuestra afirmación.

Película "Domicilio conyugal"

Película «Domicilio conyugal»

En Besos robados, Truffaut conduce a los extremos el carácter romántico de Antoine Doinel, y asimismo, efectúa una confesión de principios en lo que respecta a su modo de concebir los pilares y la vivencia del amor erótico se refiere. Tópico que acompaña, igualmente, con el despliegue de un lente que le lanza un pacto de incondicionalidad al París de los distritos 7, 9, 15, 18 y 19 (con un acento al penúltimo de los mencionados, a esa zona de las afueras de la iglesia del Sagrado Corazón, de la avenida Junot, de Montmartre y de la plaza de Clichy).

Doinel acaba de abandonar el Ejército, escudándose en estados de profunda melancolía e inestabilidad de carácter (un episodio biográfico del director), y lo primero que hace es recurrir al abrazo, corriendo, de las prostitutas de la capital (otra práctica habitual del cineasta). Ejerce los más diversos oficios (recepcionista de hotel, por ejemplo), hasta que tropieza con cierto sosiego laboral, empleándose en una agencia de detectives privados. A la par, seduce a Christine Darbon (encarnada por Claude Jade), una hermosa violinista.

Rescataremos tres pasajes de la película, con el propósito de recalcar nuestra visión de un Truffaut fiel a la literatura de Honoré de Balzac, a la importancia de la palabra escrita dentro de su obra audiovisual, y al hecho inexplicable del enamoramiento a primera vista.

Película "Domicilio conyugal"

Película «Domicilio conyugal»

La primera de las secuencias escogidas, es aquella en que Antoine divisa a Fabienne Tabard (personificada por Delphine Seyrig, una musa de Jean Renoir), en la tienda y fábrica de calzados que es propiedad de su esposo. Allí, se desenvuelve Doinel como agente encubierto (un vendedor de mentiras), con el fin de descubrir qué piensan acerca del señor Tabard, sus trabajadores y los seres que le rodean y le son próximos.

Entonces, el foco se instala en la mirada que tiene el veinteañero de la perspectiva inmediata, y sigue sus pasos con la precaución y el sigilo de quien se aproxima a lo que desconoce. La creación ambiental de misterio es bellísima y sutil a la vez. Emerge, cual aparición la silueta de una esbelta rubia, una mujer de verdad (algo así como de 35 años), elegante, y que lo trata con una condescendencia desconocida por él hasta el instante. Antoine queda extasiado, y la música que complementa el sonido de la secuencia, azuza ese estado de prendamiento y magia, que sacude el alma del ser que es víctima de una pasión imprevista y fulgurante.

La segunda escena, se encuentra precedida por la escritura y el envío de una carta que Antoine dirige a la misma madame Tabard. Truffaut exhibe el recorrido de la misiva, a través de las cañerías y de los conductos ocultos, que atraviesan el subsuelo de las distintas calles de París, por las que se desliza el texto, antes de llegar a las manos del personaje interpretado por Delphine Seyrig. En el escrito, Doinel cita a Honoré de Balzac, y a su novela El lirio en el valle (Le lys dans la vallée, 1836), cuya cubierta registra el lente en un primerísimo plano, en instancias previas del argumento diegético, sostenido por las manos del protagonista, quien lo lee.

Película "El amor en fuga"

Película «El amor en fuga»

Descrita en forma resumida, en esa ficción, el joven Félix de Vandenesse incurre en amores platónicos con la señora de Mortsauf, quien está casada con un marido convencional, soso y prosaico.

Pero la “realidad” supera a la fantasía, y sorpresa, Fabienne Tabard acude a la búsqueda de Antoine, golpeando como en un sueño la puerta de su buhardilla. La escena es la siguiente: ella también ha leído la novela de Balzac, y le dicta una cátedra a Doinel, acerca de la índole de la feminidad: “Yo no soy una aparición, soy una mujer”, le dice. La actuación de Delphine Seyrig es maravillosa, y la manera en que ingresa a esa habitación, sus suspiros, el peinado de su pelo, el tono y la forma en que modula las palabras, y el modo casual y natural que tiene de desanudar el pañuelo de su cuello, conforman uno de los momentos inolvidables de la historia del cine.

El tercer cuadro al que nos referimos, se sitúa hacia el final del largometraje, y es la fotografía de un juramento de adhesión y de ternura, sin palabras habladas, sólo con mensajes escritos. Antoine y Christine han pasado la noche juntos. Y en los segundos del desayuno, sentados alrededor del comedor de la cocina, entablan un diálogo en torno a lo sucedido, a su significado. El detective le cuenta, que para él, resulta complicado explicar sus sentimientos, salvo escribiéndolos. La violinista se para y recoge una libreta de notas. Unos breves comentarios por parte de cada uno, y Doinel transforma un instrumento culinario (la abertura de su mango), en imaginario anillo, que coloca en el dedo índice de la formal y atractiva chiquilla.

Es el amor como condena y salvación.

 

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